Aproximaciones histórico-filosóficas a la noción contemporánea de la denominada posverdad

Sección
Capitulos del Libro
Dolly Toro Sepúlveda
Tayron Alberto Achury

Definir la posverdad de modo simple como una mentira emotiva, o incluso, como una manipulación discursiva de la realidad con el fin de incidir en la opinión pública, se diría que es apenas una percepción medianamente simple de lo que implica y lo que constituye la posverdad en esta época contemporánea.
En primera instancia, esta definición presume de tener suficientemente claro qué es la verdad y qué es la mentira. Aún el sentido común presume de lo mismo. Sin embargo, desde el ámbito académico y más específicamente, desde el ámbito filosófico, este enunciado está muy lejos de ser una definición “clara y distinta”, si se utiliza la consabida expresión cartesiana que describe lo que sería una verdad apodíctica.
No obstante, esa definición según la cual la posverdad es una apelación a las creencias personales y a las emociones antes que a los hechos “objetivos”, no deja de ser cuestionable en la medida en que muchísimos “hechos objetivos” en el ámbito de lo social se caracterizan precisamente por ser susceptibles de la interpretación subjetiva.

Para llegar entonces al acercamiento contemporáneo del término y aproximarnos a una interpretación de la noción de posverdad más completa, se considera válido y necesario, efectuar un recorrido histórico-conceptual de las nociones tanto de verdad, como de mentira y falsedad.
En el ámbito de la posverdad, la demostración es secundaria. Y aún, si se demuestra la falsedad de la afirmación, esta demostración difiere de la tradicional disputa y falsificación de la verdad, dándole poca o ninguna importancia a dicha demostración. Se resume como la idea según la cual algo que aparenta ser verdad puede terminar siendo la verdad misma.

Lo que sí nos parece de cruda relevancia, es cómo la verdad “verdadera” —o por lo menos el esfuerzo por encontrar un enunciado válido respaldado en evidencias igualmente válidas—, es dejado de lado como un asunto de menor importancia, poniéndose como relevante por encima de la prueba, la opinión y la invención amañada e interesada. Y cada vez es más cierto que ante el hecho demostrado que alguien estaba mintiendo, sus simpatizantes evidencian la más olímpica indiferencia.
Un encogerse de hombros y una sonrisa bobalicona son suficientes para asumir lo dicho, que sin el menor asomo de vergüenza se continúa esgrimiendo y, de hecho, se ignora la tozudez de las evidencias contrarias para continuar afirmando lo que a todas luces sería falso.
En cultura política, se denominaría entonces posverdad, a ese tipo de debate que se caracterizaría por una continua apelación a las emociones, las cuales resultan más importantes o aceptadas que cualquier verdad científicamente demostrada.