Alianzas salvajes. Hacia un animalismo decolonial, transfeminista y anticapacitista[1]

Savage alliances. Towards a decolonial, transfeminist and anti-ableism animalism

 

Anah Gabriela Gonz lez[2] / Martina Davidson[3]

 

Resumen: En los ltimos a os son cada vez m s visibles las perspectivas de minor as pol ticas comprometidas con un antiespecismo cr tico, plural e interseccional. Dichas apuestas invitan a repensar c mo la categor a de animalidad ha sido un lugar bajo el cual se han clasificado aquellos cuerpos definidos como apropiables y sacrificables, a saber, subjetividades queers, lesbianas, bisexuales, intersex, ind genas, trans*, personas negras, enfermas, campesinas, gordas, psicodiversas, animales-no-humanos y otras existencias subalternas. Aun as , algunos movimientos animalistas muestran dificultades para abordar las relaciones entre el movimiento de liberaci n animal y otras perspectivas antiopresivas o, en caso de hacerlo, parten de comparaciones anal gicas abstractas y reduccionistas que reproducen las m s variadas formas de opresi n. Ante tal panorama, el presente art culo pretende mostrar la relevancia de pensar un animalismo decolonial, antirracista, anticapacitista y transfeminista que abra espacios para m ltiples formas de vida, subjetividades y cuerpos otros. Para tal fin, en el marco de la intersecci n entre los estudios cr ticos animales, los transfeminismos, la cr tica decolonial y los estudios de la discapacidad, se sostendr que una comprensi n estructural del especismo permite acceder a una perspectiva m s exhaustiva sobre las formas en que este se intersecta y enlaza con l gicas no id nticas de generificaci n, racializaci n y capacitismo. Por ltimo, a partir de la noci n de alianzas salvajes se buscar visibilizar la importancia de configurar resistencias comunes entre diferentes luchas pol ticas, a fin de crear las condiciones para pensar y articular mundos m s vivibles para las minor as pol ticas, lo cual incluye a los dem s animales.

 

Palabras clave

Animalidad, decolonialidad, discapacidad, antiespecismo, transfeminismo.

 

Abstract: In recent years, the perspectives of political minorities committed to a critical, plural and intersectional antispeciesism have been increasingly visible. These perspectives invite us to rethink how the category of "animality" has been a place under which those bodies defined as appropriable and that can be discarded, namely, queer, lesbian, bisexual, intersex, indigenous, trans*, black, sick, peasant, fat, psychodiverse, non-humans-animals, and other subalternized existences and bodies. Even so, some animalist movements show difficulties in addressing the conexions between the animal liberation movement and other anti-oppressive perspectives, or, in the case of doing so, start from abstract and reductionist analogical comparisons that reproduce the most varied forms of oppression. Given this scenario, this article aims to show the relevance of thinking about a decolonial, anti-racist, anti-ableist and transfeminist animalism that opens spaces for multiple forms of life, subjectivities and other bodies. To this end, the framework of the intersection between critical animal studies, transfeminisms, decolonial critiques and disability studies will show that a structural understanding of speciesism allows access to a more comprehensive perspective on the ways in which it is it intersects and links with non-identical logics of gendering, racialization and ableism. Finally, based on the notion of "wild alliances' formed to make visible the importance of configuring common resistance between different political struggles, in order to create the conditions to think and articulate of more livable worlds for political minorities, including other animals.

 

Keywords

Animality, decoloniality, disability, anti-speciesism, transfeminism

 

 

Jam s entender a los humanos. Ustedes matan y odian a las personas que aman a otras personas solo porque estas no siguen la heterosexualidad obligatoria. Sus ancestros robaron tierras, destruyeron culturas, invadieron territorios, diezmaron a pueblos, violaron y a trav s de las religiones provocaron odio y guerras, esclavizaron, oprimieron. Ustedes asesinan animales para comer y no ven el dolor y sufrimiento que causan. Les agradezco por haberme destituido de mi humanidad.

 

Indianara Siqueira[4]

 

Hablamos desde el transfeminismo antiespecista, queremos desestabilizar las opresiones, poner sobre las mesas feministas el debate por los privilegios de especie; y sobre las mesas antiespecistas el debate por los privilegios de g nero. Queremos importunar y ser impertinentes, porque en este mundo ap tico y ciego, s lo lo que incomoda, es lo que se ve, y si no nos ven, seguiremos muriendo bajo el mando de la opresi n sexista y especista; y si no nos ven, ni nos escuchan, posiblemente muchas que coinciden con nosotras se seguir n sintiendo solas, llamamos a esas esteparias que se unan a la jaur a, a la horda, a la avalancha, porque no estamos solas y hay que construir redes, coser lazos y devenir rizoma para ser m s fuertes y cuidarnos unas a otras.

 

Manifiesto transanimal

Val Trujillo y Anal Laferal

 

 

 

  1. Introducci n

En los ltimos a os se han hecho m s patentes las alianzas que se han entretejido entre el antiespecismo, los transfeminismos, los antirracismos, las apuestas por la disidencia sexual y los anticapacitismos. La cuesti n que acomuna a dichas perspectivas te rico-pr cticas es la pregunta sobre el marcador que permite establecer qu vidas merecen ser vividas, potenciadas y afirmadas, en detrimento de las vidas animales-desechables, que son arrojadas sistem ticamente a la exclusi n y al abandono. Esto se debe a que la dicotom a humano-animal opera como n cleo de m ltiples operaciones de subordinaci n (Derrida, 2006; Wolfe, 2013; Lundblad, 2020; Lugones, 2010). En este punto, uno de los principales aportes de los feminismos antiespecistas ha sido se alar que la dominaci n sobre los animales no-humanos est conectada con pr cticas y discursos sexistas a trav s de sintagmas como el de carnofalogocentrismo (Derrida, 1989, Calarco y Adams, 2016), la pol tica sexual de la carne (Adams, 1999) o la cultura de la carne (Potts, 2016). Ahora bien, en los ltimos a os tambi n han surgido perspectivas cr ticas tales como el animalismo queer (Freccero, 2018; Hird, 2008), la teor a crip antiespecista (Taylor, 2017; Taylor y Struthers, 2020; Cazaux, 2019), los veganismos negros (Harper, 2009; Ko, 2017), los veganismos populares (Ponce, 2021; Oliveira, 2022) entre otras, que proponen enfoques m s amplios para abordar las tramas complejas que vinculan al especismo con los reg menes normativos que suponen la colonialidad, el racismo, el capacitismo, el cuerdismo, el capitalismo y la cisheteronormatividad.

Aun as , en gran parte de los movimientos animalistas dominantes persiste la idea de que la perspectiva antiespecista no est necesariamente conectada con los feminismos u otros movimientos antiopresi n. Por otro lado, cuando algunas posiciones animalistas intentan relacionar la l gica especista con otras formas de desigualdad, parten de comparaciones anal gicas que reproducen distintos modos de opresi n. Estas posiciones no solo son un obst culo para configurar un abordaje m s complejo sobre la dominaci n animal, sino que impiden la creaci n de alianzas con otras luchas sociales y silencian las voces de las minor as pol ticas[5] en el movimiento antiespecista, las cuales adem s han sido hist ricamente animalizadas. Sin embargo, cada vez son m s visibles las perspectivas de artistas, activistas y escritores, as como de ind genas, lesbianas, personas negras, transg nero, tullidas y neurodiversas, entre otras, que insisten en la necesidad de repensar, desde sus propias experiencias de subalternidad, las relaciones que vinculan el especismo con m ltiples ejes de dominaci n. El objetivo de este art culo es, entonces, acompa ar y afirmar dichas experiencias, ofreciendo algunos conceptos y perspectivas para sostener la relevancia de pensar un antiespecismo decolonial, antirracista, anticapacitista, anticapitalista y transfeminista que abra espacios para m ltiples formas de vida, subjetividades y cuerpos otros, pues solo a partir de establecer alianzas salvajes entre dichas luchas pol ticas ser posible crear las condiciones para pensar y articular mundos m s vivibles y habitables para las minor as pol ticas, incluidos los dem s animales.

En primer lugar, a trav s de un an lisis orientado por un eje decolonial y antirracista, sostenemos la relevancia de pensar un antiespecismo cr tico e interseccional. Tomando como punto de partida una cr tica a la colonialidad binaria y especista, as como a la formaci n de agendas pol ticas antiespecistas no interseccionales, sugerimos repensar no solo el antiespecismo, sino tambi n mostrar las articulaciones comunes entre luchas disidentes, perspectiva que transforma esas luchas en indisociables. As , a trav s de un an lisis de denuncia al racismo presente en analog as usadas por algunos movimientos animalistas, proponemos la necesidad de pensar las articulaciones entre opresiones, teniendo como eje central la supremac a blanca cisheterosexista y capacitista. En segundo lugar, a partir de los aportes de Mar a Lugones, Carrie Hamilton y Paul Preciado, revisamos algunos presupuestos del feminismo antiespecista m s difundido, en lo que se refiere a su concepci n binaria del g nero y su concepci n clausurada del sujeto pol tico del feminismo. Frente a dichos presupuestos, sostenemos una perspectiva decolonial de los transfeminismos antiespecistas que redunda en una alternativa m s inclusiva y plural para diferentes cuerpos y existencias. En tercer lugar, reconstruimos algunos aportes que brinda la teor a crip a la cuesti n animal, con el prop sito de analizar los modos en que las concepciones de las (dis)capacidades no pueden disociarse de la l gica especista. No obstante, vamos m s all de una mera cr tica a la ausencia de perspectiva antiopresi n en los movimientos animalistas, para apostar por una reivindicaci n de una noci n de animalidad insurrecta como punto de encuentro para pensar las resistencias tico-pol ticas. En definitiva, defendemos entonces una noci n de animalidad compartida como forma de alianzar nuestras salvajer as en la lucha por un movimiento antiespecista m s heterog neo, plural y m ltiple.

 

II. Especismo e interseccionalidad

 

Es sabido que el concepto de especismo surgi a prop sito de conceptos como sexismo, racismo y clasismo, e intent dar cuenta de una forma de discriminaci n negativa hacia los dem s animales, caracterizada por patrones similares a los sufridos por personas subalternas. En su libro Animal Liberation, Peter Singer propuso la definici n de especismo entendi ndolo como un prejuicio o actitud favorable a los intereses de los miembros de nuestra propia especie y en contra de los de otras (1997, p. 42) al tiempo que sostuvo que la liberaci n animal era una extensi n l gica de otras luchas pol ticas. No obstante, como indica Matthew Calarco, al concebir la noci n de especismo de manera abstracta, es decir, como un prejuicio o una forma de discriminaci n , la pretensi n de construir alianzas con otros movimientos sociales se ha basado en la idea de que la violencia hacia los animales es el resultado de an logos prejuicios irracionales (Calarco, 2021). De ah que, con el objetivo de defender la relevancia de las luchas antiespecistas, se establecieran analog as entre las violencias sufridas por los dem s animales con las violencias experimentada por personas afrodescendientes o con los procesos de exterminio al que fueron sometidas las personas jud as en los campos de concentraci n nazis.

El resultado de dicha operaci n comparativa es que nos encontramos ante movimientos animalistas que configuran discursos poco comprometidos con un abordaje antiopresi n e interseccional. Como indica Carrie Hamilton (2009a, p. 38), si bien estas comparaciones intentan promover los derechos de los dem s animales, quienes las utilizan desconocen c mo pueden repercutir en las subjetividades de las personas que conviven con los legados de esos procesos violentos, dolorosos y traum ticos. A n es com n encontrar dichas analog as en el activismo de algunos movimientos animalistas en un intento de sensibilizaci n positiva, sin embargo, esto tiene la potencialidad de generar rechazo en algunas personas dada una postura de descuido y de falta de compromiso interseccional. De hecho, en la pr ctica, dichas operaciones no han tenido por resultado la creaci n de alianzas entre los movimientos de liberaci n animal y los movimientos antirracistas sino que han generado una reacci n de rechazo por parte de estos ltimos. Como se ala A. Breeze Harper, dichas comparaciones, realizadas de modo simplista, terminan por reproducir las opresiones racistas debido a que las im genes y referencias textuales desencadenan traumas y un profundo dolor emocional (2010, p. xiv).

Ahora bien, siguiendo a Calarco (2021, p. 23), el procedimiento de establecer analog as supone que el especismo es independiente y constituye una forma de explotaci n espec fica de los animales no humanos y, por tanto, es un fen meno aislado que debe ser conectado con otras opresiones. Al abordar el especismo de manera independiente, algunos movimientos animalistas no cuestionan ciertas jerarqu as ticas y pol ticas, lo cual tiene por consecuencia que carezcan de un aut ntico compromiso con la superaci n del recurso animalizatorio como un todo. Por recurso animalizatorio entendemos la operaci n colonial que utiliza a los animales no humanos como referencias para la objetificaci n, la inferiorizaci n tica/pol tica y la explotaci n de formas de vida y subjetividades que escapan de las identidades normativas y hegem nicas. La animalizaci n es entonces el resultado de operaciones entrelazadas entre fuerzas pol ticas, institucionales y tecnolog as de poder. En este sentido, la noci n de animalidad opera como un dispositivo central para la consolidaci n de pr cticas y discursos que relegan a ciertos cuerpos a una situaci n de explotaci n, precarizaci n y abandono socioecon mico. Esto se debe a que el humanismo colonial estableci el umbral de lo que cuenta como humano a trav s de una pol tica de subordinaci n que designa al animal como el reverso negativo de lo considerado plenamente humano y, por tanto, como vida sacrificable y disponible (Derrida, 2006). Si comprendemos entonces que el recurso animalizatorio se vincula a las exclusiones hist ricas de diversas poblaciones humanas, quiz s se tornar a posible establecer un enfoque interseccional que nos impulse a abordar las consecuencias del especismo no s lo en el cuerpo de los animales no humanos, sino que adem s nos permita analizar sus efectos en los cuerpos humanos hist ricamente animalizados.

En este punto, consideramos que el especismo no pueda ser entendido meramente como una forma de discriminaci n moral o como un prejuicio irracional, sino que debe ser abordado como una estructura de dominaci n en toda su complejidad (Oliveira, 2021; vila, 2016). Esto porque el especismo no se basa en una mera elecci n individual y deliberada de discriminaci n mediante la cual los seres humanos ejercen poder sobre la vida de los animales, sino que es un artificio que persiste como ordenador social conjugando saberes, instituciones, espacios, t cnicas y gestos que delimitan fronteras y criterios jer rquicos de diferenciaci n entre cuerpos y subjetividades (Gonz lez, 2021). Por ende, el dispositivo especista nunca ha privilegiado a la especie humana en su conjunto, sino que el resultado de su distribuci n jer rquica ha sido la ubicaci n dominante de cierto modelo de lo Humano: el var n cisg nero blanco, adulto, heterosexual, del norte global, capaz y neurot pico. De modo tal que el especismo, a partir de la divisi n entre lo humano y lo no-humano, ha ensamblado cuerpos, espacios y discursos con el privilegio de lo codificado como plenamente humano , mientras ha legitimado la explotaci n, el exterminio y el usufructo sistem tico de los dem s animales y de los cuerpos humanos hist ricamente animalizados.

En tanto estructura de dominaci n, el especismo permite marcar como animales a aquellas vidas que, al no responder a la normatividad humana, quedan excluidas de las protecciones legales, culturales y materiales que gozan quienes s son reconocidos como sujetos leg timos. Al comprender el especismo desde esta perspectiva, y a trav s de un abordaje de las operaciones coloniales y por lo tanto racistas, cisheteronormativas, capacististas, especistas, ecocidas, etc. somos capaces de articular un animalismo comprometido con un abordaje interseccional. La noci n de interseccionalidad es vital en este punto porque nos permite entender que las variadas formas de desigualdad operan juntas y se refuerzan entre s (Crenshaw, 1989). La interseccionalidad, como propuso Kimberl Crenshaw, es una lente que permite analizar c mo se entrelazan e imbrican las diferentes opresiones y que, por tanto, nos impide aislar la desigualdad racial de otras estructuras de dominaci n. Desde este enfoque, se comprende que el especismo no se puede analizar ni combatir de manera aislada, pero tampoco puede abordarse a partir de comparaciones abstractas con otras formas de opresi n. Tal como indica Calarco (2021), el antropocentrismo, entendido como un conjunto de h bitos que estructuran la vida cotidiana y como un conjunto de instituciones y pr cticas destinadas a asegurar el estatus privilegiado de quienes son considerados plenamente humanos, opera de manera diferencial sobre cuerpos y vidas sin atender a los l mites de la especie. La cuesti n es precisamente analizar c mo la dicotom a humano/no-humano distribuye cuerpos y poblaciones de modo diferencial, privilegiando ciertas subjetividades, mientras arroja a otras a la precariedad y a la muerte.

Para abordar m s profundamente esta cuesti n, sugerimos un an lisis con base en la colonizaci n, racializaci n y en un concepto de especismo indisociable de una mirada comprometida con el enfrentamiento a estructuras sociales de dominaci n. Porque si la producci n de lo Humano , en relaci n con sus diversos otros subalternizados, ha sido un eje del proyecto colonial (Wynter, 2015; Maldonado-Torres, 2014), es necesario analizar los efectos epist micos-pol ticos de las resonancias entre los procesos de racializaci n y la construcci n del animal no humano en el discurso occidental.

 

II.            El especismo y su relaci n con la colonialidad

 

Cada vez se hace m s notoria la importancia de utilizar referentes te ricos m s all del recuadro cl sico de las teor as animalistas. No se trata de un abandono de dichas referencias, sino de una transposici n de los l mites, para redise arlos de manera que se escuchen voces hist ricamente silenciadas. No solo Peter Singer y Tom Regan han abordado la cuesti n animal, las epistemolog as decoloniales, feministas y disidentes tambi n son fuentes f rtiles para discusiones que buscan superar una visi n jer rquica y reduccionista de la diferencia (incluida la animalidad). En ese sentido, visibilizar otros aportes te rico-pr cticos capaces de conducir a una defensa m s compleja y heterog nea del antiespecismo resulta un movimiento imprescindible.

La propuesta decolonial y el llamado a la interseccionalidad que ya es una cr tica, en s misma, a la linealidad y singularidad del feminismo hegem nico empleados en la deconstrucci n del feminismo europeo como narrativa nica, tambi n apuntan hacia un camino cr tico para realizar una operaci n similar en el caso del antiespecismo y el animalismo. Es decir, estas perspectivas cr ticas a la colonialidad nos pueden orientar para desmontar un antiespecismo racista, heterocisexista y capacitista. Si pretendemos deconstruir y reconstruir un marco antiespecista y antiopresi n, ser necesario recorrer puntos fundamentales que nos permitan reconstruir la procedencia colonial del antiespecismo, recurriendo a an lisis sobre los paradigmas dicot micos de la modernidad. Estos puntos ser n atravesados por los trabajos e ideas de teor as decoloniales e interseccionales como las de Mar a Lugones, Walter Mignolo, Anibal Quijano, entre otres.

Con base en una necesidad de diagnosticar la estructuraci n del pensamiento colonial moderno, Lugones (2011, p. 106) sugiri que la jerarqu a dicot mica humano/no humano se configur como la dicotom a central de la modernidad colonial y fue impuesta a partir del proceso de colonizaci n de las Am ricas y el Caribe por parte de los europeos. Por dicha raz n, a pesar de que los estudios cr ticos animales han tendido a eludir la cuesti n colonial, consideramos que para entender el modo en que opera el binomio humano/animal es preciso abordar los procesos de colonizaci n/colonialidad en Am rica , sin los cuales no podr a haberse dado la modernidad. De hecho, las Am ricas, aunque dadas como conceptualmente incuestionables, son una invenci n de la propia modernidad,[6] debido a que solo se configuran como periferia geopol tica a trav s del colonialismo (aunque actualmente Estados Unidos y Canad pueden ser excepciones si tomamos como referencia las parcelas poblacionales de individuos influyentes). Es a trav s de este proceso que Europa se convirti en el centro del mundo y el capitalismo adquiri dimensiones globales (Dussel, 1999). As , a partir de esa relaci n entre modernidad occidental, colonialismo y capitalismo mundial se defini un patr n global de poder, definido por An bal Quijano (1995) como colonialidad del poder .

El proyecto colonial, a trav s de la racializaci n, la generificaci n y otras l gicas de dominaci n, cre jerarqu as que justificaron la violencia colonial, perdurando y reedit ndose de diversas formas a lo largo del tiempo. La colonialidad del ser, propuesta inicialmente por Mignolo (2003), se refiere a la imposici n de un nuevo lenguaje a las poblaciones esclavizadas en territorio latinoamericano. Sobre esto, el autor afirma que:

 

las lenguas no son s lo fen menos 'culturales' en los que las personas encuentran su 'identidad'; son tambi n el lugar donde se inscribe el conocimiento. Y como las lenguas no son algo que los seres humanos tienen, sino algo que los seres humanos son, la colonialidad del poder y la colonialidad del saber engendraron la colonialidad del ser. (2003, p. 603)

 

As , seg n Maldonado-Torres (2017), y como lo propone Mignolo (2003), al negar la posibilidad de que las personas racializadas tuvieran sus propias lenguas, la colonialidad del saber las despoj de su propia humanidad. Por eso, una de las principales consecuencias persistentes del proyecto colonial ha sido la animalizaci n de los pueblos colonizados (Lugones, 2010; Quijano, 2000). Dicha animalizaci n fue la que justific , entre otros factores, la esclavizaci n de los pueblos afrodescendientes e ind genas en las Am ricas (Curiel, 2018). Estos pueblos fueron concebidos como salvajes y primitivos, ubicados como parte del pasado , el cual era subordinado y superado por el desenvolvimiento de la Historia universal y ten a como c spide al Hombre civilizado. Dichas narrativas racistas fueron reforzadas por las afirmaciones cient ficas sobre las semejanzas biol gicas y fison micas entre las personas no blancas y los animales, legitimando con ello que la blancura se convirtiera en el modelo y el patr n de la humanidad (Deckha, 2018).

Asimismo, Lugones se ala que este sistema de poder global, vigente hasta nuestros d as, no se depar inicialmente con un mundo vac o:

 

M s bien, se encontr con seres culturales, pol ticos, econ micos y religiosos complejos: s mismos en relaciones complejas con el cosmos, con otros s mismos , con la generaci n, con la tierra, con los seres vivos, con el mundo inorg nico, en producci n; s mismos cuya expresividad ling stica, est tica, er tica, cuyos saberes, sentido del espacio, anhelos, pr cticas, instituciones y formas de gobierno no eran para ser simplemente reemplazadas sino encontradas, entendidas y confrontadas en cruces y di logos y negociaciones tensas, violentas y riesgosas que nunca sucedieron. (2014, p. 941)

 

En lugar de reconocer la preexistencia de formas y modos de vida singulares, el proceso de colonizaci n localiz , entonces, a todas las minor as pol ticas, sus existencias, epistemolog as y cosmovisiones en la categor a homog nea de "colonizado/e/a" y, a partir de ella, las redujo a cuerpos privados de la moral que s era atribuida a algunos tipos de seres humanos[7] (Lugones, 2014). Si esta deshumanizaci n fue un recurso colonial de justificaci n para la esclavizaci n de personas racializadas, entonces nada de esto habr a sucedido sin 1) la l gica de la raz n, la raza, el conocimiento y el ser nicos y 2) la l gica especista.

De ah que para Lugones la dicotom a jer rquica como marca de lo humano tambi n se convirti en una herramienta normativa para condenar a les colonizades (2014, p. 937)[8]. Es decir, los cuerpos colonizados fueron animalizados para justificar su explotaci n, opresi n y objetificaci n. De esta manera, el an lisis en torno a la creaci n o imposici n de la dicotom a entre lo humano/no humano como forjadora y justificadora de la explotaci n es de suma importancia para entender la colonialidad y el proyecto colonizador en s mismo, como contribuyentes a la l gica especista, que se contrapone de plano a las propuestas de muchos antiespecismos. Por ello, si la raz n blanca europea justific la explotaci n sobre la base de la no humanidad, esa l gica es alta y directamente aplicable al caso de los animales no humanos, que por ser de otra especie son clasificados como inferiores a los humanos y, bajo dicha conceptualizaci n, se legitima su subordinaci n y exterminio. De hecho, el aparato colonial instaur un conjunto de espacialidades de muerte y de disciplinamiento para confinar a los dem s animales a diversos espacios de encierro y explotaci n (zool gicos, bioterios, circos, acuarios, granjas), siendo reducidos a mera mercanc a, donde sus gritos y voces permanecen inaudibles.

Si exist a la necesidad de introducir la dicotom a humano/no humano o humano/naturaleza, no fue solo para utilizar el recurso colonizatorio. Seg n Rodr guez (2013), la sociedad occidental blanca en t rminos epistemol gicos parte de la existencia de dicha separaci n. Ahora bien, ser que todas las epistemolog as y cosmolog as de los pueblos americanos, caribe os y africanos parten de la misma dicotom a? Seg n Eugenia Fraga (2015), los griegos conceb an a la polis como su modelo de cosmos y Occidente colonizado y colonizador contin a con esa noci n, estableciendo a partir de ese modelo la dicotom a entre naturaleza y civilizaci n/cultura. Sin embargo, Mignolo (2011) se ala el hecho de que los pueblos de las Am ricas escapan en su mayor a de ese paradigma dicot mico. En esta medida, el autor nos hace la siguiente pregunta con relaci n a la sociedad Inca: Por qu el suy aldea o pueblo Inca no se configura, de la misma forma, frente a la Pacha-tierra, mundo? (2011, p. 273). Ante esta pregunta, Mignolo nos ofrece una respuesta brillante: el n cleo compuesto por Pacha-suy llamado runa se define en t rminos humanos y en t rminos de lo que el Occidente colonial llamar a naturaleza. La runa, entonces, es un cosmopolitismo interdependiente y en sinton a con la comunidad y su entorno (Mignolo, 2011, p. 273). Y es a trav s de la ausencia de la l gica dicot mica que esas sociedades no pueden buscar una imposici n sobre la naturaleza .

De este modo, fue la propia occidentalidad blanca colonial la que perpetu la dicotom a entre naturaleza/humanos o humanos/no humanos. En otras palabras, podr amos leer que en la naturaleza se incluyen los animales no humanos y, con base en una pol tica de las diferencias[9], como lo anunciaron Walker (1979) y Federici (2017), esto permiti el establecimiento del especismo como una forma de opresi n. As , la blanquitud ser a responsable por el especismo y, por lo tanto, su perpetuaci n ser a parte del proyecto capitalista colonizador, tanto por la herramienta de la animalizaci n, como por la cuesti n mercantil y la explotaci n capitalista de los dem s animales. Por tanto, la discusi n sobre la imposici n de la l gica especista no puede ocurrir de una manera disociada de la discusi n decolonial, debido a que, como sugiere Aph Ko (2019), es la l gica colonial la que justifica y forja la explotaci n actual de animales no humanos y de personas humanas subalternizadas y esclavizadas (que en la actualidad sufren violencia racista).

El proyecto colonial estableci , entonces, formas de poder que perduran hasta el presente por medio de la racializaci n, la generificaci n, el capacitismo, el establecimiento de la epistemolog a occidental blanca como nica, etc., y que contin an reedit ndose. En lo que respecta a la animalizaci n, es importante se alar que este recurso solo es v lido como argumento de inferiorizaci n siempre y cuando exista la colonizaci n y el especismo que conlleva e impone. En otras palabras, con ello vemos la necesidad de que los movimientos antiespecistas se comprometan en una discusi n decolonial y, por lo tanto, antirracista, ya que la supremac a blanca occidental sigue dominando las narrativas de construcci n del antiespecismo. Y ning n debate, militancia o activismo antiespecista proveniente de voces hegem nicas puede tener un compromiso decolonial.

Entonces, hacia d nde nos puede llevar dicha propuesta? La fragmentaci n epistemol gica y pol tica de los cuerpos y de la tierra permite, para Lugones (2014), una construcci n basada en la resistencia a la colonialidad. Las categor as creadas a trav s de la generificaci n, la racializaci n y la cisheteronormatividad, instituidas como pol ticas diferenciadoras y, por lo tanto, de opresi n hacia les colonizades (Lugones, 2014) generaron respuestas de resistencia, muchas veces invisibilizadas. Sin embargo, a partir de Lugones (2014) es necesario entender la resistencia como una acci n de propagaci n relacional subjetiva/intersubjetiva de liberaci n, tanto de forma adaptativa como opositiva. La resistencia ser a, entonces, la tensi n constante entre la formaci n del sujeto y la subjetividad activa que resiste y se expresa en una pol tica de contestaci n de la norma.

La contestaci n de la norma es lo que construye, para Mar a Lugones (2014), la infrapol tica que habla desde los m rgenes, demostrando el potencial de las comunidades oprimidas y subordinadas para construir, entre ellas, significados que rechazan la organizaci n y la hegemon a social estructuradas por el poder colonial. Es en la existencia colonizada y subalternizada donde la desviaci n de lo hegem nico se establece como una victoria infrapol tica: la formaci n y la supervivencia de formas de vida diferenciales y, por lo tanto, decoloniales. La supervivencia, la perseverancia, la lucha por la existencia de una diferencia desviante del ser colonizador es importante como un punto en com n para las minor as pol ticas.

En este sentido, ser que si pensamos lo mismo con respecto a los movimientos antiespecistas y las imposiciones antes mencionadas podemos ver la resistencia antiespecista decolonial alzando vuelo? El respeto por la diferencia animalizada, en el sentido propio de lo no humano, tiene tanto sentido dentro de la l gica no especista como dentro de la l gica de la resistencia decolonial propuesta por Lugones (2014). Esto se debe a que, si la diferencia y cuanto mayor es, m s justificada es la explotaci n/opresi n colonial se traduce en opresi n, y si respetar la diferencia y adquirir derechos b sicos es imprescindible para resistir, entonces, no nos cabe a nosotres pensar que la lucha antiespecista ha de ser parte de un proyecto de mundo m s justo? Creemos que la respuesta es afirmativa, debido a que la colonialidad y la imposici n de categor as dicot micas de justificaci n para la opresi n y la explotaci n posibilitaron no solo el racismo, el machismo, la LGBTfobia y el capacitismo, sino, como argumentamos, tambi n el especismo. Se crea una v a de doble sentido: la decolonialidad deber a comprometerse con el fin del especismo, fruto de la raz n blanca occidental criticada por el giro decolonial, y el antiespecismo tambi n deber a comprometerse con la decolonialidad.

Ahora bien, para pensar un an lisis antiespecista en clave decolonial es preciso generar cr ticas referentes a las analog as comparativas que son frecuentes en muchos movimientos animalistas, para as poder defender una mirada interseccional que apueste por un camino de conexi n entre luchas, un camino pautado por la contracolonialidad.

 

IV. Racismo, especismo y el problema de las analog as[10]

 

A partir del recorrido anterior, podemos afirmar que el proyecto colonial ha implementado la animalizaci n como recurso y t ctica pol tica para trazar fronteras entre las vidas que importan y las vidas inhabitables e invivibles, distribuy ndolas en una escala piramidal. Esta escala establece un par metro de un cuerpo humano normal el var n cis-heterosexual, blanco, occidental, capacitado, neurot pico y con un cuerpo productivo- mientras quienes se distancian de su ideal y modelo normativo se encuentran sometides a grados diferenciales de violencia y subordinaci n. La colonialidad traza cortes entre cuerpos privilegiados y subalternos: hay cuerpos cuya humanidad no es puesta en duda; mientras otros, codificados como animales, se hallan sujetos a situaciones de abandono y explotaci n. En palabras de De Mauro Rucovsky:

lo animal es el reverso degradado de lo humano, es decir, es una operaci n constante de jerarquizaci n, atribuci n y gesti n pol tica de la vida. En los bordes de la especie humana, en esa zona de la animalidad se ubican los zool gicos humanos del S. XIX, la feminidad, la negritud y lo ind gena. (2022, p rrafo 3)

Sin embargo, las articulaciones animalistas por parte de instituciones, organizaciones y grupos predominantemente blancos[11],en lugar de realizar un an lisis hist rico que aborde la continuidad entre los dispositivos especistas y las l gicas racistas o coloniales, han utilizado constantemente comparaciones descuidadas entre opresiones. De esta forma, como han puesto de relieve varias autoras afrofeministas, feministas negras/interseccionales o mujeristas veganas, se configura un animalismo que reproduce los discursos colonizadores que han oprimido a las personas racializadas desde la poca de la colonizaci n. Seg n Aph y Syl Ko (2017), el uso de comparaciones entre animales no humanos y personas negras, cuando se establece de manera r pida, irreflexiva o insensible, es sumamente problem tico. Esto ocurre ya que estas comparaciones utilizan el mismo principio y discurso utilizado por varios opresores a lo largo de la historia, en los que el estatus moral de la poblaci n negra fue equiparado al de los dem s animales para justificar m ltiples formas de explotaci n y violencia.

Ante esto, parece claro que las personas negras o las personas comprometidas con los movimientos negros no quieran, de antemano, involucrarse con activistas que reproducen continuamente estas formas de analog as. Al respecto, Aph Ko (2019, p. 44) afirma que los intentos de agendas dirigidas a las personas negras por parte de activistas animalistas (blancos, en su mayor a) se da a trav s de la l gica y la empat a antiespecistas. Al omitir el tenor pol tico del antirracismo y quedarse en un abordaje simplista emocional o l gico, se reproducen estrategias europeas ineficaces que no abordan de modo directo la colonialidad y el racismo. Como existen muchos otros recursos para hablar del especismo y su conexi n estructural con otras opresiones, las hermanas Ko sugieren que este tipo de comparaci n sea reemplazada por otra estrategia discursiva. De hecho, Aph Ko (2019) afirma que visibilizar el recurso de la animalizaci n implementado por la colonialidad puede ser un terreno f rtil para discutir la opresi n de humanes y animales no humanos. En tal sentido, ella explora la noci n de que la supremac a blanca es la responsable de dar lugar al especismo y el racismo y que, por lo tanto, las comparaciones entre esas opresiones deben ser hechas con cuidado, prestando siempre atenci n a este origen com n.

Quiz s, sugiere Ko (2019, p. 45), el debate sobre la animalizaci n -o la animalidad- pueda repercutir en los movimientos negros o espacios de discusiones raciales, reemplazando as la estrategia utilizada hasta entonces de intentar cooptar a estas personas para los movimientos animalistas dominantes, que llevan en su estructuraci n una blancura t xica y un quehacer colonizador. Si esto fuese prioridad para el antiespecismo, los movimientos animalistas se acercar an a la descolonizaci n admitiendo que las luchas antirracistas ya tienen la capacidad de llevar a cabo la discusi n de la opresi n especista, sin la necesidad de la acci n de sus pol ticas intervencionistas. Las mujeres negras como Aph Ko ya est n haciendo un movimiento para demostrar que la supremac a blanca trata a las personas racializadas a trav s de la animalizaci n y que, por lo tanto, para quienes emprenden una lucha antirracista, es m s que posible comprender y agregar la agenda antiespecista en su militancia (2019, p. 46).

Por otro lado, el racismo ambiental mencionado en relaci n con los pueblos originarios del Continente Americano tambi n afecta a la poblaci n negra. Al respecto, Robert Bullard (1994), un activista ambiental estadounidense negro, se al a fines del siglo XX que la poblaci n m s afectada por los desechos industriales y la ganader a moderna era la poblaci n m s pobre y negra. Esto sigue siendo una realidad, incluso cuando ha habido intensas luchas por parte de los ambientalistas negros para remediar los efectos negativos de estas injusticias ambientales.

Dado que uno de los discursos m s utilizados por los movimientos animalistas es el argumento antipoluci n frente a la generaci n y disposici n de desechos ganaderos que causan da os irreparables al medio ambiente, como es el caso del documental Cowspiracy (2014), hablar de racismo ambiental deber a ser ineludible. Si el antiespecismo no reprodujera constantemente el racismo en sus discursos e im genes, el racismo ambiental, que afecta a la poblaci n negra, podr a ser incluso un punto com n de lucha. Un movimiento animalista que no habla de racismo ambiental, sin embargo, tambi n es un movimiento racista por omisi n.

A partir de lo dicho, podemos afirmar que si reconoci ramos al especismo como uno de los ismos de dominaci n que componen las injusticias sociales y, en consecuencia, que requiere una comprensi n m s amplia de c mo se produce la opresi n basada en la especie (Oliveira, 2021), nos encontrar amos con una expresi n estructural multidimensional que se hace indisociable de un abordaje interseccional. En tal sentido, Belcourt (2015) sugiere, en sinton a con Aph Ko (2019), que el especismo se trata de una construcci n originada en la supremac a blanca. Esta afirmaci n te rica se da por el entendimiento de que la supremac a blanca es una maquinaria pol tica basada en la expansi n y usurpaci n territorial, en consonancia con la explotaci n y el exterminio de los cuerpos ind genas y animales. De esta forma, la conexi n entre el especismo, en cuanto aspecto estructural, y un posicionamiento antiopresi n, se vuelve fundamental, creando as las condiciones para la emergencia de un antiespecismo comprometido tambi n con el combate contra analog as reproductoras de violencias coloniales.

Por su parte, Belcourt (2015) se ala que la supremac a blanca se ocup de homogeneizar y as higienizar, en el sentido colonial de borrar toda producci n de conocimiento o producci n pol tica por parte de pueblos racializados (Santos, 2019) las culturas alimentarias y las formas de cultivo. Todo ello a trav s de una imposici n capitalista colonial, la modernidad y los sujetos hegem nicos relacionados con ella, despleg un proceso de apropiaci n de la tierra y se consolidaron normas que promovieron una alimentaci n con par metros coloniales. En consecuencia, esa operaci n aniquil diferentes visiones del mundo e impuso un cierto patr n de sabor, gustos y deseos. Dicho en otras palabras, el recurso colonial de poder sobre lo inmaterial (como los conocimientos de formas de cultivo) y material (alimentos y semillas) (Warren, 2003) no se puede disociar del proyecto de expansi n y usurpaci n territorial, esto es, de la dominaci n cultural sobre la producci n agr cola (Oliveira, 2021). Cabe a adir que el aparato colonial tambi n impuso una reconfiguraci n de las vidas y de los cuerpos de los dem s animales debido a que las pr cticas de explotaci n animal, como la cr a industrial y la experimentaci n animal, se han desarrollado en las tierras expropiadas mediante la colonizaci n, con impactos violentos sobre los pueblos humanos y los animales no-humanos (Corman, 2020, p. 159).

En ese contexto, cabe se alar que los primordios del complejo animal-industrial, abordados por Noske (1989), fueron formados a partir de un modelo colonial de alimentaci n basado en la matanza de animales a gran escala. Fue en ese proceso que los cuerpos de los animales y las semillas, ambos s mbolos de lo que la colonialidad asumi como la naturaleza ,[12] fueron totalmente apropiados. De hecho, la expansi n colonial incluy el traslado y la introducci n de los animales denominados dom sticos , como cerdos y vacas, lo que impuso relaciones in ditas con la vida animal provocando, adem s, el desplazamiento y la extinci n de los animales nativos (Corman, 2020). Al respecto, Chlo Taylor y Kelly Struthers (2020, p. 139) sostienen que la expansi n de la ganader a no s lo funcion como un modo primario de territorializaci n, sino que tambi n era una de las formas principales en la que los colonos interactuaban con los otros animales. Para los colonos, la domesticaci n y las relaciones de propiedad aparec an como naturales, incuestionables y eran un signo para medir el progreso, debido a que implicaba convertir a los animales en mercanc as disponibles para el desarrollo econ mico de cada naci n (Taylor y Struthers; 2020, p. 139). Al asumirse esa correlaci n entre el grado de explotaci n de los animales y el grado de civilizaci n, la resistencia de ciertos pueblos a la domesticaci n animal funcion como un indicador de la superioridad europea y, por tanto, como un modo de legitimar la expansi n colonial (Cfr. vila, 2017).

Por ende, el especismo asociado con el racismo y la apropiaci n del territorio todav a se expresa como parte de la supremac a blanca en el capitalismo neoliberal. Este panorama establece bases para que abordemos al especismo estructural como el reconocimiento de la ubicaci n de la opresi n de los animales no humanos dentro de la organizaci n social (Oliveira, 2021, p. 20). Una ubicaci n que presenta aspectos racistas, de soberan a territorial, de colonialidad, entre otros. Teniendo en cuenta la complejidad de los cambios relacionales entre el capitalismo, la raza, la colonialidad y la animalidad, podemos entender el especismo estructural como el pleno reconocimiento de una trama codependiente entre los ismos de dominaci n (Olivera, 2021). Tanto el colonialismo como el propio capitalismo establecieron una expresi n pol tico-social dependiente de la imposici n especista.

De ah la importancia de establecer una mirada no neutral sobre la dicotom a humano/no humano, propuesta por Lugones, como central en la modernidad colonial capitalista, y la consecuente necesidad de que los antiespecismos y feminismos se comprometan con la decolonialidad como compromiso pol tico. En este sentido, Oliveira (2021, p. 192) recupera la necesidad de incorporar una definici n de especismo que recurra al sentido de opresi n para se alar posibles estrategias pol ticas interseccionales de resistencia, y que incluyan a los animales no humanos y a la naturaleza. Dada la conexi n estructural del antiespecismo con otras formas de dominaci n, un an lisis de las opresiones en t rminos anal gicos se hace insuficiente. No s lo porque esas analog as suelen ser violentas y descuidadas, sino porque no recurren a una genealog a com n para integrar sus estrategias, direccionar sus acciones y comprometerse con la interseccionalidad como metodolog a (Akotirene, 2018). Teniendo en cuenta lo anterior, a continuaci n sostendremos que la construcci n decolonial de transfeminismos antiespecistas puede presentarse como una respuesta articulada e interseccional de resistencia.

 

V. El transfeminismo antiespecista como resistencia contracolonial

Para Paul B. Preciado (2014a) el humanismo invent un cuerpo distinto al que llam humano: un cuerpo soberano, blanco, heterosexual, sano, seminal ( ). Libertad, igualdad, fraternidad. El animalismo desvela las ra ces coloniales y patriarcales de los principios universales del humanismo europeo . En efecto, como hemos argumentado, la figura del Hombre no es sin nimo de lo humano sino que ha sido una tecnolog a colonial que, para desplegar su imperio de lo universal , ha tornado sacrificables las vidas de los dem s animales y las vidas de quienes, en palabras de Donna Haraway, nunca hemos sido humanes (2007, pp. 17-18). Este ltimo punto patentiza la relevancia de pensar c mo la categor a de animalidad ha sido un lugar bajo el cual se han clasificado los cuerpos definidos como apropiables y sacrificables. No obstante, la ret rica de la animalidad no opera de manera homog nea ni produce los mismos efectos para todos los cuerpos subalternizados. Para abordar dicha cuesti n, cobra especial relevancia la afirmaci n de Lugones seg n la cual la dicotom a humano/no-humano fue acompa ada de otras, incluida la dicotom a hombres/mujeres:

 

Estaba acompa ada por otras distinciones jer rquicas, entre ellas entre hombres y mujeres. Esta distinci n se convirti en la marca de lo humano y de la civilizaci n. S lo los civilizados eran hombres y mujeres. Los pueblos ind genas de las Am ricas y los africanos esclavizados se clasificaban como no humanos en su especie como animales, incontrolablemente sexuales y salvajes. (Lugones, 2014, p. 936)

 

El hombre europeo, burgu s, sano y colonizador era, en este escenario, el agente moral apto para tomar decisiones en nombre de la civilizaci n, al reunir caracter sticas como la cisheterosexualidad, el cristianismo, el cuerpo considerado sano por la modernidad, la racionalidad blanca europea, entre otros (Lugones, 2014). Sin embargo, la mujer europea, aunque burguesa, era vista s lo como un ser capaz de reproducir la raza blanca y, por tanto, esencial porque se reproduc a y era capaz de generar un ser humano blanco que, si era hombre, pod a mantener patrimonios y conquistar nuevas riquezas. Esto a trav s de su pureza sexual, su pasividad y su papel de sumisa al hombre blanco burgu s y europeo, lo que la convert a en un complemento accesorio, no en un agente civilizador per se. Esa visi n, seg n Lugones (2014), hac a que los colonizadores vieran a las personas colonizadas como sin g nero, es decir, exist a el sexo[13] como una categor a de dominaci n para esos individuos, pero no el g nero[14]. Dicho en otras palabras, las mujeres blancas cisg nero fueron condenadas al lugar de reproducci n del hombre blanco , mientras las mujeres negras fueron categorizadas como hembras , hipersexualizadas, violadas sistem ticamente para producir mano de obra esclava y estereotipadas como aptas para el trabajo esclavo.

Por su parte, en la matriz moderno-colonial, los deseos, identidades, expresiones de g nero y pr cticas sexuales disidentes y no-normativos, as como los cuerpos discas, lisiados y tullidos han sido animalizados y, parad jicamente, codificados como desviados ; siendo estigmatizados por desobedecer a un orden supuestamente natural, a saber, el de la diferencia sexual, la heterosexualidad, o la normalidad corporal-mental-funcional. As , de un lado, los dem s animales se han instrumentalizado para representar las conductas humanas normales, pero, del otro lado, la transgresi n a las normas heterocisexuales y capacitistas, en la medida que implica desobedecer al orden de lo humano, ha supuesto que las identidades y cuerpos no-normativos queden del lado de la animalidad, y con ello, del lado de la inferioridad. En este sentido, se han se alado las formas contradictorias en las cuales las normas de g nero se relacionan con la animalidad (Giffney y Hird, 2008).

En efecto, como indica Calarco (2021, p. 110), una objeci n frecuente contra los cuerpos y existencias queer es que sus acciones son antinaturales , es decir, que van en contra de las estructuras sexuales biol gicas supuestamente universales que se encuentran en el mundo natural y animal. Las estructuras universales que se suponen operativas aqu son la reproducci n heterosexual , el binomio macho-hembra y los roles tradicionales de parentesco. Estos supuestos, que asocian la noci n de naturaleza a la reproducci n, han implicado, como se ala Alice Gabriel, que los cuerpos con capacidad de gestar sean condenados a la reproducci n obligatoria, a la par que la ecuaci n de la sexualidad con la procreaci n se ha utilizado para afirmar que sexualidades queer se hallan precisamente en contra de la naturaleza (2011, p. 160). Entonces tenemos que, por un lado, las personas gays, lesbianas, bisexuales, les intersex y las identidades no cisg nero han sido capturadas bajo la gram tica de un desv o contranatural y, por otro lado, que han sido vistas parad jicamente como m s cercanas a la naturaleza por -supuestamente- no poder controlar sus instintos animales desbordantes.

Este ltimo punto explica que los deseos, los cuerpos y las sexualidades no-normativas hayan sido ubicadas en el reverso de lo humano. Como se ala Gabriel Giorgi, las experimentaciones con la identidad de g nero y con el sexo anat mico ponen en cuesti n tambi n la pertenencia a la especie: salirse del g nero normativo es siempre, en alguna medida, salirse de la especie; la reconocibilidad de la especie humana pasa por tener un g nero legible, identificable (2013, p. 7). Es decir, las existencias desviadas de la norma cisheterosexual son vistas bajo las lentes de una salvajer a asociada a ciertas formas de habitar el cuerpo y el mundo. Su clasificaci n como animales salvajes ha permitido que se justificaran violencias y disciplinamientos hacia tales cuerpos, bajo la creaci n cultural de un imaginario en torno a su supuesta monstruosidad que solo se puede curar a trav s de la reafirmaci n de una cisheterosexualidad domesticada. Por dicha raz n, si queremos contraponernos a la norma heterosexual operativizada por la modernidad-colonial, no solo tenemos que desafiar a la naturalizaci n de la heterosexualidad sino tambi n poner en cuesti n la heterosexualizaci n de la naturaleza (Gaard, 1997) a partir de la cual los dem s animales han sido instrumentalizados para representar el comportamiento social humano normal . Como indica Myra Hird:

 

Independientemente de que el comportamiento homosexual se siga considerando una desviaci n de la norma heterosexual, existe una lista de otros comportamientos sexuales clasificados como anormales que pocos cuestionan. El sexo entre especies diferentes es uno de ellos. (...). En resumen, los organismos vivos no humanos muestran una gran diversidad de comportamientos sexuales. Pero los organismos vivos no humanos tambi n muestran una gran diversidad de sexos. Los no humanos evitan la suposici n de que el sexo implica dos (y s lo dos) entidades distintas (y opuestas) (hembra y macho) y, adem s, que estos dos sexos se complementan conductualmente. Pr cticamente todas las plantas y muchas especies animales son intersexuales. Es decir, los organismos vivos suelen tener ambos sexos simult neamente, lo que significa que en realidad no hay dos sexos. La mayor a de los hongos tienen miles de sexos: el Schizophyllum, por ejemplo, tiene m s de 28.000 sexos ( ). Los organismos vivos tampoco son gen ticamente dim rficos en cuanto al sexo. Los estudios sobre personas con condiciones intersexuales revelan que hay muchas variaciones de sexo en los seres humanos: XXY, XXXY, XXXXY, XXYY y XXXYY, por nombrar s lo algunas. Tambi n existe una gran diversidad en las estructuras cromos micas de los animales no humanos ( ). Algunas especies de reptiles y anfibios no tienen cromosomas sexuales, y el sexo de las cr as viene determinado por la temperatura de incubaci n de los huevos. El ornitorrinco tiene cinco cromosomas X y cinco cromosomas Y. (Hird, 2008, pp. 235-236)

 

Contra la norma heterosexual es preciso afirmar que la animalidad es queer, puesto que la diversidad sexo-gen rica en la vida animal socava la noci n de diferencia sexual y el presupuesto de que el comportamiento heterosexual es natural. Pero no se trata, siguiendo a Carla Freccero (2018, p. 431), de querer naturalizar la homosexualidad m s all de lo humano, sino de disputar la idea misma de identidad, de deconstruir las taxonom as del humanismo colonial para as poder reconfigurar otros modos de vida e invocar la existencia de una heterogeneidad irreductible de sexos, g neros y sexualidades (Preciado, 2018). En este punto cabe recordar que Judith Butler (2007) sostuvo que la materializaci n de los cuerpos engenerizados no es esencial, sino que se devela como el resultado de la iteraci n de gestos corporales y discursivos en coherencia (o no) con las normas de g nero, por lo cual no es posible identificar una esencia atemporal del sexo . En realidad el g nero es el resultado de la repetici n de discursos y pr cticas que refuerzan la construcci n binaria de cuerpos codificados como varones o como mujeres o machos o hembras . Es aqu donde los movimientos contrasexuales, queer/cuir y/o intersex se convierten en movimientos y pol ticas que pueden ser de divergencia, de desviaci n de la norma, al abrirse a m ltiples posibilidades.

Ahora bien, lo recorrido hasta ac nos permite poner en cuesti n y revisar varios presupuestos y concepciones que han sido una constante en algunos feminismos antiespecistas m s difundidos, debido a que estos se han centrado en abordar las relaciones entre g nero y especie, sin prestar atenci n a otras formas de dominaci n. Si bien no podemos desconocer que los feminismos antiespecistas han sido fundamentales para indicar que la dominaci n de los animales es indisociable del sexismo, consideramos que tambi n es vital cuestionar los an lisis que presuponen una concepci n binaria del g nero. En este punto no podemos dejar de nombrar el trabajo de Carol Adams (1999), quien present un enfoque feminista del veganismo, basado en el argumento de que, en Occidente, sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XX, existe una conexi n hist rica y cultural entre el consumo de carne y el poder masculino. Su aporte principal es que el antropocentrismo se articula con la l gica patriarcal, debido a que esta se basa en la instrumentalizaci n com n de los cuerpos de animales no humanos y de las mujeres.

Lo problem tico aqu es que, al tratar a hombres y mujeres como nociones universales, Adams ignora las relaciones de poder de clase y raza, con lo que socava los planteamientos sobre el an lisis interseccional y antirracista que expone en otras partes de su trabajo (Hamilton, 2009b, p. 281). En efecto, al sostener un esquema dualista donde los hombres aparecen vinculados al consumo de carne , mientras las mujeres y los animales aparecen como objetos de consumo, se invisibilizan otros modos diferenciales de habitar el sexo/g nero. El enfoque de Adams no considera a las masculinidades no hegem nicas, es decir, hombres trans, cuerpos no binarios o masculinidades l sbicas, entre otras, que han sido hist ricamente animalizados (Gonz lez, 2019). De hecho, la propuesta de Adams, al centrarse en la noci n de mujer como categor a universal, reproduce los gestos de exclusi n del feminismo blanco que fueron denunciados, a fines de los 80, por los feminismos negros y lesbianos, lo cual trae por consecuencia que su feminismo antiespecista excluya a todos aquellos cuerpos, existencias y reivindicaciones que no coinciden con la norma de la mujer cisg nero, blanca, heterosexual y del norte global.

Asimismo, al sostener que existe una continuidad entre el ciclo de objetivaci n, fragmentaci n y consumo de las mujeres con el descuartizamiento y desmembramiento de los animales no humanos, Adams se basa en un enfoque que silencia las voces de las trabajadoras sexuales. Al respecto, Hamilton ha se alado que el argumento de Adams no s lo invisibiliza la agencia de las trabajadoras sexuales, sino que adem s va en oposici n de cierta confluencia, en algunos c rculos de activistas, entre la defensa de las trabajadoras sexuales y la defensa de los animales no humanos. Al esencializar de este modo las experiencias de diferentes subjetividades bajo el concepto de mujer , Adams instrumentaliza la vida de las trabajadoras sexuales como un medio ret rico para sus propios fines te ricos altamente abstractos (Hammer, 2011). Para enfatizar este punto, Hamilton (2009b) se hace eco de las palabras de la activista trans, antiespecista y trabajadora sexual Mirha-Soleil Ross, quien se ala:

Si alguien va a empezar a escribir art culos y a desarrollar teor as que vinculen la carne con la pornograf a y la prostituci n y la llamada objetivaci n de los cuerpos de las mujeres, entonces insisto en que nosotras -como prostitutas y trabajadoras sexuales- seamos las primeras en ser consultadas sobre estos temas. (Vaughan, 2003)

M s a n, otro de los puntos problem ticos del an lisis de Adams es que para ella la opresi n del cuerpo animal en la producci n industrial de carne es an loga a la opresi n de las mujeres en el patriarcado. La opresi n sobre dichas corporalidades es analogable, para Adams, desde la categor a de consumo: las mujeres son consumidas visualmente, mientras los dem s animales son literalmente consumidos. Su noci n de referente ausente sostiene que las mujeres est n atrapadas en un ciclo similar de violencia sexual, debido a que las pr cticas de representaci n patriarcal trabajan para animalizar el cuerpo femenino, de manera que lo fragmentan metaf ricamente. Dicha tesis sobre las opresiones interconectadas tiene por correlato la defensa de un veganismo que es concebido como una expresi n pol tica de una tica que recupera las subjetividades compartidas de las hembras de todas las especies.

Incluso, bajo la justificaci n del referente ausente, la autora realiza analog as entre la violaci n de mujeres y la inseminaci n forzada de hembras animales para la reproducci n, sin discutir la diferencia entre las categor as de mujer y hembra o el origen diferencial para esos actos, ambos atroces. Lo objetable de tal postura, como bien puntualiza Hamilton (2019), es que la autora hace demasiado hincapi en la capacidad biol gica reproductiva como punto de identificaci n entre las mujeres y las hembras de otras especies. Estas afirmaciones, dice Hamilton, refuerzan la idea de que la feminidad se define por la maternidad y que las hembras de todas las especies est n unidas en el victimismo. De esa forma, Adams plantea un reduccionismo biol gico en el cual el sexo, bajo una mirada binaria y dim rfica, aparece como el origen del g nero, presentando una mirada determinista, biologicista, endosexual[15] y transexcluyente.

Asimismo, la propuesta de Adams al suponer una primac a del g nero por sobre otros ejes de dominaci n, invisibiliza las distintas experiencias de g nero por parte de personas racializadas, con discapacidades, pobres, campesinas, gordas, etc. Por ejemplo, Santo (2019) apunta que el consumo de cuerpos negros no se da en una operaci n simb lica como sugiere Adams con el concepto de referente ausente , debido a que, por ejemplo, en Brasil, un joven negro es asesinado por la polic a cada 23 minutos (Atlas da Viol ncia, 2021). Lo mismo sucede con las mujeres encarceladas, y eso queda bastante evidenciado cuando miramos datos sobre el tema, que apuntan que 68% de las mujeres en prisiones brasile as son negras (Observatorio do 3 Setor, 2019). De esta forma, con base en una mirada interseccional, no existe una posibilidad de priorizar el combate al sexismo cuando esta opresi n afecta de forma diferencial a las disidencias sexo-gen ricas. Lo mismo podr a ser desarrollado con relaci n a las transexualidades, las cuales ponen en cuesti n el binomio macho-hembra, y se presentan como cuerpos altamente violentados por las normas cisg nero (Jesus, 2014).

Adem s, el presupuesto heterosexual diseminado por diversas corrientes de feminismos no comprometidos con las perspectivas cis-heterodiscordantes termina por afectar tambi n la relaci n entre la normatividad y la naturalizaci n o naturaleza. Ese cuestionamiento es una tarea imprescindible para los antiespecismos, debido a que las relaciones humano-animales est n altamente condicionadas por el r gimen heterosexual, y dado que, como hemos indicado, se han utilizado argumentos biologicistas para afirmar la supuesta naturaleza de la normatividad de sexo-g nero. Creemos entonces que pensar en transfeminismos antiespecistas es de suma importancia si tenemos en cuenta que el dimorfismo sexual y la presuposici n de la heterosexualidad han sido altamente funcionales a la normalizaci n y la explotaci n de los dem s animales. Adem s, es necesario pensar un antiespecismo relacionado al activismo LGBTI+ dado que la deshumanizaci n de cuerpos cisheterodiscordantes es una operaci n animalizadora presente en la modernidad-colonial. Al respecto, el Colectivo Jaur a, en uno de sus fanzines, indica que:

el transfeminismo es un paraguas donde caben todas estas luchas, donde cabemos todas en nuestra amplia diversidad y m s all del individualismo. No queremos liberarnos si no es juntas y en colectiva, no creemos que podamos ser libres si estamos oprimiendo a otras. ( 2016, p. 9)

De ah la importancia de establecer apuestas transfeministas antiespecistas que no presupongan la identidad y la universalidad del sujeto mujeres . Es preciso articular transfeminismos antiespecistas que establezcan apuestas interseccionales que consideren a la identidad de g nero, la orientaci n sexual, la ubicaci n geopol tica, la raza y la clase, entre otras, como ejes fundamentales para cuestionar la estructuraci n de la opresi n basada en la especie; y, a la vez, visibilicen los modos en que las sociedades occidentales han animalizado a aquellos cuerpos que no responden a las normas de lo cis-hetero-patriarcal. Tal como dice Paul B. Preciado (2016):

Emergen de este cuestionamiento nuevos feminismos de multitudes, feminismos para los monstruos, proyectos de transformaci n colectiva para el siglo XXI. Estos feminismos disidentes se hacen visibles a partir de los a os ochenta cuando, en sucesivas oleadas cr ticas, los sujetos excluidos por el feminismo biempensante comienzan a criticar los procesos de purificaci n y la represi n de sus proyectos revolucionarios que han conducido hasta un feminismo gris, normativo y puritano que ve en las diferencias culturales, sexuales o pol ticas amenazas a su ideal heterosexual y euroc ntrico de mujer. Se trata de lo que podr amos llamar con la l cida expresi n de Virginie Despentes el despertar cr tico del "proletariado del feminismo", cuyos malos sujetos son las putas, las lesbianas, las violadas, las marimachos, los y las transexuales, las mujeres que no son blancas, las musulmanas... en definitiva, casi todos nosotros. (p. 263)

Ahora bien, el transfeminismo antiespecista hace parte de una tradici n transfeminista que se ocup de transformar la agencia de las voces en un fen meno m s que humano, borrando l mites de especie. En ese proceso de desmitificar la pasividad animal y alejarse de las dicotom as de hombre/mujer, humano/no-humano, naturaleza/cultura, es posible indicar la indisociabilidad entre la contracolonialidad, el antiespecismo y el feminismo. Tal como ha sido trabajado anteriormente, el movimiento de decolonizar los feminismos debe venir acompa ado de una cr tica al especismo, dado que este tambi n es una opresi n arraigada en las dicotom as coloniales de la modernidad (igual que la opresi n racial, de g nero, de capacidad, etc.). Por dicha raz n, un antiespecismo transfeminista se presenta como una forma de resistencia colonial que se configura como un conjunto de articulaciones, iniciativas y resistencias que permitan, potencialmente, deconstruir y desplazar m todos y discursos provenientes de la ret rica socio-pol tica colonial (Davidson, 1974, p. 62). De este modo, tal tarea implicar a asumir el compromiso de visibilizar la diversidad de los cuerpos y formas de vidas tanto humanas como animales e iluminar las formas en que las relaciones entre humanos y animales podr an crear nuevas posibilidades para la vida, as como las formas en que los cuerpos animalizados han sido hist ricamente exterminados en nombre del dispositivo colonial.

 

VI. El antiespecismo tambi n puede ser capacitista: hacia un animalismo crip

 

Seg n Andrade (2015), la l gica capacitista se configura como una opresi n estructural que codifica a las existencias de personas con discapacidad como insuficientes, monstruosas, incompletas e ineptas simplemente por poseer capacidades-otras que las del humano considerado en la modernidad como sano y racional. Sabemos que esto se debe a que se construy un ideal de cuerpo, de funcionamientos y de capacidades para la especie humana con base en una humanidad blanca, colonial y hegem nica, mientras aquellas personas que no corresponden a este ideal son consideradas menos humanas y por lo tanto inferiores tico-pol ticamente. De ah que sea fundamental pensar el anticapacitismo como una lucha indisociable de un abordaje sobre la animalidad y la colonialidad.

Al respecto, los estudios de la discapacidad y sus cr ticas al dispositivo capacitista como vector de opresi n han incentivado una incipiente reflexi n sobre la animalidad y su articulaci n con la l gica antropoc ntrica (Taylor, 2017; Nocella et al., 2019; Taylor et al., 2020; Chen, 2012; Gruen y Probyn-Rapsey, 2018; Lundblad, 2020). Por un lado, dichos estudios se han centrado en la forma en las cuales las personas con discapacidades f sicas, sensoriales, intelectuales o ps quicas, se encuentran oprimidas por discursos, tecnolog as de poder y fuerzas institucionales capacitistas; siendo incluso condenadas a la muerte o al abandono. Esto ha implicado que dichas formas de vida hayan sido consideradas a menudo como no plenamente humanas o como una curiosidad patol gica (Gabbard, 2015, p. 98). Al privilegiar a los humanos calificados como normales , el capacitismo arroja a situaciones de precarizaci n a quienes no cumplen con determinados par metros de normalidad corporal, lo cual no s lo incluye a las personas con discapacidad, sino que adem s afecta a les disidentes sexuales, a las personas negras e ind genas, y, en general, a las existencias calificadas como anormales, primitivas y/o salvajes. De hecho, Sunaura Taylor, activista antiespecista y anticapacistista, indica que durante la modernidad la clasificaci n de varias poblaciones humanas como eslabones perdidos de la evoluci n se realiz a partir de definiciones sobre la (dis)capacidad, las diferencias f sicas y mentales y la dependencia (2017, pp. 30-31).

En efecto, es durante fines del siglo XIX y principios del XX que se despliegan en Europa y Estados Unidos una serie de espacios de encierro, exhibici n y espect culo, tales como zool gicos, museos, freaks shows , exposiciones etnogr ficas o circos. Para Taylor, dichas exhibiciones legitimaban el racismo cient fico, la expansi n imperial, la colonizaci n y el miedo a la discapacidad, porque pretend an ser, en palabras de Jo Johnson, una prueba viviente de la inferioridad de las personas de color, los pueblos ind genas, de las personas discapacitadas y de los otros animales (2020, p. 62). Incluso puede decirse que no hay l mites claros que separen claramente estos espacios de exhibici n. La animalidad se exhib a en los freaks shows , mientras los animales ex ticos de zool gicos y circos eran contemplados como freaks (p. 62). Adem s, los cuerpos racializados eran exhibidos junto a los animales salvajes con el objetivo de mostrarlos en un supuesto estado natural . De modo que el exotismo de los animales salvajes est entrelazado con las experiencias de los zool gicos humanos (Mason, 2006) y con la categorizaci n de sujetos racializados como eslabones perdidos entre los humanos y los simios.

Por eso, ante la necesidad de un antiespecismo atento a las cuestiones referentes a la colonialidad, se establece una necesidad tico-pol tica de repensar la animalidad y su relaci n con el capacitismo. En este sentido, Taylor ha argumentado que la defensa de los animales y la defensa de las personas discapacitadas deber an entenderse como inevitablemente entrelazadas. No nos basta con ser antiespecistas y clamar una interseccionalidad si la inclusi n de los animales no humanos en la tica se da a trav s de argumentos capacitistas, como ha sido el caso de Peter Singer. En esta falsa inclusi n, nos encontramos ante un antiespecismo que incluye a los dem s animales en el campo de la moral, pero que, para ello, necesita instrumentalizar a las existencias afectadas por el capacitismo y el cuerdismo (Taylor, 2017). Esa forma de antiespecismo no logra, entonces, enfrentar la estructura opresiva como un todo y termina por ser una herramienta de reedici n de jerarqu as basadas en una lectura de la diferencia que destituye algunos cuerpos de importancia tico-pol tica.

El antagonismo entre los derechos de los animales y los derechos de las personas con discapacidad data de hace cuatro d cadas cuando Singer public precisamente Animal Liberation (1975). Como te rico utilitarista, Singer elabora argumentos morales sobre la base de la capacidad de cualquier ser en sentir placer o dolor, sean humanos o no. Para l, si no se considera la capacidad de sufrimiento de los animales no humanos se prioriza injustificadamente a la especie humana por encima de otras. Sin embargo, su argumento va m s all del mbito del sufrimiento f sico animal-humano. Al delegar la identidad de persona nicamente a humanos considerados capacitados -los humanos sanos seg n la jerarqu a colonial capacitista- por su posibilidad de imaginar un futuro, Singer establece una nueva jerarqu a moral excluyente, donde las personas con discapacidad intelectual, los ni os, algunas personas en estado llamado, de forma peyorativa, vegetativo y algunos animales ocupan un lugar de menor consideraci n tico-pol tica. Con esta afirmaci n, Singer deval a la vida de muchas personas discapacitadas y recalca que, debido a que muchas vidas de discapacitados se ven empa adas por el sufrimiento, su menor calidad de vida socava la suposici n de que todas las vidas humanas son iguales.

Al respecto, Sunaura Taylor indica que la teor a singeriana ofrece poco m s que un riesgo para las personas con discapacidad (2017, p. 68). Taylor lamenta que Singer no haya dejado su argumento en su forma m s simple, en el principio de igual consideraci n basada en la sensibilidad, debido a que su argumentaci n con base en la capacidad de razonar hacia un futuro (un razonar colonial logoc ntrico) ha tenido tremendos efectos pol ticos y devastadoras consecuencias. Por dicho motivo, los activistas anticapacististas han sido hostiles no s lo al trabajo de Singer, sino tambi n a los derechos de los animales en general, porque los ven como una amenaza a su propia existencia, que es desviante de la norma capacistista. Durante un debate con Singer, por ejemplo, la activista Harriet McBryde Johnson (2003) deliberadamente coloc una piel de oveja en su silla de ruedas y defendi su "bendita ignorancia" sobre la explotaci n de animales de granja. Johnson, quien llama a Singer como un "hombre que me quiere muerta", se niega a ubicar a los animales no humanos bajo la categor a de persona sobre la base de una l gica que podr a poner en peligro su propio derecho a una vida digna.

En lugar de denunciar los derechos de los animales como una amenaza, Taylor toma un rumbo diferente. Ella rebate a Singer dentro de su propio terreno te rico debido a que sostiene que los argumentos singerianos que comparan los dem s animales con los seres humanos psico-diversos, al tomar por medida los sujetos neurot picos humanos, contribuyen a reproducir el especismo y el capacitismo. Una posici n antiespecista reconocer a que las mentes animales son propiamente complejas y que el criterio de consideraci n moral centrada en la sintiencia no debe negar que otras formas de vida tambi n merecen una respuesta tica.

Incluso la capacidad de imaginar el futuro, un rasgo esencial en el marco de Singer, no es una categor a discreta, como se podr a suponer. Taylor reflexiona sobre c mo su cuerpo discapacitado la obliga a experimentar el tiempo m s lentamente, con diferentes referenciales, y por eso se configura como una experiencia de tiempo posiblemente no tan diferente de algunos animales. Para Taylor, es f cil saltar de un tiempo-crip a lo que podr amos llamar tiempo-animal en el caso de especies cuya vida til es de s lo unas pocas horas, d as o semanas (Taylor, 2017, p. 132). Mientras la concepci n del tiempo de Singer se arraiga en las nociones occidentales de progreso y objetivos orientados al futuro, el tiempo-crip nos pide que pensemos en un tiempo variable y cambiante porque depende de nuestras formas de habitar un cuerpo, que podr an no estar en sinton a con las normas capacitistas.

En lugar del concepto central de especismo de Singer, Taylor emplea el concepto de capacitismo como la creencia de que algunos cuerpos son m s importantes que otros porque parecen sanos, naturales, y completos. La autora vincula el capacitismo al especismo porque lo usa como hilo conductor para el entendimiento de que la opresi n animal est vinculada a la normatividad corporal e intelectual. Esta es una de las contribuciones te ricas m s importantes de Taylor, pues esboza una historia que comienza en la antigua Grecia para mostrar c mo la opresi n de las personas discapacitadas y la de los animales han estado conectadas. La afirmaci n de que el lenguaje es lo que separa a los animales de los humanos es bien conocida, e incluso todav a encuentra adherentes, como Noam Chomsky, quien recientemente escribi un libro en este sentido con Robert Berwick (2015). Lo que se nota con menos frecuencia es el corolario de Arist teles: que escuchar tambi n es necesario para la comunicaci n y, por lo tanto, para el pensamiento, lo que significa que, para Arist teles, las personas sordas eran menos que humanas.

En este sentido, Taylor llama la atenci n sobre c mo el capacitismo condiciona el modo en que se entiende la animalidad en el discurso occidental. Esto se debe a que las afirmaciones sobre lo que hace que la vida humana sea ontol gicamente distinta y moralmente valiosa no s lo se han desplegado para excluir a los seres humanos con discapacidades, sino que adem s han implicado que los animales sean concebidos como inferiores, por carecer de determinadas caracter sticas consideradas propiamente humanas, a saber: raz n, lenguaje, autonom a, autoconciencia, etc. (Taylor, 2017; Taylor et al., 2020). Es decir, al desvalorizar a los animales por considerar que no tienen ciertas capacidades que har an de los humanos seres superiores, el especismo parece operar de manera indisociable con el capacitismo. Tambi n Geertrui Cazaux ha llamado la atenci n sobre este punto:

 

El especismo es en s mismo un capacitismo, puesto que se trata de la discriminaci n de los otros animales porque no poseen ciertas capacidades. A lo largo de la historia, varias capacidades han supuesto la l nea que delimita el dar estatus moral a algunos y negarlo a otros: tener la capacidad de hablar, tener la capacidad de razonar, tener ojos que miran hacia adelante, caminar sobre dos piernas... Esto tambi n tuvo implicaciones para los humanos que no poseen esas capacidades; quienes no pueden hablar, quienes no pueden ver, quienes no pueden razonar eran o a n son vistos como menos humanos. Las personas con discapacidad han sido vistas, incluso, como el eslab n perdido entre animales y humanos. (2019)

 

M s a n, Taylor (2017) subraya que, desde la perspectiva del modelo social de discapacidad, puede afirmarse que todos los dem s animales est n oprimidos por el capacitismo debido a que ser capaz , seg n los est ndares del mundo moderno-colonial, es ser un humano que cumple con los par metros de la capacidad obligatoria (Mcruer, 2020). Todos los animales no-humanos son crip , dado que el cuerpo capacitado que el capacitismo perpet a y privilegia es no s lo capaz sino siempre humano (Taylor, 2017, p. 53). Denominar crip a los animales es un modo de identificarlos como cuerpos que han sido oprimidos por el capacitismo y una manera de desafiarnos a cuestionar nuestras ideas sobre c mo se mueven, piensan y sienten los cuerpos (p. 53) y, por tanto, una forma de desestabilizar las l gicas que sostienen que un cuerpo sea considerado un cuerpo valioso y habitable, mientras otro es considerado explotable y desechable.

Ahora bien, el capacitismo no oprime de manera homog nea a todos los cuerpos animales. Por un lado, a los otros animales con discapacidades se los considera antinaturales , aberrantes , peligrosos , por no responder a determinadas normas corporales. La consecuencia de dicho prejuicio, seg n Taylor, es su condena a muerte, sea por su incapacidad para funcionar como bestias de carga , por asumir que su vida no es digna de ser vivida o por considerar que son peligrosos. Para ilustrar este punto, Taylor cuenta la historia de un zorro que comparte con ella la condici n de artrogriposis. Un granjero dispara a ese zorro porque consider ten a un andar anormal y parec a estar enfermo, sin embargo, el zorro ten a una importante masa muscular, y su est mago conten a una gran cantidad de alimentos, con lo cual se puede concluir que llevaba una vida plena. Al dispararle su intenci n parece ser asesinar al animal por compasi n (una especie de muerte piadosa) o por miedo (tal vez asumiendo que el zorro ten a una enfermedad contagiosa). No obstante, este zorro parec a estar muy bien. Al reflexionar sobre dicha historia, Taylor sostiene que los prejuicios que mantenemos sobre los cuerpos de las personas con discapacidad son tan profundos que proyectamos esta capacidad humana sobre los animales no humanos, al punto de considerar que ciertas vidas animales no son dignas de ser vividas por no responder a cierta normatividad corporal. Dicho en sus palabras cuando las discapacidades ocurren, asumimos que la naturaleza seguir su curso , que el proceso natural para un animal discapacitado es morir, haciendo que los animales vivos discapacitados no s lo sean aberrantes sino antinaturales (2017, p. 35) Frente al prejuicio capacitista de que s lo sobreviven los m s aptos, Taylor destaca dichas historias de animales discapacitados que sobreviven y prosperan, as como evidencias de que algunos pueden reconocer cuando otro animal necesita ayuda.

Por otro lado, la autora observa que el capacitismo, conjugado con la l gica del capital, ha supuesto que los animales que circulan como mercanc as sean modelados y fabricados para ser discapacitados. No s lo por las condiciones de encierro, hacinamiento, estr s, dolor e insalubridad de las granjas industriales, sino que tambi n son mutilados, modificados gen ticamente, y controlados a nivel sexual y reproductivo con la finalidad de volverlos superproductivos , al costo de padecer existencias sumamente dolorosas. Si, como dice James Stanescu (2013), el prop sito de la agricultura animal es la producci n de vida con el fin de producir cad veres para el consumo humano, la consecuencia de dicho proceso es la inducci n de discapacidad a los dem s animales para aumentar su productividad, as como el sacrificio de aquellos que son considerados no-productivos por encontrarse heridos y enfermos (Somers y Soldatic, 2020).

Frente al capacitismo colonial y especista, afirmar las diferencias corporales y apostar por la heterogeneidad misma de formas de vida se vuelve un compromiso ineludible para los antiespecismos. Taylor y Kelly Oliver insisten, al respecto, en el valor creativo de la discapacidad, ya que nos confronta con la multiplicidad de las posibilidades de vida. No se trata de idealizar situaciones de discapacidad, sino de desafiar la idea de que los cuerpos tullidos son indeseables, eliminables y que, en suma, no deber an existir. Para Taylor vivir con discapacidad brinda formas alternativas y creativas de interacci n con el mundo, al involucrar modos diferentes de movernos por el espacio y de habitar la temporalidad, desafiando los imperativos de eficiencia, progreso, independencia y racionalidad.

La cuesti n, a su juicio, no es negar las tremendas dificultades de habitar cuerpos crip, de ir en contra de la posibilidad de cura, o de negar las din micas institucionales de precarizaci n de la vida que afrontan las personas con discapacidad, sino de desestabilizar la idea de que la discapacidad es indeseable y de que la b squeda de un cuerpo normado es la nica respuesta posible. Antes bien, seg n Taylor, la liberaci n animal y la liberaci n crip son una invitaci n a celebrar la interdependencia, la agencia y las pol ticas de cuidado, pero no solo entre humanos sino tambi n con los otros no-humanos, precisamente porque los animales crip nos desaf an a considerar lo que es valioso acerca de la vida y lo que es valioso acerca de la variedad de la vida (Taylor, 2007). Incluso, afirmar dicha interdependencia quiz s suponga reconocer, siguiendo a Kelly Oliver, la responsabilidad tica de compartir el planeta incluso con aquellos con quienes no compartimos un mundo (2020, p. 121). No porque compartamos capacidades comunes sino m s bien por lo que no podemos compartir, es decir, la singularidad de las formas irreparables en las que todos somos inadaptados compartiendo el mismo planeta (Oliver, 2020, p. 121).

De este modo, en lugar de ver a las personas discapacitadas y enfermas como deficientes cuando se las compara con una norma ideal, las autoras apuestan por una valoraci n positiva de los modos singulares y encarnados en los cuales se despliegan las relaciones entre diferentes existencias. Al respecto, Taylor comenta que muchas veces debe utilizar su boca, en lugar de sus manos, para poder mover elementos, lo cual no s lo supone una transgresi n de los l mites de lo que se considera sano , sino tambi n respecto al modo en que se debe habitar un cuerpo humano. Por dicha raz n, reconocer su vulnerabilidad animal es una manera de afirmar las m ltiples formas en que los cuerpos no normativos experimentan el mundo que los rodea (2017, p. 118). Al articular lo inefable, Taylor utiliza el espectro de los animales para ampliar las posibles coaliciones pol ticas y profundizar la cr tica radical al miedo de la "animalizaci n". Reivindicarse animal se transforma, bajo el paraguas de Taylor, en un acto anticapacitista y emancipador.

 

VII. Alianzas salvajes y resistencias animales: pensar desde la animalidad

 

Bajo la propuesta de reanudar, de forma interseccional, las disidencias pol ticas, proponemos buscar el lugar com n de una animalidad insurrecta. El hecho de que las existencias enfermas, cuerpos crips, personas LGBTI+, personas racializadas, mujeres, entre otros hayan sido localizadas del lado de lo animal, en una operaci n de inferiorizaci n a partir de la modernidad, permite pensar en la animalidad como un lugar de encuentro. Un lugar de encuentro pol tico, con potencia de desmantelar algunas de las opresiones, incluido el especismo. A partir de una reivindicaci n de una alianza animal y salvaje, se pone en cuesti n la soberan a del hombre cisheterosexual y blanco sin necesariamente hacer uso de analog as u otras estrategias de sensibilizaci n descuidadas que fueron tratadas durante este art culo.

En la novela La Informaci n (1995) Martin Amis se ala que el ser humano ha sido destronado paulatinamente como centro del Universo. Y si esto comienza con Cop rnico y su cambio de paradigma con respecto a la posici n espacial de la Tierra, contin a con Darwin, y el cambio de paradigma cient fico y filos fico que implic sostener que somos productos de las mismas leyes evolutivas que dieron origen a todos los dem s animales (y a la vida). Es en este contexto que el pensamiento anclado en la animalidad puede presentarse como una forma de resistir a los l mites impuestos por el pensamiento humanista, restringido por la centralidad humana y concretado en un monopolio occidental. Los animales, pues, por su multiplicidad de formas de vida y posiciones en la sociedad, pueden presentar respuestas diferenciales a cuestiones planteadas como centrales por la filosof a de Occidente.

Es a partir de estos puntos que se desarrolla en esta secci n la propuesta de un concepto de pol tica animal o filosof a animal. No una pol tica y filosof a que se impone, sino que se crea y recrea colectivamente. Desde el reconocimiento de que la irrupci n animal es un desaf o a una l gica, una filosof a y un saber human sticos, avanzamos hacia la construcci n colectiva de un pensamiento que termine por destronar al ser humano como centro del universo (como nos dice Amis). A partir de alianzas, afectos, comportamientos, saberes y pol ticas animales, los l mites de nuestras concepciones se ensanchan para trazar caminos nunca antes explorados. Porque el binarismo especista, como todo binarismo, es colonial y aleja a los animales humanos de lo que tenemos de m s insurgente: el salvajismo como resistencia, el juego como forma de pertenencia, la interacci n como inevitable. Las minor as pol ticas animales viven junto a nosotres (minor as pol ticas humanas), con sus propias formas de auto(des)organizaci n. Al fin y al cabo, pensar en la animalidad es pensar en una insurrecci n del saber, es pensar en un cambio de referencia capaz de responder no s lo a las preguntas de otras especies, sino tambi n a cuestiones sociales, existenciales, afectivas o pol ticas de la humanidad. Por eso les invitamos: aprendamos de las ara as, de las vacas, de las gallinas, de los peces y de la vida que nos rodea. No solo de manera folcl rica, sino de manera pr ctica, para orientar el pensamiento hacia la superaci n de los l mites de la humanidad.

Es que ya no soportamos m s el imperio de la maquinaria colonial, racista, especista y heterocis-capacitista. Esta maquinaria est orientada a domar nuestros pensamientos y limitarlos, haciendo v lido y valioso solo lo que se ajusta a la l gica especista y colonial. Esta maquinaria, entonces, nos humaniza para que limitemos nuestras posibilidades de existencia, nuestras interacciones y contactos. Tal vez sea el momento de dejarnos irrumpir por aquellas formas de vida animales que, en su incalculable heterogeneidad, subvierten la dominaci n antropoc ntrica que se vuelca sistem ticamente sobre sus cuerpos. Porque si la maquinaria especista se inscribe con sangre en la piel de los cuerpos animales model ndolos a cada paso , sus actos de resistencia persisten de manera cotidiana en los ara azos, patadas, mordidas y picotazos, en los intentos de fuga de los cerdos cuando se lanzan del cami n que los transporta entre ciudades. Esas voces animales que se hallan atrapadas en los agujeros inaudibles de nuestra cotidianidad emergen en sus insurrecciones, haciendo brechas en las vallas y muros antropoc ntricos para, con ello, intentar escaparse de la despiadada sentencia de muerte de los mataderos.

En este sentido, comprender los modos en que la colonialidad inscribe y distribuye los cuerpos es clave en cuanto abre un espacio de alianza entre diferentes formas de vida y minor as pol ticas que han sido capturadas bajo cierta gram tica de dominaci n y, a su vez, han reconfigurado dicha gram tica en sus ejercicios de resistencia. De ah la necesidad de repensar nuestras pol ticas afectivas marcadas hist ricamente por el humanismo colonial. De hecho, la pol tica afectiva es algo que determina, en parte, cu les son las existencias dignas de ser amadas y cu les son las indignas de amor, tambi n cu les muertes se lloran y cu les no. Y entre reflexiones y mucho dolor, especialmente dado el horrible escenario pol tico en Brasil y Argentina y en el mundo no podemos evitar pensar en las pol ticas afectivas que delimita el antiespecismo. Qu lugar tienen los animales en nuestras pol ticas afectivas[16]? A partir de esto, no ser a importante entender las pol ticas afectivas que ya existen en la animalidad como fuente de inspiraci n para nuestra propia forma de alianzar algunas animalidades humanas? Qu tan antropoc ntrico ser a pensar que las pol ticas de afecto animal solo existen una vez que las reconocemos y nombramos?

Qui n sabe, quiz s la animalidad puede ser concebida como un punto de encuentro para pensar alianzas entre cuerpos subalternos. Porque si la animalidad fue sometida al control de la m quina humanista, y si, adem s, m ltiples minor as pol ticas han sido ubicadas del lado de lo animal, entonces quiz s uno de los mayores desaf os sea imaginar pol ticas (m ltiples y heterog neas) que apunten a afirmar las vulnerabilidades animales como instancias alternativas para pensar las articulaciones colectivas y otras formas de habitar el mundo.

Las alianzas que toman como centralidad referencias sociales humanas, muchas veces se restringen al amor como nica fuerza motora de la trama relacional. Al respecto, recordemos que Paul B. Preciado (2014b) nos ofrece la lectura del amor como tecnolog a de gobierno de los cuerpos, como pol tica de gesti n del deseo. En este contexto, el amor, y no solo el amor rom ntico, pierde la magia de los libros de cuentos de hadas. Empieza a percibirse como real, como un brazo articulado con la realidad opresiva que se relaciona con cuerpos disidentes. Adem s, a trav s de la propuesta de Vir Cano (2020), llegamos a las valiosas y profundas palabras de Camila Sosa Villada (2021), cuando dice que el amor debe desfamiliarizarse, que el amor y la amistad son formas de expresi n insuficientes, ya que siempre pueden estar sesgadas por la formaci n de grupos que apuntan hacia las diferencias. Pero las alianzas? Las alianzas, en contraste, para Sosa Villada, ser an conexiones colectivas inesperadas, v nculos indescriptibles, innombrables y, por lo tanto, potencialmente transformadoras. Ante esto, c mo no pensar en la superaci n del amor por parte de la animalidad? C mo no pensar si el acto de lamer no trasciende el acto de amar (dentro de los par metros humanos)?

Tal vez, a partir de la animalidad podemos aprender m s sobre las alianzas, es decir, tenemos m s para aprender que para ense ar. Si andamos a tientas en un terreno muy rocoso e irregular, hay murci lagos y p jaros volando sobre nuestras cabezas, regocij ndose en la oscuridad. Es importante considerar que no estamos tratando de romantizar la naturaleza, de decir que es perfecta y no cruel. Tampoco estamos marcando la inexistencia del amor m s all de lo humano. Estamos se alando el hecho de que cuando una vaca suelta su cabeza del establo de engorde, tiende a soltar a las que est n a su lado. Por qu las animalidades no podr an reaccionar en alianza ante una situaci n extrema y opresiva? Por qu decir que esto es un rasgo humano cuando todo apunta a lo contrario?

La vaca que no se da vuelta y camina, la vaca que se queda y libera las cabezas de las otras en el establo de engorde no es movida por el amor. Ni por la sobrevivencia, si no, hubiera intentado huir tan pronto cuando tuvo su cabeza libre. Y no aceptamos la lectura seg n la cual es un instinto de conservaci n de especie . Este v nculo vacuno innombrable es quiz s, precisamente, una forma de alianza colectiva. Inexplicable, imposible de sentir, de tocar. Puede ser la contradicci n del no amor y el afecto en un solo acto. A partir de esto sostenemos que hay contradicciones capaces de mover estructuras, de ser sentidas por cuerpos y subalternidades subjetivas, con mucho que ense arnos. Reclamar una animalidad com n puede significar ampliar la posibilidad de alianzas. O no. Pero, ciertamente, todav a tenemos mucho en que pensar, observar y subvertir.

Si las alianzas son v nculos potencialmente transformadores, quiz s las alianzas animales puedan ser un punto posible de arranque para resistir a los efectos de la precarizaci n en los recuerdos de la piel, un lugar donde nuestra vulnerabilidad puede encontrar formas nuevas de devenir una potencia de encuentro afirmativa. Las pol ticas afectivas animales son el olor del odio compartido, son los pies que se juntan para correr, los cuellos que se liberan de los establos, las patadas en un baile aculturado. No es necesario conceptualizarlas, ya que su conceptualizaci n puede crear m s limitaciones que posibilidades. Las pol ticas afectivas animales son las que a n pueden salvarnos de nuestra propia humanidad.

De hecho, creemos que las pol ticas afectivas animales nos pueden ense ar a vomitar el privilegio humano incardinado, para poder afirmar a lo viviente, a aquello que est continuamente horadando las instancias aparentemente n tidas de lo humano. Esas pol ticas afectivas animales son tambi n las patadas de las vacas y de los cerdos en las granjas y los mataderos, las patadas de las ratonas en los bioterios, son los inquietantes ladridos, aullidos, maullidos, mugidos y cacareos de los animales que resisten a todo intento humano de dominaci n. Esas insurrecciones a veces se concretan en huidas y fugas que desaf an los procesos de sujeci n animal. Tal es el caso de aquella vaca que, hace algunos a os, luego de escapar de una granja, se fue hacia el bosque sum ndose a una manada de bisontes (Saura, 2018). En esa fugitividad la vaca no s lo desafi la l gica antropoc ntrica sino que entr en un proceso de comunidad junto a los bisontes, proliferando como vida potente, en una alianza inesperada e innombrable.

Las pol ticas afectivas animales tambi n son la rabia, el dolor, la desesperaci n y la tristeza frente a este mundo podrido humano. Reivindicar esa vulnerabilidad animal tal vez sea una oportunidad para ampliar las posibilidades de alianzas y de apuestas colectivas con otres, que nos permitan configurar jaur as, manadas, hordas, as como t neles, madrigueras y cuevas, en los que nos refugiemos juntes, experimentando los roces de la piel, resonando con los miedos y dolores de les dem s. M s a n, apostar por alianzas que se tejan desde nuestras salvajer as puede ser un punto de inicio que conduzca a redes de redistribuci n de la vulnerabilidad com n, a la configuraci n de encuentros horizontales para cuidar y ser cuidades. Es en esas redes que nos posibilitan y nos des/componen que quiz s se destruya, de a poco, el imperio del humanismo europeo. Lo que se patentiza es la excedencia de nuestros cuerpos, la precariedad animal que no puede ser controlada ni normalizada del todo. Es desde dicha precariedad insurrecta que apostamos por construir alianzas salvajes que tornen las vidas de todas las minor as pol ticas m s habitables y vivibles, ante un inminente y desolador colapso.

 

 

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[1] Agradecemos a nuestra querida Mar a Bel n Ballardo por la lectura hospitalaria y cuidadosa de este trabajo.

[2] Doctora en Filosof a (UNSAM-PARIS VII). Docente e investigadora de la Universidad Nacional de San Juan (Argentina). Directora de la Revista Latinoamericana de Estudios Cr ticos Animales. Licenciada en Filosof a (UNSJ).

[3] M ster y doctorande en Bio tica, tica Aplicada e Sa de Coletiva por la Universidad Federal do Rio de Janeiro (UFRJ), docente temporaria del N cleo de Bio tica e tica Aplicada de la UFRJ.

[4] Citado en De Mauro (2022).

[5] Aqu , optamos por utilizar la expresi n minor a(s) pol tica(s) en el sentido desarrollado por Guattari y Rolnik (2006) cuando proponen entender minor a en cuanto singularidad y contrapunto a lo que puede ser calificado como mayor a en su sentido homog neo/propio de los modos de existencia de la hegemon a, bajo la micropol tica dominante del r gimen capitalista. De esa forma, Deleuze (2010) retoma esa noci n cuando dice que mayor a no designa cantidad mayor, sino que se refiere a los patrones relacionales constituidos por el sujeto hegem nico. Por lo tanto, con la noci n de minor as pol ticas se tratar a de nombrar aquellos grupos, existencias, cuerpos y epistemolog as que se encuentran que se contraponen y resisten al modelo hegem nico mayoritario.

[6] Iniciada en el siglo XV, seg n Quijano (1995).

[7] Es importante reconocer que no todos en la sociedad europea del siglo XVI ten an el mismo estatuto de moralidad o derechos legales y sociales. Hab a una jerarqu a que variaba seg n la clase social, por el hecho de ser hombre, heterosexual, cisg nero, sin discapacidad, etc.

[8] El uso del lenguaje inclusivo es una modificaci n nuestra de la cita.

[9] Es decir, esa diferencia es lo que nos hace propensos a ser oprimides. Y si somos oprimides, podemos ser explotades, mercantilizades, cosificades, violentades (Walker, 1979). La diferencia la determinan quienes tienen el poder de decidir a qui n o qu explotar (Federici, 2017), es decir, cuanto m s diferente es un individuo de un ser humano hombre, cisg nero, heterosexual, blanco, rico, del Norte Global, mayor ser su saldo social de p rdida de privilegios.

[10] En este art culo trabajaremos sobre un an lisis enfocado en las existencias racializadas de personas negras en el Sur Global, sin embargo, marcamos que en el caso de personas ind genas y orientales han pasado analog as distintas que deben ser combatidas con el mismo empe o.

[11] Como PETA, Personas por el Trato tico de los Animales (en su traducci n), un grupo conocido por realizar campa as que usan im genes descuidadas y violentas para enfrentar el especismo. Un ejemplo bastante conocido es la campa a Piel es asesinato , que usa im genes de mujeres negras con su piel siendo arrancada como forma de concientizar a la poblaci n asumiendo un car cter racista, gordoodiante y sexista-machista, para alertar los problemas del uso de pieles de animales no humanos.

[12] Es decir, se trataba, tambi n, del proceso simb lico de dominaci n de la naturaleza, contra-parte de la dicotom a civilizaci n (colonizadores) naturaleza (personas racializadas, animales no humanos, personas enfermas o discapacitadas, etc) (G mez, 2010).

[13] Es importante destacar que: Aunque en este tiempo la comprensi n del sexo no era bim rfica, los animales se diferenciaban entre machos y hembras, siendo el macho la perfecci n, la hembra la inversi n y deformaci n del macho. Los hermafroditas, los sodomitas, las viragos y los colonizados todos eran entendidos como aberraciones de la perfecci n masculina". (Lugones, 2014, p. 937).

[14] La generificaci n de estas personas s lo fue posible por intermedio de la cristianizaci n. Esto solo se aplic en el caso de los pueblos originarios de Am rica Latina, no en el caso de los pueblos esclavizados de origen africano, que eran vistos como pueblos sin salvaci n .

[15] Endosexual representa el individuo que no es intersex (Modesto Vieira, 2021).

[16] Considerando que los afectos son indisociables de la pol tica, elaboramos a partir de Vir Cano (2022) la noci n de pol ticas afectivas derivada de po/ ticas afectivas que buscan ampliar la imaginaci n amorosa, er tica y pol tica a partir de repensar e imaginar nuevas formas de vivir con les otres. Se trata de Aprender una po/ tica que no imponga valores universales a les otres, pero que tampoco asuma que todo vale por igual o que nada importa, es quiz s uno de los desaf os m s grandes para nosotres, transfeministas de la no-cresta-de-la-ola, disidentes mutantes, defensores de modos de vida m s amables y menos excluyentes. [De esa forma, se pretende] trazar conexiones, v nculos y redes pol ticas que tengan la potencia de transformarnos y de inventar, ahora mismo, otros mundos posibles en los que vivir y morir con otres (Cano, 2022, p. 14). Este trabajo, por lo tanto, apuesta por afirmar la animalidad no-humana para as poder irrumpir los circuitos afectivos humanistas, lo que permitir a tejer nuevos caminos, nuevas miradas m s inclusivas y potentes, hacia grupos hist ricamente subalternizados, como es el caso de los animales no humanos.