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Editorial
El impacto de la ciencia en la industria moderna es tan impresionante que cuesta creer que no siempre fue así. No obstante, antes del siglo XIX, ciencia y tecnología fueron dominios separados, orientados por personas distintas y con objetivos diferentes. La primera de ellas, no generaba hallazgos que tuvieran uso inmediato en la industria, razón por la cual un descubrimiento científico podía esperar una o dos generaciones antes de ser aplicado prácticamente; la segunda, era más el resultado de esfuerzos individuales que de un proceso sistemático, llevando a las industrias a progresar técnicamente sin mayor relación con la ciencia de la época. Casi todos los primeros inventos no los hicieron hombres de ciencia (quienes estaban más preocupados por comprender los fenóme nos naturales) sino gente que vio la oportunidad de hacer algo relacionado con un problema existente. Ésta situación comenzó a cambiar radicalmente con el nacimiento y desarrollo de las industrias química y electrónica, las cuales necesitaron conocimientos tanto científicos como tecnológicos, e hicieron que la producción de tecnología dejara de ser aleatoria para pasar a ser un esfuerzo organizado denominado investigación y desarrollo (I & D), cuya meta es la creación, programación y aplicación de conocimientos científicos (Schnarch, 1989), donde los avances tecnológicos se presentan como respuesta a problemas generados por innovaciones anteriores y cambios en la organización del trabajo o evolución del proceso productivo