Historias dos veces contadas. Hechos victimizantes en Tibacuy y la radio como mediadora de realidades resignificadas

Stories told twice. Victimizing incidents in Tibacuy and radio as intermediary of resignified realities

Ana Mónica Grismaldo Moreno,1 Alfonso Alberto Angarita Buitrago,2 Hever Míguez Monroy3



Yo creo que fuimos nacidos hijos de los días, porque cada día tiene una historia y nosotros somos las historias que vivimos

—Eduardo Galeano, Memorias del Fuego


Los viejos amores que no están
La ilusión de los que perdieron
Todas las promesas que se van
Y los que en cualquier guerra se cayeron
Todo está guardado en la memoria
Sueño de la vida y de la historia.
La memoria despierta para herir
A los pueblos dormidos
Que no la dejan vivir
Libre como el viento

—León Gieco, La memoria


Resumen

Este documento es una ruta recorrida en la que contar el pasado no ha sido propiamente una simple remembranza. Las historias se han reconstruido y se han transformado, teniendo muy en cuenta cómo el presente se ha colado por las rendijas de ese tiempo pretérito. Por decirlo de una forma más académica, es una lectura nueva que reconfigura y transforma ese pasado, en cuanto permite comprender algunos de sus procesos y lo que significan hoy en los afectados por algunos de los hechos victimizantes que caracterizaron el conflicto colombiano: el desplazamiento, la desaparición forzada y el homicidio. ¿Por qué contar dos veces? La primera vez para rescatarlo de los intersticios de una memoria individual y de cierta forma íntima y particular de los habitantes del municipio de Tibacuy. La segunda, para compartirlo en un escenario reflexivo que busca activar otras memorias. Para el caso presente, la memoria que se pretende rescatar, desde los relatos compartidos por los habitantes de Tibacuy en la Radio UNAD Virtual, es representada por las evocaciones de los estudiantes de la normal de Pasca, quienes encarnan una mirada acerca de lo acontecido en su municipio que, si bien es cierto experimentó una situación muy particular dentro del conflicto armado, esta lectura no hace parte del acervo de conocimiento que alimente una perspectiva de región. La idea del ejercicio es avanzar en una cartografía de la incidencia del conflicto armado en la región del Sumapaz y cómo las sensibilidades que despiertan los relatos particulares permiten ubicar, reflexionar y construir conciencia frente al propio escenario

Metodológicamente el proyecto se desarrolló en el terreno de la investigación cualitativa soportada en estudios fenomenológicos que, de acuerdo con Hernández et ál. (2010), “...busca comprender la perspectiva de los participantes acerca de los fenómenos que los rodean, profundiza en sus experiencias, perspectivas, opiniones y significados, es decir, la forma en que los participantes perciben subjetivamente su realidad” (p.358). Al hablar de un proyecto de alcance social, la mirada cualitativa se complementa con una aproximación bajo la metodología IAP y, además, desde una perspectiva más comprensiva que crítica, que vincula a la comunidad como actor incidente, en la medida en que su percepción de la realidad, sus reflexiones y actuaciones determinan el sentido y el afianzamiento de estas acciones en su territorio.

Tuvo como técnicas la observación participante, a través de un acercamiento a dos contextos: un acercamiento inicial a la comunidad integrante de la mesa de víctimas y otro a una institución educativa, en los que se buscó una aproximación para el registro descriptivo de los diversos sucesos o eventos que fueron analizados y explorados desde diversos ordenes sociales, políticos y culturales; así como afirman algunos autores: “No es mera contemplación, implica adentrarnos en profundidad a situaciones sociales y mantener un papel activo, así mismo como una reflexión permanente” (Hernández et ál., 2010, p.412). De la misma manera ocurre con la etnografía, cuya indagación circuló alrededor de aspectos relacionados con sus experiencias, representaciones, significados y perspectivas frente al tema del conflicto, la violencia y la paz.

Palabras clave: Desplazamiento forzado, homicidio, desaparición forzada, radio virtual, memoria colectiva.

Abstract

This document is a travelled road in which telling the past has not been, strictly speaking, just a remembrance. The stories have been rebuilt and transformed taking into account how present has leaked out through the cracks of that past time. To put it in a more academic way, it is a new reading that reconfigures and transforms that past, insofar as it allows us to understand some of its processes and what they mean today in those affected by some of the victimizing events that characterized the Colombian conflict: displacement, enforced disappearance and homicide. Why telling twice? The first time in order to save the past from the interstices of an individual memory and in a certain intimate and particular way of the inhabitants of the municipality of Tibacuy. The second time in order to share it in a reflective setting that seeks to activate other memories. In this case, the memory that is to be rescued, from the stories shared by the inhabitants of Tibacuy on the UNAD Virtual Radio, is represented by the evocations of the students of the normal school of Pasca. They embody a look about what happened in his municipality. Although it experienced a very particular situation within the armed conflict, this reading is not part of the heritage of knowledge that feeds a regional perspective. The aim of this endeavour is to advance in a cartography of the incidence of the armed conflict in the Sumapaz region and in how the sensitivities that particular stories arouse make it possible to locate, reflect and build awareness before their own context.

Methodologically, the project was developed in the field of qualitative research supported by phenomenological studies that, according to Hernández et al. (2010), “... seeks to understand the perspective of the participants on the phenomena that surround them, goes into detail about their experiences, perspectives, opinions and meanings, that is, the way in which participants subjectively perceive their reality” (p. 358). When speaking of a project with a social scope, the qualitative view is complemented by an approach under the IAP methodology and, in addition, from a more comprehensive than critical perspective, which links the community as an incident actor, insofar as its perception of the reality, its reflections and actions determine the meaning and the consolidation of these actions in its territory.

Its techniques were participant observation, through an approach to two contexts: an initial approach to the community that is part of the victims' table and another to an educational institution, in which an approach was sought for the descriptive record of the various events that were analyzed and explored from various social, political and cultural orders; as some authors affirm: “It is not mere contemplation, it implies going deeply into social situations and maintaining an active role, as well as a permanent reflection” (Hernández et al., 2010, p. 412). The same occurs with ethnography, whose inquiry was about aspects related to their experiences, representations, meanings and perspectives on the issue of conflict, violence, and peace.

Keywords: forced displacement, homicide, enforced disappearance, virtual radio, collective memory.

Ingreso al escenario

Hay historias por contar: algunas ilustradas en los relatos de vida de quienes habitan Tibacuy, uno de los municipios que conforman la región del Sumapaz, y que ha compartido su espacio físico y su día a día con las acciones y la presencia de grupos subversivos como las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), quienes operaron en la región desde principios de los años 90, a través del frente 44, liderado durante un largo periodo por el llamado Negro Antonio, y hasta mediados de la década del 2000. Asimismo, incidieron grupos paramilitares, pero en un periodo de tiempo más corto.

Tibacuy, y en general el departamento de Cundinamarca (Gobernación de Cundinamarca, 2016), se caracterizó durante el conflicto por ser un corredor para los grupos ilegales, dada su conexión con otros municipios y, también, por los departamentos con un alto índice de protagonistas en el conflicto armado, razón que llevó a su control territorial con el consecuente “despliegue estratégico económico, social, político y administrativo en virtud de su posición geográfica y los límites que sus municipios comparten con departamentos como Antioquia, Boyacá, Caldas, Casanare, Huila, Meta y Tolima.”(Gobernación de Cundinamarca, 2016, p.6). Particularmente, Tibacuy conecta el páramo de Sumapaz con municipios como Nilo y Viotá en Cundinamarca, y con Melgar en el Tolima. La proximidad con Viotá, que históricamente ha sido afectado por el conflicto, llevó a la presión por el control sobre Tibacuy y sus respectivas inspecciones, como lo son Cumaca y Bateas.

El accionar de las Farc llevó a que en la inspección de Cumaca, la más importante de Tibacuy y uno de los principales pueblos consumidores de la cerveza Águila en el país, se vieran privados del consumo de este producto y tuvieran que optar por la foránea cerveza Polar, de origen venezolano; esto fue ocasionado por obra y gracia de las vacunas aplicadas por la guerrilla a las empresas que, de alguna manera y desde sus ofertas de consumo, se amalgamaban con las prácticas culturales de los pobladores de Tibacuy. Cuentan los habitantes que ya no había gaseosa, no entraba el carro del gas y todo vehículo 4x4 que ingresara más allá del punto llamado la Portada, no volvía a salir. Son mil relatos pequeños, de una y otra índole, los que configuran una realidad enmarcada en la ineludible relación entre los pobladores del municipio de Tibacuy y el escenario de conflicto representado tanto por el accionar de los paramilitares como, y especialmente, por el frente guerrillero de las FARC que operó por esos años en su territorio.

El gradual y continuo fortalecimiento del grupo subversivo fue salpicando, poco a poco, del color de la sangre y del miedo, a veredas e inspecciones. Es el habitual proceso de conflicto que han vivido muchos pueblos y ciudades en el país. Prácticas como asesinatos selectivos sembraron el temor y la paranoia colectiva, lo que llevó a sus pobladores a desplazarse a las ciudades o marginarse de cualquier manifestación social o política para conservar su terruño. Asimismo, aparecieron juicios apresurados e infundados a líderes y campesinos, provocados muchas veces por señalamiento entre los propios vecinos al decir que eran auxiliadores, ya de la guerrilla, del ejército o de los grupos paramilitares, o por su filiación política, por encuentros circunstanciales con alguno de estos grupos, por mera sospecha, o incluso por hacer cosas que para otros no era de su gusto; así que se les endilgaba una militancia habitualmente inexistente y/o improbable. En este contexto es justificado hablar de un pueblo cercado por el miedo, la incertidumbre y la desconfianza frente a sus propios vecinos, frente a la institucionalidad; y en consecuencia, los lazos que se construyeron a través de la historia se rompen.

Así, la desesperanza y la desconfianza fueron construyendo nido en la cabeza de sus pobladores, haciendo que los limitados intentos de colectivizar las miradas y las búsquedas de respuesta frente al conflicto –o sus posibles razones- como, por ejemplo, las intenciones de generar asociatividad para participar en alguna de las propuestas que, de cuando en vez, compartía la alcaldía para aliviar la situación económica, terminaron cayendo en un terreno demasiado árido, bloqueando de esta forma la posibilidad de crear vínculos sociales y de promover ilusiones de desarrollo colaborativo y humano. Se presenta una evidente ruptura, un fraccionamiento del mundo de lo colectivo que se refleja en el aislamiento, en el predominio de una respuesta individual y defensiva. Entonces, ¿qué hacer frente a tal realidad?: recapitular. Utilizar la narrativa, el recuerdo que representa a la memoria y que permite traer el ayer al hoy, de alguna forma resignificado, digerible, convertible en palabra y que puede permitir nominar, reacomodar y reconstruir para ir develando la niebla que oculta la vivencia de aquel remoto tiempo de la esperanza, de la confianza en el otro, en su pueblo, en sus instituciones.

Recuperar la memoria sobre los hechos que hicieron víctimas, sobrevivientes, o afectados por el conflicto en Tibacuy es preciso, porque no solo son hechos históricos que configuran las formas de organización y estructuración social, económica y política. También es necesario, porque permite conocer cómo se reconfigura la cultura local, su identidad y modos de resurgir a partir de subjetividades que se transforman y determinan el hacer presente y la construcción de nuevos futuros (Zemelman & León, 1997). La cultura, como sabemos, es base de la estructuración social. Por ello, se indica que es perentorio conocer y aprender de la propia historia desde la voz de sus protagonistas y testigos, valorar cómo los hechos incidieron y repercuten hoy en ellos y cómo puede esto ser trampolín para decidir con mayor conciencia sobre la comunidad que quieren tener. La memoria es poder de conciencia, apropiación y reconocimiento; la conciencia trae, junto con la acción, la posibilidad de erigirse como agente político en el propio contexto.

Ahora bien, la memoria requiere para significarse hacerse experiencia. Es decir, solo narrar y volver sobre los hechos, si bien es un acto que posibilita acentuar y hasta descargar las emociones vividas, no basta. Es necesario visibilizar más allá de lo acontecido el hecho de contar y, en este caso, lo hace el sobreviviente o quien haya vivido después de los hechos victimizantes. Su protagonismo es, y debe ser, relevante, porque es el primer paso para la construcción de conciencia histórica de la manera como orientara el maestro Zemelman y León (1997); narrar desde el presente es una forma de creer y crear horizontes potenciales o caminos de posibilidad para construir otras realidades sociales. El poder de la transformación está en el hecho de que contar ya es una diáspora de posibilidades, máxime cuando se media a través de los distintos canales en los que la radio es apenas uno de estos, generando multiplicidad de representaciones que se conjugan con historias, imaginarios, percepciones, significados y posibles nuevos sentidos, tanto en quien emite como en quien escucha y, cómo no, en quien ayuda a la transmisión. Con esto se reproduce la idea de magma de Castoriadis (2005), en el sentido que el cúmulo de todas estas representaciones desborda la contención amarrada por el silencio, de hecho, un silencio determinado, hacia la no determinación; en palabras de este filósofo “es creación, es decir, surgimiento de otras determinaciones, de nuevas leyes, de nuevos dominios de legalidad" (p.194). Para los investigadores de este trabajo, son nuevas maneras de instalarse en el presente de mano de la comunicación y una mediación como la radio. La comunicación, cuando transforma, explota en posibilidades para los sujetos sociales.

De esta manera, parte de la participación de la UNAD en el municipio de Tibacuy en la recuperación de narrativas sobre hechos violentos acaecidos durante el conflicto armado está aún orientada hacia el pronunciamiento de estos protagonistas y, además, hacer de ello una experiencia reflexiva que potencie a la persona, o que, al ser compartida, indique una ruta de reconocimiento y revisión propia, como es lo propuesto con los estudiantes del colegio de Pasca. Como ya se indicó, esta violencia fue regional, sin embargo, en cada municipio se matizó de maneras particulares.

Tibacuy puede ser el detonador de una memoria contagiosa que se propague por toda la región. Ir a otros escenarios con los relatos de sus habitantes, sus historias, sus recuerdos, pues sus narrativas representan la posibilidad de hacer uso de un vehículo en el cual avanzar con una preexistencia relativa a las experiencias recuperadas y a las categorías emergentes frente a los hechos registrados en la memoria local, entre otros contenidos. La violencia experimentada fue una tragedia de orden regional. Existe, por ende, la posibilidad de compartir los discursos, comparar las vivencias, dialogar con conocimiento de causa. Para este caso, la Radio UNAD Virtual ha sido ese vehículo que ha allanado el camino para poner frente a frente a los estudiantes de la normal de Pasca, también a la región del Sumapaz, y a las víctimas de la vereda San Francisco o de la Portada del municipio de Tibacuy, para cotejar en un ejercicio dialógico sus representaciones, sus recuerdos, sus esperanzas o desencantos frente a lo acontecido con los acuerdos de paz. Es, desde esta perspectiva, el estudiante de la normal un sujeto naciente que pretende formarse como histórico y político, además de ser promotor de un discurso que apela a la memoria como factor de identidad regional y, por ende, de lucha contra el olvido que niega una historia local que dé sentido de continuidad y pertenencia a un lugar, llámese Tibacuy, Pasca o Fusagasugá.


Los acontecimientos representados en hechos victimizantes

Se diría que los hechos victimizantes son aquellos que constituyen a las víctimas, en el sentido jurídico del término. En un país donde el mayor porcentaje de los hechos delictivos denunciados no llegan a un fallo definitivo, es una incongruencia hablar del tema. Sin embargo, el concepto ha servido en los lugares en los cuales el conflicto se ha arraigado como un recurso para definir la forma en que el conflicto se ha manifestado en cada territorio en particular. Para el caso de Tibacuy, los hechos victimizantes más frecuentes han sido el desplazamiento forzado, el homicidio y la desaparición forzada. Se acota, sin embargo, que, en comparación con el resto de los 115 municipios del departamento de Cundinamarca, registró menos casos como se explicará más adelante, en parte, porque este municipio centró la influencia armada por su posición estratégica de corredor hacia otros municipios y departamentos, implicación que se dio en el control social, económico y político con significativo protagonismo de los llamados milicianos. Estos actores, que no son parte de este estudio, tuvieron un papel preponderante en todo el contexto del conflicto colombiano (Álvarez, 2016) y son relevantes porque, en Tibacuy, incidieron en las acciones que activaron miedos y odios en el municipio, es decir, son parte de una fuerza contextual que moldeó el sentir, pensar y actuar de los habitantes, y están en la memoria de sus narraciones.

A continuación, se registran algunos de los testimonios y reflexiones alusivas a cada uno de estos hechos victimizantes en términos de la forma en que se hicieron visibles en el municipio.


El desplazamiento forzado y la necesidad de forjar un nuevo sujeto

De acuerdo con el informe de la Defensoría del Pueblo de Colombia (2015) de los 116 municipios del departamento de Cundinamarca, 114 se caracterizaron como expulsores; Tibacuy ocupó el vigésimo lugar con 1067 desplazados, es decir, cerca del 20% de su población (actualmente cuenta con 4828 habitantes). No obstante, también ha sido municipio receptor. Habitan en la actualidad ciudadanos provenientes de distintos departamentos de la costa atlántica, los llanos orientales, Tolima y Caquetá. Retornando a las ideas de Zemelman (2010), surge la inquietud por la configuración del sujeto que se desplaza y, para este caso, llega a Tibacuy, o que, en su defecto, fue obligado a marcharse, pero pudo regresar. ¿Quién es este sujeto y cómo ha sido su inserción en el nuevo territorio?

En esta coyuntura y bajo esta denominación, el sujeto se caracteriza por colocarse en una posición de resistencia tanto a la adversidad del destierro, a la nominación (para muchos peyorativa e injusta) de víctima por desplazamiento, como a rechazos aún vigentes, sin ser lo más extendido, por parte de la población receptora.

Lo que dan cuenta los testimonios de los desplazados llegados al territorio de Tibacuy es que, en medio de las circunstancias vividas tanto por ellos como por la población receptora, el sujeto se sigue construyendo a partir de actos de conciencia que le permiten darse cuenta de los desafíos, y que lo colocan en estado de indeterminación; es decir, que estando al margen de los aspectos que lo venían conduciendo históricamente y que de alguna manera le daban garantes culturales, políticos y económicos, se ve por fuera de tales determinaciones de seguridad con las que vivía: su profesión, su oficio, sus propiedades, sus amigos y vínculos. En este sentido, se menciona el comenzar de cero. Salirse de lo que determina a un sujeto en su recorrido histórico significa que no dependerá de nada sino de sí mismo. Lo anterior, lejos de suponer libertad e independencia para los desplazados, significó indefensión porque, a la voz de sus testimonios, tal situación crítica se dio al margen de sus derechos y el Estado ni en lo nacional ni en lo local pudieron garantizarlos; es allí donde se promulga una condición de desplazado que los coloca en subalternidad frente a las comunidades receptoras. En otras palabras, la ausencia del Estado en cualquiera de sus formas supedita al desplazado y construye el imaginario de víctima4 , determinación que encasilla e inmoviliza al sujeto. En resistencia a tal encasillamiento, los desplazados que llegaron a Tibacuy se asumieron en una indeterminación, y con ella afloraron dimensiones de su condición humana como la sensibilidad y capacidad de verse en otros que estaban viviendo situaciones semejantes o incluso peores y de compleja precariedad.

Al espejearse en otros, sumado al sentir de la resistencia de ser supeditados, emergen valores de posibilidad. La conciencia avisa la realidad y aquí el sujeto decide cómo enfrentarse a esta. La respuesta fue retomar la experiencia, de unos y otros, para enfocarse en la construcción de su futuro como experiencia social (Dubet, 2007). Ver la articulación, con lo instituido, con los pares y con otros agentes sociales para visionar futuro como posibilidad apunta al forjamiento de conciencia histórica (Zemelman, 2010).

La colocación del sujeto le permite darse cuenta de que requiere construir conocimiento para transformar la realidad que lo implica; esto se logra con procesos de formación cuyos contenidos y experiencias son distintos a lo que ya conoce y que en su condición de desplazado no son funcionales. La formación se convierte en una necesidad, un recurso y un medio, pues es a través de ella como consigue aprender nuevos oficios que le permiten sobrevivir, así sea en la informalidad, y también acercarse a otros cuyas circunstancias son similares por hechos victimizantes y, de este modo, figurar ontologías compartidas.

Así, la necesidad de formarse y autoformarse de manera concienciada por parte de personas desplazadas en Tibacuy, que ven en el aprendizaje y en el servicio a los demás caminos de sensibilización y reclamación de derechos5 , activó al sujeto político y al homo simbolicus, pues le lleva a identificar el conocimiento requerido que necesita, a comunicarlo, a gestionarlo y significarlo, dándole un sentido que se proyecta en conformar sujetos colectivos que se representan en asociaciones. Aprender y servir crean nuevas circunstancias que ayudan a superar la supeditación y afectaciones de tristeza e impotencia ante el cierre de puertas que connota la informalidad.

En el proceso de transformación de la realidad, donde se activó un sujeto político con necesidad consciente de formación, se sitúan como estratégicos dos actores: uno latente y otro emergente. De una parte, el territorio nuevo, desconocido y ajeno para muchos, como escenario de las interacciones donde se configuran significados, apropiaciones y posibilidades; por otro lado, las asociaciones, donde se tensionan la capacidad y el respeto por los gustos e intereses particulares6 . Aquí es importante diferenciar el vínculo de la asociación, pues mientras en el territorio se tejen afectos, intereses, maneras particulares de regulación cotidiana como los permisos que se dan entre unos sujetos y otros, y todo aquello que hace parte de la autonomía, las asociaciones se convierten en el eje de articulación con las estructuras como el Estado, que condiciona escenarios de participación para acceder a auxilios, capacitación y otros aspectos propios del derecho para el desplazado. Así, la nueva realidad es un movimiento constante entre la restitución del sujeto, su instalación en el presente, su vínculo con otros que comparten experiencias similares, y la articulación con el Estado, que cumple el papel de promotor de asociatividad en razón a que la devolución de derechos se hace colectivamente y no de forma individual, lo que retomando de Tapia (1997) significaría “materializar en la historia sus propias subjetividades y, por tanto, generar nuevas identidades y nuevas instituciones..." (p.157).


Desaparición forzada

La desaparición forzada deja una especie de vacío distinto al de la muerte. Alguien que se encuentra desaparecido es alguien que no está, pero que regresa con cierta frecuencia, pues vuelve en forma de evocaciones, reminiscencias y/o conjeturas, sin saber a ciencia cierta dónde se halla y cuál es su estado. De cierta forma, es todo el grupo afectivo que rodea a la víctima de desaparición el que tiende desvanecerse, o por lo menos a alejarse del ciclo habitual de los sucesos cotidianos.

Dentro del informe BASTA YA, Lizarazo (2014) afirma que “el GMH define una desaparición forzada como la privación de la libertad de una persona de la cual se desconoce su paradero, en la que no se pide algo a cambio y el victimario niega su responsabilidad en el hecho” (p.57). En su primer capítulo, dicho documento deja vislumbrar que la desaparición forzada es una forma supremamente elaborada de esa perversa inteligencia de la confrontación armada que cambia las masacres o los homicidios selectivos por acciones que tienen un mayor impacto en el tiempo, entre ellas la desaparición de personas; en adición, pareciera un hecho victimizante de bajo impacto frente a la trascendencia que se les confiere a otras formas de violencia. Esta es una forma de ver las cosas, que intenta dar cuenta del significado de la desaparición, sus efectos e intencionalidades.

Lo cierto es que la carga emocional que implica la desaparición es un ejercicio que se vive en diferentes lugares, entre ellos, la proximidad del grupo familiar, o el círculo social y afectivo del desaparecido. El efecto, entonces, se ubica simultáneamente, tanto en el terreno de lo subjetivo, como en el terreno de lo social. En primer lugar, se establece en la intimidad de la espera, del menoscabo de la expectativa, que se traduce en la configuración de estados hondamente ambivalentes que hacen referencia a la coexistencia de sentimientos contradictorios entre los que se puede mezclar la ira con la tristeza; o la ilusión momentánea con cierta sensación de desesperanza, impidiendo de esta forma el avance en la elaboración del conflicto que entraña un evento tan avasallante. Dentro del componente social, uno de los contenidos característicos de la desaparición forzada tiene que ver con la relación que se establece con el territorio. Así como en el desplazamiento se presenta una subjetividad desplazada de su territorio social, cultural, afectivo y simbólico; en la desaparición se puede hablar de un territorio sin sujeto, rota su posibilidad de seguir siendo un actor que aporta a la transformación de ese escenario que lo contiene y al cual estuvo ligado de distintas maneras hasta el momento de su desaparición.

Ya en el escenario explícito del municipio de Tibacuy, la desaparición forzada se configura en los casos emblemáticos que se mantienen en el recuerdo y que representan las formas particulares de su advenimiento. Uno de ellos es el caso de don Alfonso, un ganadero que tenía su finca en la vereda Naranjal, o el concejal Heladio, líder social de la izquierda del municipio; ellos, desde el cotidiano espacio de sus vivencias de pueblo, fueron reclamados por el conflicto para jugar el infortunado rol de desaparecidos. Fueron totalmente desaparecidos porque, después del hecho, no se volvió a saber nada de ellos por más que fueron buscados, preguntados por sus familiares y denunciados los hechos ante las autoridades competentes. Tampoco hubo un cuerpo, unos restos humanos que permitieran verificar su deceso, cumplir con el ritual de la despedida para cerrar el ciclo de la vida. Asimismo, no fue posible identificar un lugar que permitiera a sus familiares dirigir sus pasos para el encuentro con el ser amado que ostentaría un lugar y una condición, puede que distintos, pero igualmente identificables y por ende generadores de consuelo. Nada de esto sucedió.

En los dos casos, tampoco se sabe que sus familiares recibieran algún tipo de mensaje para pedir dinero con el fin de garantizar su regreso. En adición, y sobre todo, son desaparecidos porque hasta el último momento de su existencia, doña Ángela, madre de Heladio, esperó una respuesta que hablara de un lugar o de un motivo que le permitiera construir una historia factible del destino de su hijo. Igual sucedió con los familiares de don Alfonso, quienes terminaron marchándose del municipio, abandonando su finca, su ganado y sus proyectos en la región, pero del mismo modo, viviendo con la incertidumbre acerca del paradero de su ser querido.

El exiguo reconocimiento frente a la desaparición forzada ha permitido que sus connotaciones no se hayan clarificado plenamente. En el municipio de Tibacuy tras los hechos de desaparición se revelan varios móviles. El caso de don Alfonso, al parecer, obedece a una conjunción entre motivos económicos y políticos asociados a su condición de ganadero en una zona de alta incidencia por parte de grupos paramilitares, como lo es el municipio de Cambao, en el departamento del Tolima, que era en lugar en que compraba los semovientes que posteriormente traía a su finca de Tibacuy. Esta confluencia de circunstancias le obligó a tener que cargar con un estigma que lo hizo blanco de la acción armada del frente 44 de las FARC.

En cuanto a Heladio, otro de los casos emblemáticos en el municipio, su carácter de líder social, su condición de miembro del Concejo Municipal de Tibacuy y otrora, funcionario de la alcaldía, ligado a un accionar social muy perceptible, pues tuvo reconocimiento por parte de los habitantes y también algunas controversias de orden político. Estos elementos muy seguramente configuraron los motivos en la imaginación de sus captores, desconocidos, misteriosos, quienes eligieron llevárselo una noche de su casa, mientras tomaba su cena. Hasta el día de hoy no hay una sola pista acerca de su paradero.

Volviendo al caso de don Alfonso, comenta una ex funcionaria de la alcaldía de Tibacuy, de quien se reserva el nombre:

- Él se confiaba mucho en su trabajador, quien era simpatizante de la guerrilla. Orlando se emborrachaba y empezaba a decir: “Don Alfonso es paraco”. Un día le pregunté a una vecina qué había pasado con don Alfonso, que había desaparecido un año atrás. Ella me contó que el día que se lo llevaron ese fue el susto más terrible que tuvo, porque una tarde de domingo llegó el comandante de la guerrilla con varios hombres y los encañonaron a todos los habitantes de la casa y se llevaron a don Alfonso en su propio carro y desde ese día nunca se volvió a saber nada de él. Aunque vivía en la finca con su esposa, y además su hija y los nietos iban habitualmente a visitar a los abuelos; después de esto, ellos no volvieron, quedó todo abandonado. Ahora vive una promotora de salud, pero hoy en día esa tierra no es nada para lo que era cuando don Alfonso vivía allí.-

De Heladio tampoco se volvió a saber nada. Es como si a los desaparecidos se los hubiese tragado la tierra.

Es la más cruel incertidumbre, en la que se conjetura un escenario paralelo, pero a su vez, precario, en el que prevalecen muchas preguntas: ¿en qué lugar estará?, ¿dónde descansa su cuerpo?, ¿qué es de su conciencia? Estos interrogantes ratifican otro de los ejes distintivos de la desaparición forzada: no es factible construir una historia consistente. Una historia es una narrativa cargada de sentido, que corresponde a una secuencia que debería sostenerse en el tiempo. Lo cierto es que no es posible construir una historia duradera, apenas son fragmentos, en la medida en que se diluyen en el tiempo; piezas sueltas carentes de cohesión. Algunas de las expresiones de los familiares de los desaparecidos dejan entrever que nunca van a saber qué sucedió en cada uno de los días del ser amado, al que en vano esperan; pero, aunque así sean las cosas, no van a poder cerrar la puerta, como le sucedió a doña Ángela, para quien seguramente la última pregunta de su existencia tuvo que ver con el destino de su hijo desaparecido. Se intuye la pregunta: ¿cómo hacer para cerrar el tema y hacer de cuenta que ya no va a volver? No es posible; hay que vivir el día a día con esa carga sobre su existencia. ¿Cuántas cosas pierden paulatinamente su valor?, ¿cuántos fragmentos de eso, que es cada uno, se sepultan con esa infinita sensación de ausencia perpetua? Son preguntas obvias, pero de muy difícil respuesta. Ese llamado “otro social”, que representa cierta solidaridad, una posibilidad de compartir lo que se va experimentando se torna nebuloso, pierde su solidez; el inexplicable sentimiento de distancia termina ocupando cada tiempo y cada espacio y no hay un modo cierto de salir de esa asfixiante atmosfera. Es la cruda cotidianidad de los familiares de los desaparecidos.

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El Homicidio

En esa inserción de lo local a lo regional y a lo nacional, que Prieto y Rosario (1993) plantean como un punto importante de la función de la radio universitaria, se destacan hechos narrados como el de doña Ana, una mujer de aproximadamente 70 años, que permanece en su vivienda ubicada en la vereda San Francisco, uno de los sectores rurales más afectados por hechos violentos como el homicidio, la desaparición forzada y el desplazamiento por parte de grupos ilegales. Lo anterior se da debido a la ubicación estratégica de la vereda, pues es un corredor que comunica algunos de los municipios que forman parte de las provincias de Sumapaz y Tequendama. Era un paso obligado atravesar la finca de don Alfonso López, un líder social comunitario, defensor de los derechos y protector de su comunidad; muchas veces narra doña Ana, con orgullo, se convertía hasta en mediador para solucionar los problemas matrimoniales. Alfonso López era miembro del Comité de Cafeteros y concejal del municipio y alguien cercano a la gente; padre de tres hijos, quienes fueron testigos de su asesinato esa noche del 19 de septiembre del año 2003: “y en esas oímos los tiros, dijo apenas Vladimir, inclinando su cabecita: ahí quedó nuestro papá”, relata doña Ana con voz entrecortada, con el mismo dolor de hace 15 años, pues sus lágrimas aún brotan fácilmente cuando describe la forma en que su marido fue sacado a la fuerza y ellos obligados a estar encerrados: “no vamos a matar a nadie” recuerda doña Ana que fueron las palabras que expresó uno de los agresores, antes de llevarse a don Alfonso; sin embargo, la forma violenta de vulnerar su intimidad dejaba entrever otro final, pues los hechos evidenciaban la forma como se venía construyendo en la población un sentido de relación con la muerte.

Los relatos permiten entender que en un ámbito de guerra la muerte era una constante, era una gran probabilidad. Doña Ana manifiesta “(…) se acabó don Alfonso” nostálgica y en medio de la soledad reafirma: “lo mataron por política porque él no era un hombre malo (…) Tanto servir en esta vida, tanto para qué, nadie lo defendió”, reprocha doña Ana mientras observaba llorando su imagen en la pared.

El programa radial Contando Hasta 10 no solo visualiza a la víctima para su reconocimiento, sino que lleva a ese otro-audiencia a construir la memoria a partir de la conciencia sobre las implicaciones que han llevado a cada situación, y es que:

La memoria humaniza lo que la guerra deshumanizó, al reconocer y tomar conciencia de los hechos atroces que marcaron los contextos y cotidianidades; se trata de, hacer de la memoria ejemplar, la herramienta para no repetir los errores del pasado y continuar construyendo entonces procesos transformadores que fortalezcan los vínculos sociales. (Lizarazo, 2014, p. 21)

La expresión “Se acabó don Alfonso” condicionó en el imaginario de los colectivos del municipio de Tibacuy, la idea de que toda iniciativa o intención de liderazgo o trabajo comunitario era ideológicamente relacionado como un acto de subversión. Para algunas personas era peligroso asumir este tipo de roles ya que el miedo infundido había quedado instalado en ellos. Al activar la memoria se recupera la conciencia y la posibilidad de cambiar el pasado. En este sentido se reafirma “el reconocimiento del pasado y la construcción de la narración imaginativa, que establecen los parámetros de la negociación y del hallazgo a las soluciones de los conflictos…” (Lizarazo,2014, p.19).


Lo que la radio comunica, lo que percibe la audiencia

Siempre habrá nuevas generaciones que necesiten contextualizar el pasado. Ofrecerles ese contexto es labor de los medios

—Christian Gramsch

La radio comienza a desempeñar un papel relevante en la construcción social de los contextos y de las situaciones. Para el caso de la violencia y vulneración de los derechos de las víctimas del conflicto en el municipio de Tibacuy, se trata de develar esa parte del conflicto a través de las voces entendidas como vehículos que establecen una relación de cercanía entre el sujeto víctima y el otro-audiencia, relatos que actúan como un recurso de mediación pedagógica que activan la interlocución y el intercambio, siendo la mediación, en palabras de Prieto y Rosario (1993) el acto de “mediar entre áreas del conocimiento y de la práctica humana y quienes están en situación de aprender algo de ellas” (p.2). Se trata de conocer la historia local, analizar e interpretarla, de contextualizarla y aprender algo de ella.

Un primer momento habla de la complejidad de lo acontecido. Homicidio, desplazamiento y desaparición forzada son tres realidades bien diferenciadas que connotan hechos, sensaciones y percepciones muy peculiares. Es importante apuntar a esta distinción que nos empieza a conferir el estatus de agentes políticos que conocen lo sucedido, lo pueden clasificar, lo comparan con su propio acontecer, con sus interpretaciones, con los imaginarios de su localidad y lo ubican como hecho significativo de una historia de orden regional.

Conocer la historia local desde la voz de las víctimas del conflicto armado en Colombia abre la posibilidad de fortalecer el sentido de lo colectivo hacia lo vivido; esa ruptura de la indiferencia es un paso para el rescate de la identidad y la construcción democrática de la paz, del tejido social; cuando el oyente, para el caso estudiantes del ciclo complementario de la Normal de Pasca, se acerca a la realidad, mediada por la radio, se sensibiliza, comprende que lo que le pasó a otros tiene que ver con la forma como concibe su presente y construye su futuro. Los jóvenes tienen ese derecho de conocer su historia, de entender las dinámicas de un país que siempre ha estado enmarcado en el conflicto.

El taller denominado Resignificación de las víctimas del conflicto, pone de manifiesto el grado de conciencia que la población estudiantil tiene frente a los hechos que han marcado la historia de su país, de sus regiones; si bien no desconocen algunos apartes de esa realidad, nunca se aproximaron a las víctimas de forma tan directa como lo hicieron cuando escucharon las voces de las víctimas del conflicto en Tibacuy a través del programa Contando Hasta 10; su percepción se amplió y su capacidad de comprensión les invitó a replantear conceptos básicos dentro del contenido discursivo de la experiencia con el conflicto armado. Allí, el ejercicio comparativo fue un elemento significativo; la pregunta acerca de la diferencia entre lo acontecido en Tibacuy y Pasca fue relevante, ya que ellos asociaron las víctimas de Tibacuy a sus propias víctimas. Por ejemplo, recordaron familiares, rememoraron hechos y se hicieron análisis relativos a las respuestas diferenciadas de uno y otro municipio.

En otro sentido, conceptos como el de víctima, que ha sido estigmatizada como una persona oportunista que vive de los recursos del Estado, ha sido reflexionado a partir de la posibilidad de hacer circular nuevamente los hechos y reconocer que sus familiares también fueron de alguna forma víctimas que han sufrido pérdidas y que les asisten una serie de derechos; por lo tanto, resultan ser concepciones mucho más abarcadoras y relacionadas con la dignidad de una condición y la posibilidad de empatizar con ella. Asimismo, destacan el papel de nuevos actores como la mujer que, en medio de las consecuencias destructivas de un conflicto, lucha y surge por amor a sus hijos, por amor a una comunidad y por el vehemente deseo de honrar la memoria de quienes partieron y no pudieron ser parte de un presente que los reivindicara.


Algunas Reflexiones de cierre

Referencias


1Docente ocasional. Correo electrónico: ana.crismaldo@unad.edu.co

2Docente auxiliar. Correo electrónico: alfonso.angarita@unad.edu.co

3Docente asistente. Correo electrónico: hever.miguez@unad.edu.co

4 “La mentalidad que asume el desplazamiento como condición viene del Estado, que ayuda a creer que el desplazamiento es una condición...” Informante, D 1: Voz 010 - 1:3 11:09 - 12:00 (0:11:09.179 [0:12:00.013])

5 Larios, líder social proveniente de la costa norte, asegura que “la gente se sintoniza con la participación y el servicio es la oportunidad de conocer el territorio”.

6 Esta es la experiencia de Minga Activa, una asociación que para asociarse con personas afectadas por distintos hechos victimizantes, entre estos el desplazamiento, motivó el reconocimiento de los intereses de las víctimas y proyectó su participación en la Mesa Municipal de Víctimas. Minga es un vocablo quechua que quiere decir trabajo conjunto.