El problema de la t�cnica en la pol�tica

The problem of technics in politics

 

Andr�s Camilo Vargas �lvarez[1]

Ferney Antonio Guzm�n Holgu�n[2]

 

Resumen

El art�culo tiene como prop�sito abordar las transformaciones ocasionadas por los medios t�cnicos sobre la pol�tica. Para ello se elabora una concepci�n de lo pol�tico a partir de Schmitt, como juego de asociaciones y oposiciones, dentro de las democracias competitivas esbozadas por Sartori y los partidos pol�ticos referidos por Tocqueville. Posteriormente se resalta la importancia de los objetos t�cnicos en la pol�tica, desde la teor�a de Gilbert Simondon, enfatizando los casos del libro, el cine y la televisi�n. Finalmente, y a la luz de las concepciones pol�ticas y t�cnicas, se refieren las oportunidades de mejoramiento que pueden operarse dentro de la pol�tica con base en los medios t�cnicos.

Palabras clave: Pol�tica, democracia, t�cnica, objeto t�cnico.

 

Abstract

The purpose of this article is to address the transformations caused by the technical media on politics. To this end, the authors elaborated a conception of politics from Schmitt's point of view as a game of associations and oppositions, within the competitive democracies outlined by Sartori, and the political parties referred to by Tocqueville. Then, the analysis highlights the importance of technical objects from Gilbert Simondon's theory, emphasizing the cases of the book, followed by cinema and television. Finally, and in the light of the political and technical conceptions, we refer to the opportunities for improvement that can be operated within politics based on technical means.

Keywords: Politics, democracy, technique, technical objects.

 

Introducci�n

El presente art�culo tiene por objetivo general establecer aquellos problemas y dilemas �ticos que se han generado en el �mbito de la pol�tica gracias al surgimiento y adopci�n de nuevas tecnolog�as y objetos t�cnicos. En aras de tal finalidad, se apoyar� en tres objetivos espec�ficos que propenden, en primer lugar, por aclarar qu� se entiende por pol�tica teniendo como base la lucha por el poder entre los partidos pol�ticos dentro de la democracia competitiva. En segundo lugar, se situar� el marco conceptual desde el cual se asume qu� se comprende por tecnolog�as y objetos t�cnicos, como aquellos en los cuales se condensan procesos t�cnicos de alta complejidad. Finalmente, se identificar�n y estimar�n aquellos problemas subyacentes en el �mbito pol�tico ocasionados a partir de las se�aladas tecnolog�as y objetos t�cnicos.

As� pues, para la consecuci�n y cumplimiento de los objetivos se�alados se ha empleado una metodolog�a hermen�utica (�ngel, 2011) de car�cter documental, la cual consisti� en la interpretaci�n de diferentes concepciones pol�ticas enmarcadas en la tradici�n liberal y del realismo pol�tico, adem�s de las acepciones elaboradas por Simondon en su filosof�a de la t�cnica. Este abordaje se ha construido por cuadros conceptuales de proximidad basados en la coherencia y articulaci�n tem�tica que guardan entre s� bajo la perspectiva problematizadora se�alada en los objetivos mencionados. En concordancia con lo anterior, a la luz de las concepciones de pol�tica y t�cnica, este m�todo hermen�utico tambi�n se emplea en el �ltimo apartado para reflexionar y dilucidar sobre aquellos dilemas que se presentan teniendo en cuenta las implicaciones pol�ticas ocasionadas a partir de los objetos t�cnicos.

 

1. Dificultades en la definici�n de la pol�tica

Referir los problemas y dilemas �ticos de la pol�tica en relaci�n con los medios t�cnicos implica dejar claro qu� se entiende por ambas nociones. La tarea inicial no es sencilla ni son pocas las voces que se han pronunciado al respecto. A prop�sito, Alc�ntara (2019) se�ala que debido al devenir sociopol�tico y la irrupci�n de las nuevas tecnolog�as, para la ciencia pol�tica no existe un concepto de esta v�lido universalmente desde lo te�rico y lo emp�rico, debido a la variedad de autores y sus preocupaciones, sumadas a las transformaciones socio-pol�ticas acarreadas en las sociedades por parte de las nuevas tecnolog�as.

Frente a esta dificultad te�rica, el catedr�tico espa�ol parte de la contraposici�n te�rica existente entre las concepciones pol�ticas de Hannah Arendt y Carl Schmitt, asumidos como fieles representantes del idealismo y del realismo pol�tico, respectivamente.

As� pues, la visi�n pol�tica idealista de Arendt asume el poder como la base y el resultado de la reuni�n, asociaci�n y concertaci�n entre los individuos de una sociedad (Di Pego, 2006). Su idealismo radica precisamente en la confianza que deposita en el poder comunicativo de individuos que negocian lo mejor para la comunidad, lo cual resulta bien diferente a la visi�n tradicional del �[�] poder de dominaci�n del hombre sobre el hombre� (p. 116). Para Arendt lo pol�tico no remite al sometimiento del hombre por el hombre mismo, sino a su capacidad para construir consensos m�s all� del uso de la fuerza.

Por otra parte, en el lado realista, Schmitt (2009) se preocupa y plantea que �Si se aspira a obtener una determinaci�n del concepto de lo pol�tico, la �nica v�a consiste en proceder a constatar y a poner de manifiesto cu�les son las categor�as espec�ficamente pol�ticas� (p. 56). Para el polit�logo alem�n la categor�a pol�tica principal y b�sica se halla en la relaci�n amigo-enemigo, entendida esta como �marcar el grado m�ximo de intensidad de una uni�n o separaci�n, de una asociaci�n o disociaci�n� (p. 57).

Por lo tanto, el reproche que puede hac�rsele al idealismo de Arendt desde el realismo de Schmitt es que este supone, asume o simplemente desconoce que los individuos pueden asociarse y llegar a acuerdos que propendan por el bien com�n, pero que, asimismo, pueden reconocerse como contrarios que se separan, compiten y luchan para imponer sus concepciones de bienestar social.

Sin duda alguna, el escenario pol�tico en el que mejor podemos evidenciar de forma emp�rica la operatividad de la categor�a amigo-enemigo es dentro de las democracias modernas y contempor�neas. Al respecto, uno de los padres de la sociolog�a pol�tica, Alexis de Tocqueville (1985), refiere los derechos de asociaci�n y oposici�n como b�sicos y constitutivos a la hora de ganar el poder dentro del teatro de las democracias. En la lucha por el poder se identifican amigos y enemigos, aliados y adversarios que en �ltimo grado son �[�] partidarios de una misma opini�n que pueden reunirse en colegios electorales y nombrar mandatarios para irles a representar en una asamblea central. Es, propiamente hablando, el sistema representativo aplicado a un partido� (p. 84).

Por consiguiente, podemos entender por pol�tica la dicotom�a establecida entre amigos y enemigos, lo cual resulta ser evidente entre partidos pol�ticos que se oponen y compiten en la lucha por el poder al interior de las democracias contempor�neas. Hoy en d�a se trata de competir por el poder en el marco de la democracia, donde los partidos pol�ticos operan bajo la categor�a de amigo-enemigo como principio de asociaci�n y oposici�n. Respecto al panorama anterior, uno de los te�ricos m�s prol�ficos sobre el concepto de democracia, Giovanni Sartori (1994) se pregunta ��Por qu� compiten?� (p. 102), a lo cual responde que lo hacen para granjearse apoyos externos que, en nuestro caso, podr�amos llamar amigos, ya que estos son los jueces de la suerte de los partidos pol�ticos que compiten por el poder.

Nuestra concepci�n pol�tica nos ubica en la acepci�n de la teor�a competitiva de la democracia, entendida esta como �aquella sagacidad institucional para llegar a decisiones pol�ticas en la que algunas personas adquieren el poder de decidir por medio de una lucha competitiva por el voto popular� (Sartori, 1994, p. 103). No obstante, debe apreciarse que en torno a las democracias contempor�neas no solamente giran los partidos pol�ticos en su competencia por el poder, sino que el asunto tambi�n abarca otras fuerzas, otras asociaciones y oposiciones sobre el poder, tal como lo plantea el polit�logo norteamericano Robert Dahl.

Para Dahl (1969), una de las preguntas principales de la pol�tica es �qui�n gobierna? O bien qui�n ostenta el derecho a gobernar dentro de las relaciones de asociaci�n y rivalidad como resultado de la competencia por el poder. Dahl plantea que, para granjearse el favor de los votantes, los partidos pol�ticos deben atender las preferencias de los ciudadanos, quienes formulan sus querencias y con base en estas los pol�ticos compiten en b�squeda de su apoyo. Esta elegibilidad para el servicio p�blico es lo que brinda a los partidos pol�ticos el acceso al poder bajo la categor�a amigo-enemigo.

Llegamos as� a la pregunta central de este art�culo: �qu� problemas conlleva para la pol�tica contempor�nea que los partidos pol�ticos compitan por el poder haciendo uso de los objetos t�cnicos que indudablemente usan las asociaciones pol�ticas y los partidos pol�ticos para acceder al poder dentro de las democracias contempor�neas?

Para responder a este cuestionamiento, a continuaci�n se esbozar� el marco conceptual apoyado en Simondon, desde el cual se explicitar� qu� se entiende por t�cnica y, particularmente, por objetos t�cnicos. Esto resulta necesario para abordar m�s adelante los problemas y dilemas �ticos surgidos del uso de la t�cnica en la pol�tica.

 

2. La carencia de la consideraci�n t�cnica en la pol�tica

El marco de esta reflexi�n puede entenderse como una mezcla de dos categor�as propuestas por Dominique Vinck (2012) en su art�culo Pensar la t�cnica. El autor propone cuatro categor�as de reflexi�n sobre la t�cnica: t�cnica mal�fica, constitutiva de la realidad humana, constructo social y la hechura de la t�cnica. La primera categor�a indica, grosso modo, que la t�cnica supera a la humanidad misma, alej�ndose de un develamiento de la naturaleza y tendiendo a una apropiaci�n de esta; all� re�ne a Arist�teles, Marx y Heidegger. La segunda de �stas re�ne autores como Bergson, Lewis Mumford, Bertrand Gille, Leroi-Gourhan y Simondon, teniendo como caracter�stica general una defensa de la construcci�n de la humanidad a trav�s de la t�cnica. En la tercera categor�a aparecen autores como Rob Kling, Langdon Winner, David Noble y Bijker, quienes sustentan que la t�cnica se mueve en pro de intereses de orden social y que el dise�o de sus productos tiende a reproducir determinadas visiones de mundo. En la cuarta categor�a aparecen Michel Callon y Bruno Latour, para quienes el desarrollo de la t�cnica se da a trav�s de �[�] redes socio-t�cnicas y ensamblajes heterog�neos en los que se mezclan elementos de todo tipo, de los que, en el l�mite, podr�a decirse que algunos son puramente naturales y otros puramente sociales� (Vinck, 2012, p. 32).

Teniendo estas cuatro perspectivas en mente, vale aclarar que la presente reflexi�n concibe la t�cnica como constitutiva de la realidad humana y como constructo social, es decir, se entiende un grado de humanidad construido por la t�cnica cuyo contenido pol�tico se analizar� condensado en los objetos t�cnicos. Sin embargo, a diferencia de la cuarta categor�a, esta consideraci�n sobre los objetos t�cnicos implica que ellos cumplen una funci�n que va m�s all� de reflejar una visi�n determinada de mundo, esto es, comportan consigo una postura pol�tica.

Continuemos con la definici�n de t�cnica para trazar la relaci�n entre esta y la pol�tica, que se abordar� a partir del sistema filos�fico configurado por el autor Gilbert Simondon. Seg�n Montoya (2004), para Simondonla t�cnica es una capacidad mental de resolver problemas planteados por el medio, en forma de estructura. Por esto [...] prefiere hablar de objetos t�cnicos mejor que de la t�cnica en general, pues en aquellos se materializa el acto t�cnico� (p. 33). Como puede apreciarse, la definici�n expuesta por el profesor Jorge William Montoya evidencia varios aspectos de suma importancia sobre la t�cnica, seg�n los planteamientos del autor franc�s, as�:

 

1)               Al exponer la t�cnica como una capacidad mental se entiende que es una de muchas otras posibles. De hecho, para Simondon, antes de que nos relacion�ramos con el mundo de modo t�cnico, para el humano primitivo exist�a el modo m�gico; el modo de ser guiado por la t�cnica aparece como una suerte de continuidad desde el modo m�gico en el cual el mundo se conectaba por redes de fuerzas naturales concentradas en ciertos puntos clave, por ejemplo, la vista completa de un territorio que permite la cima de la monta�a en cierto momento del d�a. Desde la observaci�n en la cima de la monta�a o una atalaya ya construida, ambos se consolidan como modos de ser en el mundo.

2)               Que los problemas sean resueltos de manera estructural es algo que no debe pensarse como una capacidad exclusivamente humana. Despu�s de todo, los monos capuchinos ya muestran este principio en el uso de herramientas: �Se les ha observado utilizando palos como sondas para obtener alimento. La forma m�s com�n de uso de herramientas descrita para los capuchinos en vida libre es usar piedras para romper nueces o semillas en una superficie de yunque� (P�rez, 2016, p. 133). Se trata del grado de desarrollo de la t�cnica que ha logrado el ser humano y de la importancia que esta ha tenido en la consolidaci�n de sus sociedades.

3)               Simondon reconoce lo sui generis del modo t�cnico para resolver problemas en el existir del ser humano. All� donde el capuchino usa piedras para partir la nuez, nosotros usamos un cascanueces, lo cual expresa en su mera existencia todo un proceso t�cnico de alta complejidad que abarca desde los procesos y las m�quinas que crearon el objeto, hasta la extracci�n de los materiales con los que fue realizado, en esto consiste su tecnicidad. Por esto el fil�sofo franc�s prefiere hablar de objetos t�cnicos, porque son ellos los que condensan en su mera existencia la complejidad de la t�cnica humana.

Adicionalmente, su pensamiento no es una reflexi�n frente a aquello que pueda ser la t�cnica en un sentido abstracto o universal, por el contrario, se dirige de cara a los objetos t�cnicos, en los que ve la expresi�n del acto t�cnico humano materializado. As�, �Simondon sostiene que lo t�cnico [lo que se condensa en el objeto t�cnico] es inmediatamente humano; no es punto de partida ni de llegada, sino el centro mismo� (Rodr�guez, 2015, p. 41).

En el texto Cultura y t�cnica, Simondon se aventura en una reflexi�n sobre la t�cnica en un sentido general, contrast�ndola con la noci�n de cultura. Inicialmente, ambos conceptos son analizados como t�cnicas de operaci�n del ser humano sobre s�, pero con un direccionamiento diferente: mientras que la cultura influye directamente en el viviente, la t�cnica opera sobre este a trav�s de su medio, con lo cual se considera un instrumento de manipulaci�n de este. Siendo as�, �[s]er�a m�s justo entonces no utilizar el t�rmino t�cnica para oponerlo al t�rmino cultura: la �cultura� y la �t�cnica� son una y otras actividades de manipulaci�n, y por tanto son t�cnicas� (Simondon, 2017, p. 306).

Entonces, la manipulaci�n del medio que logra la t�cnica no consiste en el mero uso de una herramienta que posibilite la subsistencia, sino que modifica la naturaleza misma de la relaci�n del ser humano con su medio. Se propone as� un gran potencial de evoluci�n, que habla de un gesto t�cnico mayor, el cual consiste en �[...] una apuesta, un ensayo, la aceptaci�n de un peligro; traduce la capacidad de evolucionar, y expresa la oportunidad m�s fuerte de evolucionar y tambi�n la m�s concreta que haya sido dada a la humanidad� (Simondon, 2017, p. 309). Lo anterior se da porque nuestra evoluci�n como especie ya no consiste en mutaciones corporales que logren un mayor grado de adaptaci�n al medio, sino que consiste en la creaci�n de nuestro propio medio de existencia sobre el mundo, se trata del desarrollo de nuestra relaci�n con el medio que est� configurada por los gestos t�cnicos.

De tal modo, �[l]a cultura es una t�cnica de supervivencia, un instrumento de conservaci�n. Por el contrario, el gesto t�cnico mayor es un acto de cultura en el verdadero sentido del t�rmino: modifica el medio de vida de las especies vivientes iniciando un proceso evolutivo.� (Simondon, 2017, p. 309)

Entendidos ambos conceptos como t�cnicas lo que se tiene no es una dualidad irresoluble, sino dos niveles t�cnicos diferentes de operaci�n del ser humano sobre s� mismo; en el caso de la cultura sus productos se condensan en valores mientras que para la t�cnica se da una materializaci�n en objetos. As�, cabe mencionar que el foco de la reflexi�n simondoniana frente a la t�cnica est� ubicado en los objetos t�cnicos, las cosas que manifiestamente nos rodean, pululan en nuestra cotidianeidad y hasta la componen: �Un rasgo en extremo original de Simondon es que propone filosofar a partir de un motor de combusti�n, una grilla electr�nica o un molino de viento, no a partir de la t�cnica� (Rodr�guez, 2015, p. 42).

En este marco, para hilvanar esta reflexi�n con la cuesti�n pol�tica es preciso se�alar que esta �ltima cabr�a entre las t�cnicas de supervivencia m�s que en aquellas de modificaci�n al medio, aunque no por ello se ve absuelta del influjo t�cnico, puesto que la pol�tica como gesto humano tambi�n se despliega en un medio t�cnico. El objeto t�cnico que se pone a favor del gesto pol�tico tambi�n lo condiciona o, dicho de otro modo, los objetos t�cnicos tambi�n pueden comportar una propuesta pol�tica desde su mera naturaleza t�cnica.

Bajo las consideraciones de la t�cnica condensada en los objetos t�cnicos y con el prop�sito de brindar mayor claridad al respecto, a continuaci�n aludiremos a objetos t�cnicos tales como el libro, el cine y la televisi�n, haciendo �nfasis en las implicaciones que han tra�do tales herramientas, como procesos t�cnicos de alta complejidad, sobre la democracia competitiva y la lucha por el poder en las relaciones de asociaci�n y oposici�n de los partidos pol�ticos.

 

El libro

Con su facilidad de reproducci�n, despu�s de la imprenta el libro gener� mayor conocimiento de las leyes por parte del pueblo. Esto marc� una diferencia con las leyes escritas en piedra que impon�an un l�mite espacial a la lectura, que consist�a en: �estar frente a la piedra para poder leerla�, como sucedi� con el c�digo Hammurabi en la antigua Babilonia -aunque este c�digo estaba escrito en acadio, lengua com�n de la �poca, para que cualquiera que supiera leer pudiera comprenderlo-. As�, el conocimiento de las leyes depend�a entonces de la cercan�a espacial a aquella piedra en concreto, donde se encontraban consignadas las leyes.

En este sentido, el c�digo Hammurabi se asemeja a los libros reproducidos manualmente por los monjes medievales, cuyo lugar era la abad�a y quien deseara acercarse a las obras deb�a viajar hasta donde estas se encontraban, tal como se narra en El nombre de la Rosa de Umberto Eco (1998), que evidencia que el lugar del libro manuscrito era la abad�a, as� fuese para su preservaci�n u ocultamiento. De all� que el viaje fuera necesario para adquirir determinados conocimientos: deb�a cruzarse el l�mite espacial para llegar al encuentro con el objeto t�cnico que conten�a la informaci�n que se deseaba aprender y se ubicaba en un lugar determinado.

Sin embargo, el libro reproducido en la imprenta contiene en s� otra propuesta de transmisi�n de la informaci�n en la que el original de la obra tiene poca importancia, y se busca conservar la autor�a del escritor en el proceso de reproducci�n de esta. As�, la biblia de Gutenberg tambi�n propon�a que el discurso b�blico saliera de la iglesia y la abad�a para ubicarse en el interior del hogar, rompiendo as� el l�mite espacial del libro manuscrito gracias a su masiva reproducci�n y permitiendo el acceso a la palabra de Dios desde la comodidad del hogar, o donde fuera, sin mediaci�n de otra persona �cura, obispo, abad, etc.� para su lectura.

Cabe recordar a Simondon al mencionar la diferencia entre el libro manuscrito y aquel reproducido a trav�s de la imprenta, en tanto los objetos t�cnicos no tienen una existencia independiente del medio t�cnico que los produce y en el cual operan. Del mismo modo, poco servir�a un autom�vil sin las calles, carreteras, talleres, plantas de ensamblaje y producci�n que componen su medio t�cnico; esta red t�cnica tambi�n compone al objeto mismo.

As�, ambas versiones del libro como objeto t�cnico comportan una postura pol�tica frente al conocimiento que se puede obtener mediante las determinadas preguntas realizadas a ambos medios: �qu� l�mite espacial proponen?, �qui�nes tienen acceso a los mismos?, �c�mo se debe decodificar el contenido consignado en ellos? Una clara muestra de la diferencia pol�tica que comporta cada uno de los formatos del libro es el miedo del archidi�cono de Nuestra se�ora de Par�s, de V�ctor Hugo (1897), en su c�lebre m�xima: �[...] esto matar� a aquello� (p. 212), pronunciada frente al horror producido al ver un libro impreso:

... era el terror del sacerdocio delante de un agente nuevo, la imprenta; era el espanto y el deslumbramiento del hombre del santuario delante de la luminosa prensa de Guttemberg [sic]: la catedral y el manuscrito, la palabra hablada y la palabra escrita, temerosas de la palabra impresa [...] Era el grito del profeta que oye ya resonar y moverse la humanidad emancipada... (pp. 213-214)

Lo que ve el archidi�cono en el libro impreso es tambi�n la subversi�n del poder que la relaci�n iglesia y libro manuscrito ostentaban hasta aquel entonces, con lo cual la imprenta de Gutenberg se presenta como revolucionaria frente al pensamiento humano:

Era un presentimiento de que el pensamiento humano, mudando de forma, iba tambi�n a mudar de f�rmula de expresi�n; de que la idea capital de cada generaci�n no se escribir�a ya con la misma materia y del mismo modo; de que al libro de piedra, tan s�lido y tan duradero iba a suceder el libro de papel, m�s s�lido y m�s duradero todav�a. (Hugo, 1897, p. 214)

Ahora bien, aunque el an�lisis de V�ctor Hugo expresa c�mo el libro impreso matar� el edificio, desliga este �ltimo del libro manuscrito. Visto desde la mediolog�a, seg�n la propuesta de R�gis Debray (2001), la edificaci�n consiste en el �[...] soporte del soporte, el invisible operador de la transmisi�n, del que la biblioteca es el m�dium vidente, pero no el motor.� (p. 21). En este punto es importante resaltar que para Debray la transmisi�n consiste en el movimiento de informaci�n a trav�s de esferas temporales, es decir, de una generaci�n humana a su descendencia, lo cual implica a�adir algo o modificar en alguna medida dichos contenidos que viajan en el soporte material. Pero este viaje no es posible solo por un objeto t�cnico. En este caso, en tanto que el libro es el soporte de la memoria, este necesita a su vez de un soporte que asegure su perpetuidad en el tiempo, con lo que la iglesia es tambi�n el m�dium vidente del libro manuscrito y comporta ella misma un alto grado de tecnicidad.

En consecuencia, la relaci�n entre el libro manuscrito y el edificio es tambi�n una consolidaci�n del poder a trav�s de la t�cnica, frente a lo cual:

La invenci�n de la imprenta es el mayor suceso de la historia; es la revoluci�n madre; es el s�mbolo de la expresi�n de la humanidad que se renueva totalmente; es el pensamiento humano que se despoja de una forma y adopta otra; es el cambio de piel completo y definitivo de aquella serpiente simb�lica que, desde Ad�n, representa la inteligencia. (Hugo, 1897, p. 223)

As�, la tecnicidad del objeto configura en s� misma una postura pol�tica, pero no por ello es desde�able el an�lisis de los contenidos que viajan a trav�s de los medios, puesto que es en esta relaci�n en donde se construyen los contenidos culturales que viajar�n en el tiempo, de una generaci�n a otra.

 

Cine y televisi�n

Para el caso del cine y la televisi�n, entendidos como medios t�cnicos en su concepci�n simondoniana, resulta v�lido aducir, siguiendo a Trenzado et al. (2018), que �el cine aborda las relaciones de poder, las define, las condiciona y las manipula, pero el poder tambi�n usa el cine� (p. 13). Es decir, la relaci�n entre cine, televisi�n y pol�tica es de ida y vuelta en tanto que el cine como medio t�cnico genera transformaciones en el hacer pol�tico de los partidos, al mismo tiempo que estos usan el cine y la televisi�n para desarrollar sus campa�as pol�ticas y as� ganarse socios, aliados y votantes en la lucha por el poder dentro de las democracias contempor�neas.

Del modo anterior, el cine y la televisi�n como artes de masas, adem�s de medios t�cnicos, poseen una gran �capacidad de influir en una opini�n p�blica� (Trenzado et al., 2018, p. 13), a la vez que replican los valores y creencias dominantes dentro de una sociedad de votantes. As� mismo, podemos constatar c�mo las dirigencias pol�ticas han contribuido a la construcci�n de nacionalismos mediante la pantalla grande y la chica. Seg�n Trenzado et al. (2018), los relatos del cine son dispositivos que se usan como estrategias de intervenci�n pol�tica �para incidir en las relaciones de poder� (p. 17) que, en el caso de los partidos pol�ticos en campa�a, tienen incidencia en la lucha por este al interior de las democracias competitivas.

Ahora bien, en la misma l�nea de Trenzado et al., D�Alessandro (2020) coincide en que unos de los principales efectos del cine y la televisi�n sobre la pol�tica consiste en la espectacularizaci�n de esta.

D�Alessandro (2020) analiza la relaci�n entre el cine y las campa�as pol�ticas que se trenzan en los partidos durante las campa�as electorales. Afirma este autor que desde comienzos del siglo XX, cuando la posibilidad de votar se hizo extensiva a una mayor cantidad de individuos, surgieron los partidos pol�ticos de masas. A lo que se suma, alrededor de la d�cada de los ochentas, merced del auge y uso de la televisi�n en campa�a, las �[d]ivisiones de la sociedad [que] parecen impuestas [�] por las meras estrategias electorales de partidos y candidatos� (p. 99).

El cine y la televisi�n fueron asumidos como medios t�cnicos que posibilitaban buscar y producir divisiones en torno a un sinn�mero de tem�ticas en las cuales se enfrascaba la opini�n p�blica, determinante a la hora de ganar votos, lo que generaba todo un ��mercado electoral� en el que la demanda depende de la oferta� (D�Alessandro, 2011, p. 94). As� pues, en tanto que medios t�cnicos, el cine y la televisi�n ocasionaron una espectacularizaci�n de las promesas electorales, que se llenaron de su magia y redujeron su elaboraci�n explicativa y argumentativa.

Los medios t�cnicos audiovisuales han contribuido a que las campa�as electorales de los partidos pol�ticos se transformen en crasa publicidad y marketing, con lo que se hizo indiscutible que �[�] las m�quinas y la t�cnica triunfantes en el siglo XX hab�an subvertido tambi�n a la pol�tica� (Trenzado et al., 2020, p. 100). Cine y televisi�n han privilegiado la imagen sobre el argumento con efectos visibles en la mediatizaci�n de las campa�as electorales. En estas, los partidos pol�ticos enfatizan los melodramas propios y magnifican hasta el paroxismo los esc�ndalos de sus enemigos pol�ticos.

Por �ltimo, debemos se�alar que adem�s de la espectacularizaci�n de la pol�tica, de los partidos y sus campa�as por el poder, la personalizaci�n de los candidatos es quiz�s uno de los efectos m�s visibles del cine sobre la pol�tica. Esta espectacularizaci�n de la pol�tica ha contribuido a la personalizaci�n de los candidatos pol�ticos como h�roes, mes�as, caudillos y superhombres, que no dicen mucho pero que s� proyectan bastante con su imagen de cartel de cine.

El espect�culo de la pol�tica ha contribuido a que los partidos en campa�a, o durante el ejercicio del poder, elaboren �pseudoacontecimientos prefabricados y preparados para ejercer efectos a trav�s de los medios� (Trenzado et al., 2020, p. 107). Por tal no resulta extra�o que alg�n alcalde de provincia, con �nfulas de estar para escenarios de gran ciudad, elabore una puesta en escena en la que, al mejor estilo de las pel�culas de acci�n, salga a perseguir bandidos de bandas criminales para hacerse notar como el h�roe y adalid de sus gobernados. Tal como anota Simondon (2017) frente al cine: �es de hecho capaz de crear [...] conceptos cuyo uso se aprende en la manipulaci�n de las realidades cinematogr�ficas, pero que pueden ser extendidos, e incluso universalizados, al punto de construir una verdadera visi�n del mundo� (p. 341).

Ahora bien, con todo lo anterior podemos establecer a continuaci�n aquellos problemas y dilemas �ticos que se hallan en el seno de los sistemas representativos concernientes a las democracias competitivas, basadas en la lucha por el poder entre partidos pol�ticos.

 

3. Transformar la pol�tica pensando el medio t�cnico

Bajo el lente de la pol�tica y la democracia competitiva, con sus partidos pol�ticos rivalizando por el poder, surgen las siguientes preguntas: �c�mo los medios t�cnicos contempor�neos afectan las din�micas en torno al poder y al �mbito pol�tico en general?, �cu�les son las problem�ticas que han surgido en el mundo pol�tico debido a la irrupci�n de las nuevas tecnolog�as? y �c�mo pensar el devenir de la pol�tica a la luz de la influencia de los objetos t�cnicos contempor�neos?

Inicialmente podemos establecer que las nuevas tecnolog�as, su impacto en el poder y la res p�blica, tambi�n representan grandes posibilidades para el enriquecimiento desde las relaciones interpersonales, las agrupaciones sociales, las instituciones y el sistema pol�tico ya consolidado.

As� pues, en tanto objetos que consolidan el medio t�cnico que afecta la pol�tica, las nuevas tecnolog�as de la informaci�n y la comunicaci�n pueden ser utilizadas para potenciar la participaci�n pol�tica y la lucha por el poder de los partidos pol�ticos en campa�a. Puede considerarse que estas posibilitan, a la vez que ampl�an en gran medida, la competencia electoral toda vez que aumentan los canales para que partidos y votantes se interrelacionen, dando a estos �ltimos un mayor grado de interacci�n; hoy pueden nutrirse las bases electorales mediante las redes sociales, al mismo tiempo que se facilita acceder a informaci�n sobre programas pol�ticos partidistas mediante el uso de aplicaciones y al alcance de un clic.

Por otro lado, las nuevas tecnolog�as como objetos t�cnicos omnipresentes en nuestros d�as han ocasionado tambi�n que las minor�as ejerzan su derecho a la libre expresi�n mediante redes sociales como Facebook, Instagram, Skype, X y blogs, sorteando con relativa facilidad los discursos pol�ticos hegem�nicos de las mayor�as que usualmente tienden a dejarlas como enemigas (Schmitt, 2009). Encontramos as� que el medio t�cnico a�pa la libre expresi�n, a la vez que contribuye a allanar el terreno para la construcci�n de escenarios pol�ticos m�s amplios, nutridos con base en diversas posturas pol�ticas e ideol�gicas.

Otra de las bondades de estos medios t�cnicos podr�a hallarse en la dinamizaci�n que conseguir�an proporcionar a las formas de participaci�n pol�tica. Esto no es descabellado si se reconoce que la portabilidad de estos objetos t�cnicos se presta para que un individuo pueda plantear sus opiniones y posturas en un grupo de WhatsApp, y discutir sobre el mejor candidato a ser el director del partido en tiempo real. Sencillamente podr�a desarrollarse un foro sobre una pol�tica p�blica v�a Skype. Los medios t�cnicos aludidos ocasionan que pueda solventarse en gran medida la problem�tica de la representaci�n pol�tica en tanto que las deliberaciones democr�ticas, las apuestas para ganar votos, no solo pueden darse mediante la reuni�n presencial, sino tambi�n gracias a la virtualidad.

Podr�an ser muchos m�s los servicios que nos ofrecen los medios t�cnicos, baste por el momento aludir a tecnolog�as inform�ticas como el �ndice Polity, el Economist Intelligence Unit, Bertelsman Transformation Index y el Varieties of Democracy (Copedge, et al., 2012), para remarcar que incluso las nuevas tecnolog�as de la informaci�n y la comunicaci�n como medios t�cnicos est�n transformando no solo a los sujetos pol�ticos, agrupaciones, partidos e instituciones, sino que tambi�n est�n modificando los discursos dentro de la misma Ciencia Pol�tica a la hora de problematizar y estudiar lo pol�tico.

Seg�n el concepto simondoniano de objeto t�cnico, encontramos f�cilmente que las nuevas tecnolog�as de la informaci�n y la comunicaci�n tienen mucho que aportar a la hora de construir un sistema pol�tico poli�rquico que mejore la calidad de la democracia. Veamos: estos medios t�cnicos posibilitan la libertad de expresi�n tanto de individuos como de minor�as pol�ticas, al mismo tiempo que al llevar a m�ltiples destinos tales expresiones deja un poco m�s expedita la libertad de asociaci�n, diversificando las l�gicas entre amigos y enemigos, y de apoyos pol�ticos en medio de la competencia para acceder al poder.

Estos medios t�cnicos generan accesos m�s libres al conocimiento en torno a las instituciones y los servidores p�blicos. Por ejemplo, en Colombia todos los empleados p�blicos deben subir su hoja de vida al SIGEP (Sistema de Informaci�n y Gesti�n del Empleo P�blico). Adicionalmente, puede se�alarse que a la hora de competir por votos en las contiendas pol�ticas estos objetos t�cnicos se han vuelto campos de batalla. Los seguidores de l�deres pol�ticos, a su vez, hacen proselitismo terciando a favor o en contra de pol�ticos en lid inform�tica, sin dejar de lado la gran diversidad que brindan respecto a la cantidad de fuentes que individuos, partidos e instituciones pueden usar.

�C�mo lograr que los individuos, los grupos sociales y las instituciones no sean manipulados mediante estos objetos t�cnicos sino que, al contrario, se empoderen de sus roles y hagan uso de estos en beneficio de lo p�blico? �C�mo mejorar la calidad funcional y humana de quienes conforman dichas instituciones merced del medio t�cnico? �De qu� manera podr�a hacerse uso del objeto t�cnico para atacar la corrupci�n, el clientelismo y la demagogia?

A�n m�s: �qu� significa entonces pensar la pol�tica desde los objetos t�cnicos que componen gran parte de su marco de desarrollo y ejercicio? Con esta pregunta se cuestiona el acelerado ritmo de cambio de nuestro medio t�cnico frente al pausado ritmo que marca el devenir de la pol�tica, en tanto actividad cultural la cuesti�n se puede entender, en t�rminos de Simondon (2017), del siguiente modo:

las instituciones jur�dicas, el lenguaje, las costumbres, los ritos religiosos se modifican menos velozmente que los objetos t�cnicos. Estos contenidos culturales de lenta evoluci�n, que anta�o estaban en relaci�n de causalidad rec�proca dentro de una totalidad org�nica que constitu�a la cultura, junto con las formas t�cnicas que le eran adecuadas, hoy son realidades-s�mbolos parcialmente inestables. (p. 42)

T�mese el caso del sistema implementado por las democracias representativas y la competitividad que estas comportan. El poder es delegado a un representante vencedor de la justa electoral, con el fin de resolver problem�ticas de orden espacial y temporal subyacentes al planteamiento pol�tico que lleva a cabo la democracia, puesto que no hay ni espacio ni tiempo para que cada uno de los votantes tome parte activa en el debate sobre las decisiones que una naci�n necesita tomar. Por ejemplo, en tanto ciudadanos de una misma urbe, no es posible reunirnos a todos en un mismo lugar para discutir las decisiones de orden pol�tico que nos afectar�n. Adem�s, el tiempo que tomar�a o�r cada una de estas voces har�a que el proceso fuera poco eficiente.

Al elegir un representante se resuelven estos dos problemas, pero es aqu� donde cabe cuestionarse si estos problemas no pertenecen a un medio t�cnico anterior al nuestro. Hoy en d�a las prestaciones de las nuevas tecnolog�as podr�an poner en jaque la necesidad de un representante, al ser posible que todos tomemos decisiones y participemos desde la ubicuidad inform�tica que permiten los tel�fonos celulares.

No se trata de realizar una videollamada para todos los ciudadanos al mismo tiempo, esto solo resolver�a el problema espacial, pero no el temporal. Sin embargo, quiz�s el uso de inteligencia artificial [IA] permitir�a que cada voz fuera escuchada en tanto esta puede escuchar much�simas voces al un�sono, e incluso aprender de ellas: la temporalidad no es un problema.

Habr�a que analizar hasta qu� punto es v�lido reformular la estructura misma del ejercicio pol�tico a la luz de las tecnolog�as hoy presentes, para que los objetos t�cnicos no sean solo una herramienta de consecuci�n de votantes, sino un componente org�nico de una estructura pol�tica que responde a los problemas que le son propios, de un modo acorde a las prestaciones t�cnicas de su �poca. No como un ordenamiento cuya conservaci�n depende de un cierto halo anacr�nico de sacralidad que las inviste desde anta�o, tal como lo es la representatividad en la pol�tica.

La pregunta por el devenir de la pol�tica, especialmente de las democracias competitivas, debe formularse a la luz de la apuesta pol�tica que pueden llevar a cabo los objetos t�cnicos del mundo actual. Objetos como los smartphones, en conjunto con la Internet, hacen que todas las prestaciones que anta�o le correspond�an al libro, la c�mara fotogr�fica y de video, los reproductores de m�sica, los peri�dicos, los televisores, los computadores y muchos otros objetos puedan portarse en todo momento en el bolsillo, cosa que algunas leyes ya tienen en cuenta. Por ejemplo, el C�digo Nacional de Polic�a y Convivencia de Colombia (2016) dicta lo siguiente:

Todo procedimiento policivo podr� ser grabado mediante cualquier medio de las tecnolog�as de informaci�n y comunicaci�n, por lo que le est� prohibido a cualquier persona, salvo las restricciones expresas de ley, impedir que sean realizadas dichas grabaciones.

La autoridad de Polic�a que impida la grabaci�n de que trata este art�culo sin la justificaci�n legal correspondiente incurrir� en causal de mala conducta. (Cap�tulo II, art�culo 21)

En este art�culo se reconocen las prestaciones de los objetos t�cnicos contempor�neos para registrar la legitimidad de los procedimientos policiales y as� empoderar al ciudadano en caso de verse sometido a dicha situaci�n. Otrora, si alguien sufr�a un mal procedimiento policial pod�a dar su versi�n de los hechos y consignar un testimonio que terminaba por enfrentarse con la palabra de la polic�a, la voz de la ley. Dichos enfrentamientos no sol�an tener un buen resultado para los ciudadanos si no se contaba con pruebas contundentes que respaldaran la versi�n, pero ahora el video capturado desde un celular es un testimonio que se consolida como prueba. El celular aport� al empoderamiento ciudadano frente a los procesos policiales, aunque no solo este, pues como lo establece el art�culo se trata de �cualquier medio de las tecnolog�as de informaci�n y comunicaci�n�.

Aunque las leyes puedan contemplar la incidencia de los objetos t�cnicos contempor�neos, la estructura pol�tica que proponen las democracias competitivas permanece inamovible. Gracias a la tecnolog�a superamos el l�mite espacial y temporal que presupone la participaci�n democr�tica de cada ciudadano en las decisiones pol�ticas; sin embargo, cabe preguntarse por los problemas que la competitividad representativa trae consigo y si estos no podr�an resolverse a trav�s del uso de la tecnolog�a. Surgen preguntas como: �cu�nto le cuesta al pa�s la corrupci�n generada por esta competitividad?, �qu� sentido tiene elegir representantes cuando todos podemos ser o�dos por una IA? y �cu�nto se gasta en dichas elecciones? Si us�ramos una IA que aprendiera de todos los colombianos para tomar las decisiones pol�ticas del pa�s, podr�a ahorrarse todo el dinero que se malversa en la competencia por el poder e incluso en los procesos electorales.

Ahora bien, pensar esta posibilidad implica una radicalizaci�n de la democracia a trav�s de la t�cnica, en cuanto podr�a darse una real cuota de poder pol�tico a cada ciudadano, lo que implicar�a que la voz de cada uno va a ser o�da y considerada a la hora de tomar decisiones pol�ticas. Sin embargo, �estamos preparados para asumir nuestra propia gobernanza a trav�s de la t�cnica? Bajo esta posibilidad, se abre un panorama de nuevas preguntas de gran inter�s tanto para la pol�tica como para la reflexi�n misma sobre la t�cnica: �es posible incluir inteligencias artificiales en la toma de decisiones gubernamentales bajo la figura actual de las democracias competitivas?, �ser�a esto conveniente? o �qu� condiciones deber�a cumplir una IA programada para gobernar democr�ticamente?

Para concluir, dar respuesta a las preguntas formuladas es una posibilidad de exploraci�n que se pretende abrir a partir del presente art�culo, en la cual debe considerarse la propuesta pol�tica que comportan los objetos con los que nos relacionamos cotidianamente y c�mo pueden favorecer la mejora de los sistemas pol�ticos con que nos gobernamos.


 

Referencias

Alc�ntara, M. (2019). El proceloso significado de lo pol�tico en el siglo XXI. Analecta Pol�tica, 9(16), 1-8.

�ngel, D. (2011). La hermen�utica y los m�todos de investigaci�n en las ciencias sociales. Estudios filos�ficos, 44, 9-37.

C�digo Nacional de Polic�a y Convivencia de Colombia [Ley 1801 de 2016] (2016, 29 de julio). Congreso de la Rep�blica de Colombia. Diario Oficial No. 49.949. http://www.secretariasenado.gov.co/senado/basedoc/ley_1801_2016.html#:~:text=ART%C3%8DCULO%2021.,que%20sean%20realizadas%20dichas%20grabaciones.

Copedge, M. Gerring, J. y Lindberg, S. (2012). Variedades de democracia: un enfoque hist�rico, multidimensional y desagregado. Revista Espa�ola de Ciencia Pol�tica, 30, 97-109

Dahl, R. (1969). La Poliarqu�a. Participaci�n y oposici�n. Tecnos.

D�Alessandro, M. (2011). La relevancia democr�tica de las campa�as

electorales medi�ticas. Revista Argentina de Ciencia Pol�tica, 13/14, 93-126.

D�Alessandro, M. (2020). El cine y la visi�n c�nica de las campa�as electorales. La pol�tica va al cine. Universidad del Pac�fico.

Debray, R. (2001). Introducci�n a la mediolog�a. Ediciones Paid�s Ib�rica, S.A.

Di Pego, A. (2006). Poder, violencia y revoluci�n en los escritos de Hannah Arendt. Algunas notas para pensar la pol�tica. Argumentos, 19(52), 101-122.

Eco, U. (1998). El nombre de la rosa. Lumen.

Hugo, V. (1897). Nuestra se�ora de Par�s. Maucci. http://cdigital.dgb.uanl.mx/la/1020016690/1020016690_MA.PDF

Montoya, J. W. (2004). Aproximaci�n al concepto analog�a en la obra de Gilbert Simondon. Co-herencia, 1(1), 31-50.

P�rez, A., (2016). El uso de herramientas en primates: una manifestaci�n de la evoluci�n de procesos cognitivos complejos. Ludus Vitalis, 46, 129-137. https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=5825215

Rodr�guez, P. E. (2015). Amar a los aparatos: Gilbert Simondon y una nueva cultura t�cnica. Tecnolog�a & Sociedad, 4, 37-55. https://ri.conicet.gov.ar/handle/11336/70836

Sartori, G. (1994). �Qu� es la democracia? Altamir Ediciones.

Schmitt, A. (2009). El concepto de lo pol�tico. Alianza Editorial.

Simondon, G. (2017). Sobre la t�cnica. Editorial Cactus.

Tocqueville, A. (1985). La democracia en Am�rica. Editorial Orbis.

Trenzado, M. Alc�ntara, M. y Mariani, S. (2018). El renovado inter�s por la relaci�n entre cine y pol�tica: un marco interpretativo. En M. Alc�ntara S�ez y S. Mariani (eds.), La pol�tica es de cine (pp. 13-23). Centro de Estudios Pol�ticos y Constitucionales.

Vinck, D. (2012). Pensar la t�cnica. Universitas Philosophicas, 58(29), 17-37. http://www.scielo.org.co/scielo.php?pid=S0120-53232012000100002&script=sci_arttext

Winner, L. (1980). Do Artifacts Have Politics? Daedalus, 109(1), 121-136. https://faculty.cc.gatech.edu/~beki/cs4001/Winner.pdf

 

 



[1] Andr�s Camilo Vargas: Licenciado en filosof�a de la Universidad de Antioquia y mag�ster en est�tica de la Universidad Nacional de Colombia, sede Medell�n. Ha trabajado la est�tica de la cultura pop al igual que asuntos relacionados con la filosof�a de la t�cnica. Desde el a�o 2022 se desempe�a como docente del programa de filosof�a de la Universidad Nacional Abierta y a Distancia en Medell�n.

[2] Ferney Antonio Guzm�n: Licenciado en Filosof�a de la Universidad de Antioquia y Mag�ster en Estudios Pol�ticos de la Universidad Pontificia Bolivariana, sede Medell�n. Ha trabajado la micropol�tica con enfoque en la est�tica neopragm�tica dentro del �mbito de la comunidad educativa. Ahora se desempe�a como docente de aula de Filosof�a, Ciencias Sociales, Ciencias Pol�ticas y Econ�micas en la Instituci�n Educativa F� y Alegr�a Luis Amig� en Medell�n - Moravia.