Juventud movilizada en tiempos de pandemia en Colombia.
Análisis de Casos en Bogotá y Cali (2021)

Young people mobilized during the pandemic in Colombia.
Analysis of cases in Bogotá and Cali (2021)


Ginneth Narváez1


Resumen

El escenario pandémico en América Latina ha profundizado las desigualdades sociales y el descontento entre la población. En Colombia, esta crisis —económico pandémica— tuvo una respuesta ciudadana encendida y radical que llevó a las personas a desafiar el virus y las instituciones democráticas al ocupar las calles, reclamando ser escuchadas. Previamente se vivieron varias oleadas de manifestaciones iniciadas en el año 2019 con el Paro Nacional del 21 de noviembre, denominado 21N, que cesaron parcialmente con la situación pandémica y los confinamientos del 2020, para ser retomadas luego en el 2021 con mayor contundencia.

Desde la academia se plantea un compromiso con la convivencia, la resolución de los conflictos por la vía no violenta y la consolidación de mecanismos efectivos de participación ciudadana. Por ello, el presente artículo presenta resultados parciales del proyecto de investigación Memorias urbano-populares. Resistencia política de jóvenes en Cali y Bogotá (2021), que tiene como objetivo reconocer identidades contraculturales y, a futuro, fortalecer espacios de incidencia local y promover liderazgos políticos juveniles. Este documento recoge elementos diagnósticos en torno a la movilización juvenil, mientras que el proyecto de investigación al que se circunscribe este documento, se basa en un proyecto de intervención social que ha requerido trabajo de campo y construcción colectiva de museos de la memoria con los jóvenes, así como el empoderamiento y fortalecimiento de los procesos juveniles que se han integrado al proceso, tanto en Cali como en Bogotá.

Palabras clave: Movilizaciones sociales, protesta juvenil, identidades contraculturales, Colombia.

Abstract

The pandemic scenario in Latin America has deepened social inequalities and discontent among the population. In Colombia, this economic-pandemic crisis had a powering and radical citizen response that led people to defy the virus and democratic institutions by occupying the streets, demanding to be heard. Several protests waves had been experienced earlier. They had started on November 21, 2019 with the National Strike, called 21N, and partially ceased with the pandemic and confinement in 2020; however, they were resumed in 2021 with greater forcefulness.

The academy is committed to the coexistence, conflict resolution through non-violence means, and the consolidation of effective mechanisms for citizen participation. Therefore, this article presents partial results of the research project “Memorias urbano-populares. Resistencia política de jóvenes en Cali y Bogotá (2021)” [Urban-popular memories. Political resistance of young people in Cali and Bogotá (2021)]. This research project aims to recognize countercultural identities and, in the future, strengthen local advocacy spaces and promote young political leadership. This document gathers diagnostic elements regarding young people mobilization. For its part, the research project to which this document is attached, is based on a social intervention project involving fieldwork and collective construction of memorial museums with young people, as well as the empowerment and strengthening of youth processes that have been integrated into the process, both in Cali and Bogotá.

Keywords: Social mobilizations, youth protest, countercultural identities, Colombia.

Introducción

De acuerdo con el alcance del Millennium Project (2021), el presente proyecto se enmarca en las líneas: Democratization (4) y Peace and Conflict (10), que están contempladas dentro de las 15 líneas denominadas como Desafíos Actuales Globales. En este sentido, se analizan las ciudadanías emergentes, y las nuevas formas de expresión y de organización social. Todo ello se enmarca en la acción articulada entre academia, sector externo y comunidad en la lucha contra los neoautoritarismos y las formas sofisticadas de represión y dominación social. Así pues, se promueve la transparencia, la participación, la inclusión en las tomas de decisión y el reconocimiento de los jóvenes como agentes determinantes en la construcción de futuro. Se respaldan apuestas de resolución de conflictos por la vía negociada, la lucha por la paz y la convivencia desde prácticas locales y cotidianas.

La construcción y la resignificación de la memoria histórica cobra aún mayor relevancia en procesos como los que viven actualmente los jóvenes en el marco de las protestas sociales. En diversas ciudades del territorio nacional los jóvenes se han abocado a las calles para protestar y exigir ser escuchados. En ciudades como Cali y Bogotá estas movilizaciones han tenido un carácter simbólico de apropiación y resignificación del espacio que trasciende hacia la construcción de identidades. En este orden, se identifican actos como el cambio de nombre del lugar de congregación colectiva, la construcción e instauración de monumentos y la apropiación de espacios urbano-populares para promover acciones colectivas e iniciativas políticas desde su entorno, entre otros.

El paro cívico nacional del 28 de abril de 2021 desató una inédita protesta social que en muchas ciudades y campos de Colombia se tornó en un estallido social que por más de dos meses mantuvo focos de resistencia y protesta social, pese a una violenta represión policial, causante de varias muertes y pese al miedo a salir a la calle en medio de la pandemia planetaria, la primera de siglo XXI. En este estallido social, particularmente en los casos seleccionados en Cali y Bogotá, han sido protagonistas fundamentales algunos sectores sociales juveniles populares mucho más amplios que los sectores estudiantiles convencionales, que además gozaron de un inocultable apoyo de otros sectores populares barriales y sectoriales. Se focalizan estos dos casos debido al nivel de movilización de la juventud, y a la concentración de los casos más dramáticos de la represión policial en el país. Este estallido social, mantenido durante casi dos meses, generó el despliegue de un repertorio muy amplio de formas de acción colectiva y lucha, de constitución de estructuras organizativas, de motivaciones subjetivas y de expresiones estéticas que denotan un cambio fundamental en los imaginarios políticos convencionales de la protesta social en Colombia. Se trata de la emergencia, todavía muy difusa, pero evidente, de un nuevo sujeto juvenil popular que no responde a los imaginarios ni a las motivaciones políticas tradicionales de la izquierda. El análisis y estudio de estas nuevas formas de movilización, de socialización y expresión política, resulta fundamental en el momento político actual del país, al igual que para las ciencias sociales resulta crucial la comprensión de esta nueva realidad de la protesta social.

En esta particular coyuntura, la investigación en la que se basa este artículo pone en el centro de su interés investigativo la juventud y, en particular, armoniza con la primera apuesta de la Universidad Santo Tomás, enfocada en el fundamental tema de los “Derechos Humanos, construcción de política pública en y para escenarios de paz” y de seguir dando relevancia a la línea de investigación abierta por la sociología de la paz (Narváez et al, 2021), que procura potenciar la resolución de los conflictos por la vía negociada, para lo cual requiere comprender los factores que detonaron la movilización y los nuevos repertorios de la misma.

En este contexto, la presente investigación nace precisamente desde una profunda sensibilidad a las problemáticas sociales y, además, busca establecer puentes entre el mundo académico y los actores sociales, en este caso con jóvenes de Cali y Bogotá, con la ambición de producir un conocimiento que pueda traducirse en acciones concretas de impacto para el desarrollo humano y social.

Presentación del caso

El caso focaliza a los jóvenes colombianos que se movilizaron en el año 2021 en un estallido social sin precedentes en los últimos tiempos. Sin embargo, se observó invisibilización de los actores que apostaron por la vía No Violenta, desincentivando la consolidación de los liderazgos políticos locales. La industria cultural, la prensa e incluso la institucionalidad concentraron su atención en la protesta violenta, dejando de lado los miles de jóvenes que participaron en marchas, campamentos y plantones, y quienes expresaron su descontento desde diversas prácticas comunicativas y contraculturales. Se plantea entonces la necesidad de identificar las expresiones de indignación popular, comprender las formas de lucha violenta y no violenta que motivaron la movilización, y realizar el balance respecto a su incidencia en la agenda política institucional.

Por lo anterior, se parte de la comprensión de las causas que motivaron las nuevas expresiones de protesta juvenil. Entre las más relevantes se ubica un modelo económico que genera carencias sociales de orden estructural; la segregación y marginación socio-económica de las zonas periféricas urbanas en donde se llevaron a cabo las movilizaciones; la emergencia de nuevas identidades juveniles contraculturales que se diferencian de las agendas políticas tradicionales y la necesidad de reconocer la protesta social como derecho, y potenciar la participación política juvenil mediante mecanismos que sean efectivos en la consecución de las demandas sociales de este sector de la población.

Metodología

Para el presente artículo se hizo una revisión bibliográfica que diera cuenta de los balances en la materia, a partir de la producción académica especializada y de prensa, lo que posibilitó la comprensión de la movilización social juvenil, así como el desafío que se dio frente a la pandemia. En el presente documento se expone la reconstrucción de la dinámica social que detonó la movilización juvenil y se caracterizan los principales mecanismos de protesta juvenil. 

Discusión

Se asiste a un momento histórico en el que se reconoce una resistencia institucional a la democracia en contravía de los presupuestos dados por la Constitución Política de 1991. El momento actual requiere profundizar los espacios de participación, escuchar y reconocer las alteridades y mantener la lucha contra los sistemas de opresión. Esto pasa de manera indefectible por el reconocimiento de los derechos ciudadanos, entre ellos el derecho a la protesta.

Además, se advierte la emergencia de nuevas ciudadanías que luchan contra órdenes asimétricos, contra la reproducción hegemónica de la exclusión social y contra el silenciamiento de las voces subalternas, tendencia marcada desde órdenes heteropatriarcales, adulto céntricos, raciales y clasistas. Se requiere —entonces— posicionar la diversidad en las prácticas institucionales, ya que se constatan fuertes exclusiones sociales en la construcción de las memorias y de lo patrimonial.

Desde la administración burocrática de la memoria se mantiene una mirada tradicional al posicionamiento de lo patrimonial, se marcan directrices desde las relaciones hegemónicas de poder, que no han logrado rebasar los postulados correspondientes al patrimonio cultural institucionalizado.
Los jóvenes deben comprenderse como sujeto político y deben ser caracterizados desde enfoques diferenciales que nos posibiliten la aproximación a este sector como un todo no homogéneo. Desde distintas investigaciones ya se ha aportado la comprensión de la noción como “producción de una relación social estructurante ligada a las necesidades de la sociedad capitalista del trabajo” (Acosta, 2015, p. 12). Los jóvenes hacen parte del mercado del trabajo, evidencian demandas socioeconómicas específicas, y mantienen agendas de demanda social en la concreción de sus derechos sociales, políticos, económicos y culturales.

Los jóvenes, por su momento vital, siempre condensan sentimientos de rebeldía que, si bien concretan y expresan claramente las contradicciones de la sociedad contemporánea, también se conciben como potencia de transformación social (Acosta, 2015, p. 16). Entonces, se debe complejizar el panorama reconociendo el universo situado de las luchas juveniles en el contexto colombiano, en el que además se presentan pugnas de diverso tipo desde el escenario urbano, problemáticas relacionadas con distintos tipos de violencia social, política e incluso económica. Un campo diverso de luchas y actores que expresan un orden marcado por el conflicto armado, las economías ilegales y la marginalidad; pero también por procesos cooperativistas, por prácticas de producción de relaciones de poder no hegemónicas, posibilidades de sueño y esperanza.

Ahora bien, la acción colectiva juvenil contemporánea rebasa las doctrinas políticas, religiosas y culturales, y se expresa como un proceso de hibridación de agendas en donde los procesos organizativos empiezan a romper con las lógicas partidistas, jerárquicas y de dirección vertical, para posibilitar un estallido social mucho más horizontal y dialogante. La acción juvenil en Colombia, durante el 2021, se desmarcó de los espacios de participación institucional y optó por una visibilización con componente territorial, con agendas que exigen implementar prácticas democráticas como las elecciones libres o el ejercicio de los derechos civiles y políticos, que sirven para canalizar el descontento social que también permea la población (Acevedo y Samacá, 2012, p. 20). Estos levantamientos tuvieron antecedentes de orden global en Egipto, Libia, Yemen, Siria y Hong Kong, entre otros. Y unos precedentes latinoamericanos con Chile y Argentina.

Los jóvenes son una fuerza “capaz de producir y reelaborar significados y símbolos sociales” (Acevedo y Samacá, 2012, p. 18) que responden a lo que se ha comprendido como una “indignación justa” (Archila, 2003) y son protagonistas de los nuevos sectores de la población que rechazan el orden inequitativo existente y parten de múltiples subjetividades, que en su mayoría no aspiran ser representadas, sino ser reconocidas desde su alteridad. La población contemporánea indignada ha sido caracterizada por Negri y Hardt (2002) como multitud, esa multitud que se hizo mediática en Colombia, que trascendió el movimiento estudiantil en sus agendas, que se hizo protagonista de los enfrentamientos con las fuerzas policiales, y que justamente sufrió el mayor alcance de la represión, la cual estos autores describen como representación de la “multiplicidad de cuerpos atravesados por potencias intelectuales y materiales de razón y afectos (produciendo)... nuevas formas de vida, nuevos lenguajes, nuevos poderes intelectuales y éticos” (Negri y Hardt, 2002, p. 166) monstruosos en tanto que son irrecuperables para el modo de producción dominante pero, justamente por ello, referentes de esperanza y transformación radical.

Entre los estimados de las violaciones a Derechos Humanos que se dieron en Colombia en el marco de la protesta se hallan cifras disímiles. En las evaluaciones de distintas organizaciones no gubernamentales se tienen los siguientes consolidados: Indepaz logró evidenciar el número de víctimas de violencia homicida entre abril y junio de 2021, hallando 75 casos, de los cuales 32 casos corresponden a población joven entre los 18 y los 25 años y 5 casos de menores de edad (Indepaz, 2021); respecto a violencia ocular lograron constatar 83 casos, de los cuales 19 casos se confirmaron de población joven, 49 sin identificación de edad y 4 casos de menores de edad.

Mientras que, en los casos de violencia de género, se halla que las víctimas están en un rango de edad entre los 17 y los 30 años, la ONG Temblores ubicó 28 casos (Temblores, 2021). En contraste, el Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo identificó 60 casos de violencia sexual, 48 mujeres y 12 hombres (CAJAR, 2021).

En Colombia el paro nacional del 2021 estuvo marcado por violencia policial, abusos de autoridad, agresiones físicas a los manifestantes, retenciones ilegales y tortura. Por ello, a la fecha se ubican 498 casos de heridos civiles y procesos penales por lesiones a integrantes de la Policía Nacional, de las cuales hay 224 personas imputadas y 80 personas con medida de aseguramiento. Las confrontaciones fueron demasiado fuertes, también se halló la cifra de 1.063 policías lesionados durante los enfrentamientos (Indepaz, 2021).

En los comunicados de la ONG Temblores (2021) se hallan las siguientes cifras: 4687 casos de violencia policial en Colombia, en donde se ubican 228 casos de víctimas por disparos de armas de fuego y 2005 detenciones arbitrarias. Con base en los anteriores datos, es un hecho que en la mayoría de los casos fueron jóvenes los protagonistas de los enfrentamientos.

En los procesos de movilización del 21N apareció la “Primera Línea” que evocó un círculo de seguridad en defensa de la protesta, surgió luego de la muerte de Dilan Cruz en las calles céntricas de la ciudad de Bogotá, luego de ser perseguido por el Escuadrón Móvil Antidisturbios (ESMAD) y ser impactado en su cabeza. A la fecha el caso sigue sin resolverse. En principio las primeras líneas eran símbolo de resistencia civil pacífica, progresivamente se erigieron como el objetivo de la confrontación con la Policía Nacional y, posteriormente, fueron las encargadas de articular las agendas locales. Desde la institucionalidad, contrario a potenciar el dialogo y buscar una resolución negociada, se optó por la judicialización y a la fecha se están procesando jurídicamente a varios jóvenes por terrorismo urbano y concierto para delinquir, al comprobarles su participación en ese proceso organizativo, con penas que oscilan entre los 8 y los 22 años. Se les han imputado cargos y se han dictado sentencias, pero aún no se han logrado caracterizar sus pliegos reivindicativos, su incidencia política juvenil y su particularidad para el caso de las movilizaciones colombianas. Esas primeras líneas lograron aglutinar profesionales, jóvenes, mujeres, adultos mayores y abogados defensores de DDHH, pero también se reconoce que un pequeño porcentaje fueron permeadas por el crimen organizado y algunos actores armados que vieron la posibilidad de cooptación. Son tan variados los protagonistas de las movilizaciones que no se pueden generalizar ni definir bajo un perfil específico, la reconstrucción de las memorias juveniles de estos procesos es de manera indefectible territorial.

También se debe dar un reconocimiento especial a la protesta no violenta, dado que distintas manifestaciones masivas se expresaron desde un orden simbólico y cultural, que proponía un bloque contrahegemónico de poder. Un ejercicio de compilación de organización y visibilización desde el arte lo hicieron antropólogos de la Universidad Nacional de Colombia, que lograron compilar las producciones musicales que se crearon en marco de esta protesta social y, por otra parte, se está haciendo la compilación de los murales y grafitis urbanos que fueron interviniendo el espacio público local y que expresaban no sólo los símbolos de la resistencia, sino que evocaban los significantes que había ido adquiriendo la protesta social en esos dos meses de expresión política. Para este caso particular, se reconoce de manera específica la emergencia de mujeres jóvenes grafiteras, así como de mujeres y diversidades comprometidas con un proceso de cambio social, que se dieron a conocer por sus ejercicios de imaginación creativa (Jay, 1989) en un proceso de cambio político-cultural y modernización de las formas de incidir en la democracia colombiana.

La memoria de las luchas juveniles

En ese sentido, es necesario reconstruir la memoria popular juvenil, la cual debe advertirse no como la suma de memorias individuales, sino como un proceso permanente de lucha por la justicia y por la inclusión, derivada de las luchas históricas de los sujetos, sujetas y sujetes políticos que han sido acallados por la historia, que de manera recurrente ha sido escrita por los vencedores (Benjamin, 2010) y que, para el presente proyecto, procura dar voz a los subalternos.

Este artículo invita a hacer un reconocimiento de lo patrimonial, comprendido desde las prácticas ciudadanas materiales e inmateriales diversas, que son expresión cultural y que constituyen un campo de permanente tensión, que se hace y se rehace a medida que la realidad social se va transformando y resignificando. Tal como lo propone desde el deber ser la Ley 1185 de 2008, se deben reivindicar los derechos del patrimonio común desde la diversidad existente en las representaciones culturales sobre el pasado y como lo propone Confino, se debe tener en cuenta el método de reconstrucción (1997).

La memoria colectiva juvenil está luchando contra las prácticas de control social y de manipulación de los relatos sobre el pasado (Ramos, 2011). La investigación en curso incorpora las diferentes dimensiones de las luchas ciudadanas y las prácticas derivadas de las distintas acciones colectivas e indaga cómo se está gestionando la memoria en Colombia, y cómo se está administrando en el país la información sobre lo sucedido en marco de las protestas urbanas, ¿cómo están recordando los jóvenes lo acontecido en 2021?, ¿qué están recordando? y ¿qué olvidaron?

La reconstrucción de memorias se comprende como un proceso vivo que visibiliza sujetos políticos activos que apuestan por la democracia y la pluralidad. La reconstrucción del pasado requiere reconocer las diferentes identidades colectivas. De ahí que la memoria colectiva no se comprenda como la sumatoria de memorias individuales, sino que pase por el reconocimiento de las luchas históricas de las y los subalternos, de las y los marginales, en donde los jóvenes jugaron un importante papel en la producción del espacio social (Cristina y Saavedra, 2016). Así, adquiere aún mayor urgencia la reconstrucción de la memoria en sociedades signadas por la violencia (De Gamboa, 2019, p. 83) y marcadas por la violación sistemática de los Derechos Humanos, como es el caso colombiano, como ejercicio de reparación integral a las víctimas y garantía de no repetición.

Este proceso de visibilización de relatos populares (Ortega et al, 2014), de las y los excluidos de siempre, implica posicionar a los jóvenes como sujetos productores de memoria y evidenciar los mecanismos que relacionan estas prácticas  artísticas con lo patrimonial y la memoria como mecanismo de expresión y “sustitución simbólica que da un lugar a lo perdido, evocación que se resiste a una situación de ruinas, un grito que enuncia la supervivencia y la resistencia” (Villa-Gómez y Avendaño, 2017, p. 509). De ahí la propuesta de indagación por los museos de la memoria, en donde:

  1. Se promueva la participación y la inclusión desde las diversas ciudadanías.
  2. Se otorgue un carácter político a las luchas por la memoria.
  3. Se inste a la construcción de confianzas.
  4. Se reconozcan las memorias y las identidades plurales (De Zan, 2008).
  5. Se comprenda la memoria como proceso de resignificación de luchas y de transformación continua de significantes.
  6. Se comprenda el patrimonio no sólo como el afuera, sino como lo que se siente, lo que se recuerda, lo que aún duele, lo que no se puede olvidar, lo que no se puede verbalizar.
  7. Se reivindiquen las memorias populares como garantía democrática.
  8. Se inste al diálogo necesario entre sociedad, academia e institucionalidad.
  9. Se solicite al Estado el respeto por las distintas voces sobre el pasado y el reconocimiento a los símbolos emergentes, así como la defensa del recuerdo colectivo de los hechos por los procesos colectivos de rememoración, así como el respeto por los ritos, las ceremonias, los eventos y todo tipo de expresiones materiales e inmateriales de memoria colectiva.

Esta investigación procura compilar los hechos de desigualdad, opresión, injusticia social y violencia (que) son evidenciados en pinturas, esculturas, piezas musicales, teatrales, literarias, “lugares de memoria”, espacios performativos y otras formas de representación que se hacen portadoras de relatos subalternos, caminos de expresión de lo que no puede ser nombrado (Villa-Gómez y Avendaño, 2017, p. 509).

Serán los jóvenes desde su propia voz quienes recreen sus memorias y se cuestionen respecto a sus olvidos.

La reconstrucción de estas memorias tiene un carácter político por cuanto recogen el sentir colectivo, y es determinante que lo hagan desde una participación activa juvenil, que los jóvenes sean el centro del ejercicio de rememoración, dado que se logra “conectar lo privado, desde el nivel más íntimo de la expresión personal, con lo público, que se pone en el escenario y que porta una palabra de denuncia, de resistencia o de identidad” (Villa-Gómez y Avendaño, 2017, p. 511). El construir museos vivos de la memoria colectiva juvenil potenciará la comprensión de la complejidad social y política que tuvo la movilización, caracterizará y diferenciará a las víctimas para superar la romantización de las mismas y aportará de manera contundente para la no repetición de los hechos victimizantes. Por otra parte, reconstruirá las agendas políticas locales y derivará en la identificación de las dinámicas sociales de la protesta, así como en el diagnóstico organizativo y participativo en la incidencia juvenil en política pública.

Resistencia política juvenil

Quizás como nunca antes, una serie acumulada de privaciones, de exclusiones sociales, económicas, culturales y políticas, y el maltrato policial, ahondado por las políticas macroeconómicas neoliberales que agudizan la carencia de ingresos, la ausencia de garantías al derecho de la salud, la educación y del bienestar integral, percibidas por los sectores populares y, en especial, por la juventud como “un mundo sin futuro”, se constituyeron en las condiciones objetivas para que con el pretexto de rechazar una reforma tributaria, desembocara en un estallido social masivo, vigoroso y sostenido, donde rápidamente los factores intersubjetivos impusieron ritmos vertiginosos en la toma de conciencia política y en el despliegue de variadas formas de movilización, de luchas pacíficas, de luchas violentas y de organización juvenil, entre las cuales, las llamadas Primeras Líneas, han significado una ruptura con las formas de organización y lucha antecedentes. La resistencia juvenil ha puesto en escena novedosas formas estéticas y simbólicas que trascienden la tradicional apuesta violenta (Cancimance, 2013; Cabrera, 2006), aparecen lenguajes, vestimentas, grafitis, músicas e imágenes, que le dan identidad epocal a esta nueva cultura política juvenil de resistencia. Por su carácter espontáneo (no preparado ni dirigido por organización alguna) esta resistencia juvenil es todo un espléndido campo de investigación de las motivaciones y las manifestaciones de las nuevas formas de la lucha social en el siglo XXI.

Necropolítica juvenil

Las manifestaciones juveniles en marco de la pandemia han sido referenciadas como necropolítica juvenil, a causa no sólo de las víctimas mortales que dejó la protesta social a su paso, sino por el incremento de los contagios que se dieron en un momento en que esta franja de la población no estuvo priorizada para vacunación (Aguilar-Forero, 2021) y aun así se movilizó, trascendiendo el miedo al contagio. La juventud colombiana prefirió salir a las calles a pronunciarse, que morir callada, en un aislamiento obligatorio, lo que derivó en desobediencia civil en respuesta a las exigencias del momento histórico, desafiando 2la distribución política de los riesgos, y por tanto, de la posibilidad de vivir o morir administrada por los gobiernos” (Aguilar-Forero, 2021, p. 5). Desde el sacrificio y la adrenalina de los enfrentamientos se desafió el disciplinamiento que impuso la pandemia, algo que no se había experimentado en generaciones precedentes, y que los hace acreedores de un alto reconocimiento de valentía y audacia. Desde el contexto urbano analizado se aúna la desolación en calles y ciudades, que implicó mayor riesgo y vulnerabilidad respecto al manejo que le dieron las autoridades locales. Esta movilización juvenil hizo que se revaluaran adjetivaciones generalizadas respecto al carácter apolítico de los jóvenes en la era contemporánea. Por el contrario, evidencian nuevos repertorios y “cuatro pilares que se refuerzan entre sí y en los cuales reside su poder transformador: la comunicación, la confianza, la colaboración y la construcción de lo común” (Aguilar-Forero, 2021, p. 6). En cada caso se buscará indagar por los vínculos sociales que posibilitaron las agendas comunes, las confianzas que se construyeron, el proceso de diálogo, encuentro y coincidencia, así como las causas del cese de la movilización.

Conclusiones

En el año 2021 la respuesta ciudadana juvenil inicialmente surgió de manera espontánea, sin grandes estructuras organizativas y con acciones que mezclaban estrategias tradicionales con otras donde la creatividad y las expresiones artísticas ganaron un fuerte protagonismo. El papel de la juventud urbano popular fue fundamental y la respuesta institucional estuvo marcada por la represión y la vulneración de los derechos humanos, aunado por la crisis socioeconómica que contrajo la pandemia.
En el marco de la protesta se procuró romper con la gerontocracia en los procesos políticos locales, así como visibilizarse como sector subalterno contracultural. Para la academia este ejercicio analítico implica —de manera indiscutible— comprender la juventud más allá del biologicismo, reconocer el campo de luchas culturales, políticas, sociales y económicas en los que está compelido este sector de la población, que además requiere ser abordado lejos de infantilismos y de estigmas.

La sociedad política colombiana ha tenido limitaciones comprensivas de los procesos juveniles, hasta ahora se están empezando a visibilizar y reconocer liderazgos juveniles concretos y diversos en el marco de la movilización. Lo que deviene en la necesaria incorporación de los jóvenes en la construcción participativa de políticas públicas.

Por otra parte, Colombia se caracteriza por la pervivencia del conflicto armado interno, de ahí que se haya derivado un masivo y generalizado señalamiento por parte de la institucionalidad y los medios de comunicación hacia los jóvenes, dada la cooptación que se observó por parte de algunas organizaciones insurgentes o de crimen organizado en marco del proceso. Pero este ejercicio responde injustamente al necesario reconocimiento de grandes masas movilizadas de jóvenes que lograron posicionarse desde diferentes órdenes de enunciación, con agendas estructuradas y manifestaciones no violentas.

El presente artículo invita a elaborar análisis académicos y mediáticos más profundos y rigurosos de estos procesos de no violencia en el país, basados en la compenetración con el quehacer juvenil, con el reconocimiento de sus problemáticas en procura de la reconstrucción de tejidos sociales colectivos, que permitan la reconciliación y resolución de las contradicciones (Galtung, 1998), así como tampoco se puede negar el análisis de los intereses sociales, políticos y económicos de los actores que insistieron en la protesta violenta.

En definitiva, se sugiere comprender la acción colectiva juvenil no sólo desde el orden racional, sino también desde un orden de acción con relación a afectos y confianzas, que es determinante en todo proceso organizativo, mucho más en una coyuntura tecnologizada, en la que se ha destacado la relevancia del empoderamiento subjetivo, a partir de la exigencia de derechos constitucionales; así como los ecos de denuncia internacional de los abusos de autoridad que efectivamente se dieron y que invitan a derivar en políticas de reparación integral a las víctimas, políticas concretas de reforma policial en cuanto al manejo de la protesta ciudadana y reformulación de los modelos de desarrollo económico, político, y social que han sido históricamente dominantes en el país.

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1 Doctora en Ciencias Sociales con Énfasis en Estudios Políticos FLACSO, Magíster en Historia y Politóloga de la Universidad Nacional de Colombia. Docente Investigadora Facultad de Sociología de la Universidad Santo Tomás. Grupo de Investigación: Conflictos Sociales Género y Territorios - Categoría A1.