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Irán y Arabia Saudí en Yemen: el vínculo de los hutíes con Teherán como justificación de los Saúd
Iran and Saudi Arabia in Yemen: The Houthis link with Teheran as a justification
Análisis Jurídico – Político, vol. 5, núm. 10, pp. 205-234, 2023
Universidad Nacional Abierta y a Distancia

Artículos producto de investigación

Análisis Jurídico – Político
Universidad Nacional Abierta y a Distancia, Colombia
ISSN: 2665-5470
ISSN-e: 2665-5489
Periodicidad: Semestral
vol. 5, núm. 10, 2023

Recepción: 05 Abril 2023

Aprobación: 03 Julio 2023

Los autores que publican con la revista Análisis Jurídico - Político aceptan los siguientes términos: Los autores ceden los derechos patrimoniales a la Universidad Nacional Abierta y a Distancia – UNAD de manera gratuita, dentro de los cuáles se incluyen: el derecho a editar, publicar, reproducir y distribuir tanto en medios impresos como digitales y otorgan a la revista Análisis Jurídico - Político el derecho de primera publicación el trabajo licenciado simultáneamente bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional License la cual permite a otros compartir el trabajo con un reconocimiento de la autoría de la obra y la inicial publicación en esta revista, sin fines comerciales.

Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.

Resumen: Este artículo analiza la implicación del régimen iraní en la guerra civil yemení como pretexto para la intervención saudí. Desde una perspectiva sociológica del poder, primero examinamos las motivaciones y los vínculos directos e indirectos entre los rebeldes hutíes y las élites iraníes. Luego usamos métodos cualitativos de investigación bibliográfica y análisis de fuentes periodísticas para examinar las razones de la decisión política de Arabia Saudí de intervenir en Yemen para extender el poder del príncipe bin Salmán y ampliar su apoyo popular. Podemos concluir que el papel de Irán en Yemen es insuficiente para entender a los hutíes como proxies. Por lo tanto, confirmamos que el príncipe saudí intensificó esta acusación para justificar la guerra y afirmar su posición dentro del sistema de poder interno.

Palabras clave: Arabia Saudí, guerra civil yemení, hutíes, Irán, sociología del poder.

Abstract: This paper analyses the implication of the Iranian regime in the Yemeni Civil War as a pretext for the intervention of Saudi Arabia. First, with a sociology of power lens, we study the direct and indirect links and drivers between the Houthi rebels and Iran’s elites. Then, using qualitative methods of literature review and analysis of press sources, we look at the causes of the Saudi policy decision to enter Yemen as a means of expanding Prince bin Salman’s power and its popular support. Finally, we conclude that the Iranian role in Yemen is not enough for the Houthis to be its proxies, thus, we affirm that the Saudi prince magnified that to justify the war in order to keep its position in the internal power system.

Keywords: Houthis, Iran, Saudi Arabia, sociology of power, Yemeni Civil War.

1. Introducción

Las protestas de la Primavera Árabe se extendieron a Yemen, en 2011, contra el régimen autoritario de Alí Abdullah Saleh, presidente en el poder en Yemen del Norte desde 1978 y en el Yemen unido desde 1990. Estas protestas pueden explicarse en general por las “rupturas de cincuenta ‘años de subrepresentación política, desigualdad social, pobreza y corrupción, así como luchas de identidad’” (Daou, 2021). La movilización y la inestabilidad obligaron a dimitir al presidente en un acuerdo negociado por Riad a favor de Abd Rabbuh Mansur al-Hadi. Sin embargo, Hadi no podría seguir el rumbo de su predecesor, ya que el contexto del levantamiento era incontrolable, en parte debido a la actividad del movimiento hutí.

Los hutíes habían lanzado un levantamiento en 2004 contra el gobierno central, que en 2009 lanzó una operación de guerra para tratar de eliminarlos, sin éxito. Luego, aprovechado el levanta- miento de 2011, se aliaron contra el presidente Saleh y tomaron el control de Saada y sus alrededores. Esta insurgencia armada duró hasta la toma de la capital, Sanaa, en 2014, lo que obligó al presidente Hadi a huir primero a Adén y luego a Arabia Saudí. Luego, en 2015, el movimiento hutí disolvió el parlamento y tomó formalmente el poder con un comité revolucionario (Ortiz de Zárate, 2015a). Sin embargo, el conflicto continúa con fuerzas leales al antiguo régimen de Saleh y Hadi, y apoyadas por Arabia Saudí. En 2015, a petición de Hadi, el régimen Saúd lanzó una ofensiva militar con las operaciones Tormenta Decisiva y Restaurando la Esperanza. Las operaciones consistieron en un bloqueo naval y el despliegue de tropas por tierra en las zonas controladas por los rebeldes hutíes, así como un intenso bombardeo.

La intervención saudí en Yemen está vinculada a las tensiones con Irán, con Riyadh viendo a los hutíes como proxies de Teherán (Stenslie, 2015). Este estudio intentará analizar las relaciones saudí-iraníes a la luz del conflicto internacionalizado en Yemen. La pregunta principal que debe responderse es, por lo tanto: ¿qué tan involucrado está Irán en la guerra en Yemen? ¿Es esto suficiente para justificar una intervención saudí? La suposición inicial es que Irán solo ha apoyado moderadamente a los rebeldes hutíes. Por otra parte, este hecho es reforzado por Arabia Saudí para justificar su intervención militar desde 2015, la cual fue motivada por el deseo de consolidar la figura del príncipe heredero Mohamed bin Salmán.

Para confirmar o refutar la hipótesis, primero presentaremos el marco teórico y un referente metodológico. A continuación, antes de profundizar en el régimen político y el poder de Irán, específi- camente sobre cuál es su participación en Yemen y cómo se explica, nos referiremos brevemente a los actores identificados para facilitar la lectura. Finalmente, se sigue el mismo patrón para la contraparte saudí.

2. Marco teórico y metodología

El realismo, y sus diversas ramificaciones, se ha utilizado a menudo para analizar conflictos o dinámicas en el Medio Oriente, un hecho que es beneficioso para situaciones como el dilema de la seguridad. Aplicado al caso de estudio, la escalada de tensiones entre Arabia Saudí e Irán amenazaría el equilibrio de poder de forma que uno se vería reforzado por el otro (Bin Huwaidin, 2015, pp. 69-71). Además, la participación de las dos potencias en Yemen sería vista como un intento de debilitar a la otra en el contexto de la lucha por el poder, considerándola una amenaza para su propia supervivencia.

Sin embargo, este estudio no utilizará este marco teórico debido a sus limitaciones y críticas a la hora de analizar el conflicto en Yemen. Por ejemplo, cuando hablamos de amenazas a la supervivencia, estas no son más que percepciones. Así, desde un punto de vista constructivista, “la anarquía es lo que los estados hacen de ella”, advierte Alexander Wendt (1992). Este investigador también usa el dilema de la seguridad desde un punto de vista construc- tivista, argumentando que las percepciones de cada uno de los estados involucrados en el dilema determinarán sus interacciones. De igual forma, Halliday (2007) afirma que “el realismo […] no es una guía suficiente para entender las relaciones internacionales” (p. 22), ya que es fundamental contar con las imágenes que los actores se forman de sí mismos y de los demás, afirmando que “son las aspiraciones e imágenes las que dan forma a la política exterior (de los estados)” (Halliday, 2007, p. 22). Sin embargo, la lógica estadocéntrica de estas premisas debe ser superada, ya que el estado es una entidad abstracta; no es un actor independiente, pero los actores son las élites que lo controlan, y el Estado es un importante recurso de poder.

Por ello, la perspectiva que se utilizará para analizar la implicación de Arabia Saudí e Irán en la guerra de Yemen será la sociología del poder. Este marco teórico será de utilidad para clasificar a los diferentes actores que intervienen en el conflicto y jerarquizar entre ellos en función de “las distintas dinámicas que rigen sus relaciones, los medios de poder que tienen y su peso en la sociedad” (Izquierdo y Kemou, 2009, p. 20).

En cuanto a los medios de poder, el Estado, el capital, la ideología, la información, la coerción y la propia población suelen ser los más importantes a la hora de clasificar a los actores en élites primarias o secundarias (Izquierdo y Kemou, 2009, p. 21). Sin embargo, esto se vuelve más complejo cuando dejamos atrás la lógica nacional y hablamos de la dinámica de una guerra civil internacionalizada, como en el caso de Yemen (Sipri, 2021, p. 8). Por lo tanto, este estudio intentará analizar quiénes son los actores principales o secundarios que tienen la capacidad de influir en el sistema yemení en el contexto de la guerra civil en curso. Esto servirá para ver cómo se justifica la intervención militar de Arabia Saudí en Yemen y cómo se ha hecho lo mismo con la influencia iraní.

Una de las ideas centrales de la sociología del poder es que las élites no pueden dejar de competir por el poder diferencial, ya que en el momento en que lo hacen dejan de existir como actores y son reemplazadas por otros. Así “las relaciones de poder son circulares y se autorrefuerzan” (Izquierdo y Farrés-Fernández, 2008, p. 110). En este caso se trata de relaciones de poder circulares, porque el principal objetivo de las élites es la acumulación diferencial de poder. También existen las relaciones de poder lineales, que esencialmente ocurren cuando la población se convierte en un actor más que en una fuente de poder. En este caso existe la intención de cambiar el sistema, son movimientos que tienen un principio y un final, que se da cuando se logra el objetivo o cuando hay desmovilización de la población (Izquierdo y Farrés-Fernández, 2008, p. 111).

La distinción hecha anteriormente entre élites primarias y secundarias también será relevante para el análisis del conflicto desde el punto de vista de la sociología del poder. En esta espiral de poder creciente, las élites primarias serán las que puedan competir efectivamente por los recursos de poder. Las élites secundarias, por su parte, serán aquellos actores que “si bien intervienen en la competencia, se mueven dentro de la estructura generada por las élites primarias, […] por lo que su acceso a los recursos dependerá de sus alianzas (con ellas)” (Izquierdo y Kemou, 2009, p. 29).

Finalmente, la sociología del poder asume que los actores involucrados en una relación de poder no pueden ser abstractos. En otras palabras, las élites no son directamente un estado, una nación o una institución, sino los individuos o grupos de personas que las componen. Así, cuando nos referimos a un Estado o a una formación política, nos referimos a las élites individuales que controlan estas instituciones (Izquierdo y Kemou, 2009, p. 23;Farrés-Fernández, 2019, p. 257).

3. Los principales actores

En el marco teórico de la sociología del poder, es imperativo ir más allá del Estado para encontrar los actores que queremos analizar. Por lo tanto, debemos dirigirnos a los responsables de la política exterior de la República Islámica de Irán y el Reino de Arabia Saudí. En esta sección, los principales actores se mencionan muy brevemente para tenerlos en cuenta en futuras lecturas, ya que habrá una explicación más detallada como parte del análisis.

En Irán, Alí Jamenei es el líder supremo conservador, quien tiene un amplio control estatal y se constituye como la máxima élite del régimen. A continuación, debemos considerar al expresidente Hasán Rohaní (2013-2021), un político pragmático con una larga trayectoria en el aparato estatal iraní (Cole, 2013). Como se comenta en el apartado siguiente, mantiene un diálogo exterior más conciliador con Occidente, aunque ello no impide que defienda el papel ideal que las élites iraníes atribuyen a la República Islámica y a su ministro de Exteriores, Mohammad Javad Zarif, figura clave en el acuerdo nuclear de 2015 (Grean y Warrick, 2013) y crítico con la implicación de Arabia Saudí y Estados Unidos en el conflicto de Yemen (Gaouette, 2018). Finalmente, la consideración de Ebrahim Raisi es importante aquí, pero dado el momento de su nombra- miento, queda por ver qué papel desempeñará contra Yemen y Arabia Saudí.

En lo que respecta a Arabia Saudí, es importante el papel del rey Salmán, quien heredó el trono en 2015, pero no suele tomar decisiones políticas por su mala salud. El príncipe heredero, Mohamed bin Salmán, es protagonista de la política saudí desde 2015 y artífice de la intervención en Yemen. Muhammad bin Naif desempeña un papel secundario cuando finalmente transfiere pacíficamente su título de príncipe heredero a bin Salmán en 2017. Mohamed bin Salmán está particularmente interesado en posicionarse como una figura prominente en la política saudí a través de la intervención en Yemen.

Finalmente, los presidentes Saleh y Hadi y líderes hutíes como Abdelmalik Badreddin al-Houthi se destacan como actores relevantes en el conflicto de Yemen. Sin embargo, como se están estudiando los actores saudíes e iraníes, los yemeníes no serán explorados en profundidad, aunque es importante tenerlos en cuenta.

4. La república islámica de Irán en Yemen: ¿influencia o intervención?

Los líderes de Arabia Saudí han justificado su intervención militar en la guerra de Yemen con un discurso realista de maximizar su seguridad frente a una intervención iraní, que se cree que tiene una influencia significativa sobre los hutíes. De hecho, se supone que Arabia Saudí siempre ha mostrado cierto escepticismo hacia su vecino iraní y que sus relaciones han sido históricamente frías (Al-Badi, 2016, pp. 191-193). Aunque en los días previos a la Revolución Islámica de 1979, tanto el Sha de Irán como la familia real saudí eran aliados, respaldados por Estados Unidos, contra el Eje republicano reformista liderado por el Egipto nasserista.

Y lo mismo ocurre con la parte iraní, independientemente de la valoración que se haga del nivel de intervención en Yemen. Si ha habido ayuda para los hutíes, se puede explicar desde un punto de vista realista por qué Irán quiere aumentar su influencia, aumentar su poder y mejorar su situación en la región, o evitar que Arabia Saudí haga exactamente lo mismo. Esta lucha por el poder o expansión de la influencia se basa en la lógica del temor al otro. Al no estar seguro de sus intenciones, es mejor defenderse de forma preventiva, aunque esto acabe provocando resultados contradic- torios, en los que el otro percibe el giro defensivo como un acto potencialmente ofensivo, lo que puede provocar una escalada de tensiones y de armamento.

Este análisis realista está abierto a la crítica desde la perspectiva teórica que utilizamos por su sesgo estadocéntrico, pero sirve para ilustrar el papel de las percepciones y justificaciones de los dos poderes regionales, aunque una mayor exploración alterará la teoría. De hecho, el dilema de la seguridad es un problema de percepción, y esto es lo que en última instancia conduce a las ideas que dejan al descubierto el desarrollo de la llamada Guerra Fría en Oriente Medio entre Arabia Saudí e Irán. La representación de Irán como una amenaza, que ayuda a los rebeldes hutíes a debilitar el régimen de la familia Saúd, sirve como justificación para la intervención militar dirigida por Riad en Yemen. En cualquier caso, dada la argumentación saudí de la intervención, habría que preguntarse si el papel que desempeña Irán es realmente coherente con las percepciones de Riad o las percepciones que revela Riad.

Para ello, es fundamental dejar de ver al Estado como una caja negra en el sentido realista del término, y dedicarse al análisis individual de las élites que controlan el Estado como una importante herramienta de poder para gestionar su situación. Así que la lógica imperante es que las élites saudíes privilegiadas utilizan la retórica antiiraní aplicada al conflicto yemení para movilizar el apoyo popular en torno a la figura de Mohamed bin Salmán. En lo que respecta a Irán, también habrá que considerar qué papel desempeñan y cuáles son las élites.

Fred Halliday (2007, p. 42) señala que Irán ha sido un país gobernado desde la revolución de 1979 por una “élite revolucionaria y la coalición de clérigos y sus aliados seculares” más cercana a Jomeiní durante la Revolución Islámica. De esta forma, según estimaciones de Halliday, se formó una clase dirigente de unos 5000 entre laicos y clérigos, caracterizada por una fuerte unión e intereses políticos y comerciales comunes. Esta conexión es la clave para superar los momentos de crisis y cuestionamiento. Además, la pluralidad formal de instituciones estatales no puede superar las redes informales de esta élite.

En la cima de la élite y la estructura estatal se encuentra el líder supremo, el ayatolá Alí Jamenei, quien es el centro del poder en la República Islámica y será la persona más poderosa una vez que la Asamblea de Expertos lo escoja para un cargo vitalicio, cuyos miembros son elegidos por el pueblo cada ocho años. El líder supremo tiene autoridad constitucional sobre el poder judicial, las fuerzas armadas, la guardia revolucionaria y los medios estatales. Además, puede anular las decisiones ejecutivas y legislativas, acusar al presidente y tener la última palabra en política exterior. Por otro lado, también tiene autoridad sobre el consejo de guardianes, un organismo que puede vetar candidatos presidenciales y tomar decisiones parlamentarias, supervisar elecciones y certificar sus resultados. De los doce miembros, la mitad son designados por Khamenei, el resto por el jefe del poder judicial, también elegido por el ayatolá. En resumen, el control del Estado por parte de Alí Jamenei es altamente transparente, desde la elección de represen- tantes hasta el ejército, los medios y la supervisión de áreas políticas clave. El ayatolá “toca todas las palancas del Estado” y es prácti- camente invulnerable (Ortiz de Zárate, 2015b).

Sin embargo, el aparato estatal incluye otros personajes relevantes que merecen atención, en particular el ahora expresidente Hasán Rohaní y su ministro de exteriores, Mohammad Javad Zarif. Estos, junto con el líder supremo, son las principales figuras de la política exterior iraní hacia Yemen y Arabia Saudí.

Debe tenerse en cuenta que la “unidad” de las élites antes mencionadas se refiere al apoyo que brindan al régimen, actitud necesaria para evitar el veto del guía supremo. Sin embargo, no es un grupo homogéneo, sino que muestra una gran fragmentación entre facciones —conservadores, neoconservadores, pragmáticos y reformistas— y dentro de cada una de ellas. Esto fomenta una gran competencia entre las élites por los puestos de poder, primero dentro de cada facción y luego contra otras (Glombitza, 2022). Según Buchta (2000), “el sistema político iraní se caracteriza por una multitud de centros de poder formales e informales que generalmente compiten entre sí” (p. xi). Esta competencia, derivada de la lógica de la sociología del poder, explica el comportamiento de los actores y, en este estudio de caso, sirve para ilustrar la actitud de Hasán Rohaní hacia Yemen y Arabia Saudí en particular.

La competencia por el poder debe ajustarse a una estructura ideológica que tiene que ver con la percepción de las élites sobre lo que deberían ser y cómo debería comportarse Irán. Por ello, las políticas de la República Islámica, en general, y la política exterior, en particular, siempre han buscado enfatizar los principios de libertad e independencia (Ramazani, 2011, pp. 11-17). De hecho, las amenazas a la seguridad y el pasado semicolonial de Irán han hecho que la noción de independencia —entendida como evitar la injerencia extranjera— sea más importante que la de libertad, particularmente con respecto a las libertades individuales a nivel nacional e interior del país. Asimismo, al dar forma al ideal de lo que se entiende por Irán, Fred Halliday (2007) destaca la importancia de considerar tres dimensiones: “la imperial, la revolucionaria y la religiosa” (p. 24). De manera similar, Glombitza (2022) argumenta que el discurso ideológico de la República Islámica contiene narrativas recurrentes de revolución, resistencia, antiimperialismo, independencia, nacionalismo, la guerra Irán-Irak y referencias al islam. “Estas historias son parte de la base ideológica (de Irán) y juegan un papel importante en la política exterior iraní contem- poránea” (p. 102).

La concepción de esta cultura política está llena de referencias al pasado, como la idea de independencia de Occidente o la idealización de la era imperial. Así lo enfatiza el excanciller Mohammad Javad Zarif (2014) en un artículo de Foreign Affairs, en el que afirma que la política exterior de Irán se basa en los principios de mantener la independencia, la integridad territorial y la seguridad nacional. Además, ha surgido el ideal de que Irán disfruta de una “posición destacada en la región y más allá” que le permite desempeñar un papel clave en la actualidad (Javad Zarif, 2014, p. 52). Por otro lado, no solo es importante la autopercepción, sino también cómo los demás perciben a Irán. En este sentido, Javad Zarif (2014, p. 55) afirma que existe una campaña de promoción de la islamofobia, la iranofobia y la chiafobia, con el fin de posicionar a Irán como una amenaza regional para la paz y la seguridad. Los principales impulsores de la campaña, en palabras del exsecretario de Estado, serían Estados Unidos, Israel y Arabia Saudí.

Estos elementos perceptivos son importantes porque forman el marco en el que los actores evolucionan y presentan sus intereses y objetivos. En consecuencia, las principales élites iraníes no escapan a este discurso porque, como se acepta generalmente, evitar y establecer una retórica diferente supondría perder apoyos, y con ello una pérdida de poder y eliminación como actor. Es en este contexto que se desarrolla la lucha por el poder, con la que Hasan Rohaní asumió el cargo en 2013: aunque reformista, fue candidato del régimen aprobado por el ayatolá y logró, entre otras cosas, movilizar a la ciudadanía gracias a la moderada prudencia de su discurso. Esto explica por qué, aunque trató de adoptar una posición más dialógica para evitar el aislamiento internacional —como lo demuestra la firma del acuerdo nuclear—, las ideas de salvaguardar la seguridad nacional y mejorar el estatus internacional de Irán siempre estuvieron presentes en su política en el extranjero. Las élites no pueden sustraerse a este discurso porque su margen de maniobra es limitado. La victoria electoral de Rohaní también se explica por la movilización de sectores pragmáticos, reformistas y democráticos contra el expresidente Mahmud Ahmadinejad (Ortiz de Zárate, 2013).

En una lógica antiaislacionista, Rohaní buscó calmar las tensiones con las élites saudíes. Sin embargo, las relaciones continuaron deteriorándose a medida que se menoscababa la percepción de las élites de Riad sobre la República Islámica como una fuente de inestabilidad (Akbarzadeh, 2020, pp. 89-90). Esto ha ignorado las iniciativas de Rohaní desde 2013, ya que la dinámica de percepción dentro de la élite saudí se centra en mantener el apoyo y el poder, y si eso se produce a expensas de los lazos con sus homólogos iraníes, que así sea.

4.1. La Implicación de Irán

Para ver el papel iraní en el conflicto, primero analizaremos la implicación directa mediante ayuda militar y similares; después estudiaremos los elementos de soft power más indirectos que el régimen iraní ha utilizado en Yemen; y terminaremos explorando los intereses de las élites del país persa al llevar a cabo estas acciones.

Autores como Feierstein (2018) advierten que Irán, tradicio- nalmente, no ha sido particularmente importante en los asuntos de Yemen y que su presencia en las décadas previas a la guerra ha sido marginal. Esta posición comenzó a cambiar durante el conflicto armado en cuestión a medida que aumentaba drásti- camente el apoyo a los rebeldes hutíes. Por ejemplo, en 2013, las armadas estadounidense y yemení interceptaron un barco iraní que transportaba 40 toneladas de suministros militares, supuestamente destinados a los hutíes, incluidos misiles, explosivos y municiones.

En esta línea, Juneau (2016) entiende que, a pesar de que las relaciones entre los hutíes y el régimen iraní son innegables, el apoyo es “demasiado limitado como para tener un impacto signifi- cativo en el equilibrio de las fuerzas domésticas en Yemen” (p. 648). La existencia de relaciones se evidencia después de tomar el control de Saná, cuando líderes hutíes se reunieron con altos funcionarios iraníes en Teherán para firmar un acuerdo, con el fin de establecer una conexión aérea regular entre las dos capitales y para mejorar la cooperación entre ambos países (Feierstein, 2018).

Otro argumento que nos permite sostener que los hutíes no son un proxy de Irán es la propia naturaleza del conflicto yemení y su origen. No fue Irán quien incentivó desde un buen principio la creación ni el alzamiento hutí, sino que una vez los dirigentes iraníes vieron la ventana de oportunidad en las sucesivas victorias domésticas de los rebeldes yemeníes, decidieron sacar provecho apoyándolos, beneficiándose políticamente de sus éxitos, ayudando —de forma limitada, como estamos viendo— a consolidar una fuerza contraria al statu quo tocando la frontera saudí (Juneau, 2021, p. 11). La rebelión hutí no es una dinámica de 2014. Con antecedentes en Yemen del Norte desde hace décadas, el levantamiento rebelde responde a elementos esencialmente locales como una gobernanza corrupta e ineficaz y a la carencia de condiciones materiales de vida, que hacen inclinar muchos habitantes hacia el apoyo a la rebelión hutí, muchos de los cuales no son ni chiíes ni de tribus del Norte. De forma inversa, muchos de los que luchan en contra de los hutíes no tienen por qué defender el internacionalmente reconocido gobierno de Hadi, sino que luchan más bien por razones como “el control del poder, el territorio, y los recursos, y en algunos casos simplemente un salario” (Kendall, 2017, p. 2).

Irán ha desempeñado un papel modesto en los asuntos yemeníes y en el apoyo a los rebeldes hutíes. Esto se explica por las políticas moderadas de Rohaní. El expresidente de la República Islámica llegó al poder con un discurso en el que rompió con la retórica más beligerante y conservadora de su antecesor. Esto se aplica en Yemen, dado un apoyo moderado. Sin embargo, este apoyo debe estar allí, porque mantener la posición privilegiada de Rohaní requería que las propias élites iraníes proyectaran el ideal sobre Irán en el extranjero. Como se señaló, era necesario intensificar el diálogo para evitar el aislamiento internacional, pero también era necesario reconocer a Irán como una potencia capaz de ejercer influencia en el extranjero y mejorar su estatus internacional. No seguir esta estrategia significaría la pérdida de legitimidad de Rohaní, lo que les daría una ventaja a sus competidores. No obstante, los principios a seguir pueden mostrar cierta flexibilidad de enfoque, como lo demuestra la mayor intransigencia de Ahmanidejad o el tono más dialógico de Rohaní.

Más adelante, autores como Juneau (2021, p. 5) ven que hay un aumento progresivo en la ayuda directa iraní a los hutíes, pero esto no los convierte en proxies, puesto que no se llega, en ningún caso, a generar tal nivel de dependencia que elimine la autonomía de los rebeldes. Es más, la intervención de la coalición liderada por los saudíes fecha del 2015, cuando el papel de Irán era extremadamente limitado, y más en comparación con la actualidad, reducen la plausibilidad de la justificación de Arabia Saudí para intervenir. Aun así, como se ha mencionado, con el transcurso de la guerra Irán ha empezado a entrenar y equipar las fuerzas hutíes. Ejemplo de ello es la transmisión de conocimientos y la dotación de piezas de ensamblaje de misiles y drones (Juneau, 2021, p. 1).

En definitiva, los hutíes están conectados a Irán marginalmente, y las élites iraníes no tienen una influencia clara en el conflicto yemení (Kendall, 2017, p. 4). El nivel de intervención de Irán en Yemen a través del apoyo a los hutíes se puede resumir como lo hace Juneau (2016) “unas ganancias limitadas para una inversión moderada” (p. 2). Aun así, hay analistas que han expuesto cómo Irán podría estar llevando a cabo una guerra híbrida en Yemen—con elementos de lucha por la información y legitimidad—. No obstante, las fuentes de esta información suelen aportar evidencias controvertidas (Kendall, 2017, p. 6).

A pesar de esto, la visión más extendida es que los hutíes e Irán son aliados porque ambos son chiíes. Aquí hay que remarcar que, aunque compartan la misma rama del islam, no son de la misma denominación: los hutíes son mayoritariamente zaidíes, mientras que Irán está dominado por el imamismo; es más, tribus yemeníes zaidíes han apoyado y luchado en repetidas ocasiones junto al Gobierno prosaudí de Yemen contra los hutíes (Juneau, 2016, p. 659). Sin embargo, en el fondo sí podemos encontrar unos vínculos más próximos entre diferentes subramas del chiísmo, y se podría argumentar que el marco religioso compartido entre los hutíes e Irán propende por un mejor recibimiento por parte de la opinión pública iraní sobre la implicación del régimen persa. Por consiguiente, la ventana de oportunidad de las élites interesadas al ayudar, en cierto grado, a los rebeldes yemeníes podía ser utilizada con una justificación religiosa.

En lo que respecta a las acciones indirectas, desde la nueva República de Yemen de los hutíes se busca la legitimación mediante la recepción de un embajador en Saná en 2020, después que se recibiera en Teherán al embajador yemení hutí (Juneau, 2021, pp. -6). Además, el canal de televisión Al-Alam, de propiedad estatal de Irán y en árabe, empezó a emitir un programa diario sobre Yemen desde una perspectiva crítica hacia el statu quo (Juneau, 2016, p. 656), lo que ayuda a entender el apoyo externo a la rebelión o, cuando menos, una visión favorable sin acabar de inmiscuirse completamente en la lucha.

Estas interacciones y visiones mutuas son recurrentes. Varias veces los dirigentes hutíes han demostrado una admiración hacia los líderes chiíes de Irán y de Hezbolá. Pero, esto no implica evidencias que demuestren una vinculación considerable o directa entre los rebeldes y el régimen iraní en lo que atañe a las ofensivas hutíes contra el gobierno yemení. Es más, Irán recomendó que no se ocupara Saná, cosa que los supuestos proxies llevaron a cabo de todos modos (Kendall, 2017).

Independientemente de la rama del islam a la que pertenezcan, Irán y los hutíes también comparten una visión contraria al statu quo regional, incluso si los hutíes lo ven como un asunto local. Las élites iraníes y los hutíes, a diferencia de Arabia Saudí, Israel y Estados Unidos, usan el marco común para explotarse mutuamente en la carrera por el poder. Los hutíes ven la intervención sobre el terreno como una amenaza directa de un invasor extranjero, una amenaza que ha sido aprovechada por los líderes iraníes para desestabilizar una región justo en la frontera sur de Arabia Saudí. En este aspecto coinciden los dos actores, aunque sin la misma intensidad (Juneau, 2021, p. 4).

4.2. Los Intereses de las élites Iraníes

Como se ha visto, la influencia de las élites de Irán sobre el sistema yemení no es tan grande como se podría pensar o como lo quiere vender Arabia Saudí. Aunque, ciertamente hay un interés detrás de estas —y también por parte de las élites saudíes— de vender la guerra civil yemení como una guerra proxy enmarcada en un contexto de enfrentamiento de esferas de influencia entre los dos Estados.

Asimismo, desde el punto de vista de la política exterior de la República Islámica, Juneau (2016) subraya que Yemen no es una prioridad estratégica del régimen. Además, si lo fuera, el cálculo racional de los actores relevantes en el núcleo del gobierno sería el de querer evitar una escalada de confrontación más directa con Arabia Saudí, puesto que “los costes de una inversión mayores sobrepasarían los beneficios potenciales” (p. 648).

El papel, más bien modesto, que ha tenido Irán sobre los asuntos yemeníes, junto con el apoyo a los rebeldes hutíes, se entiende por la política moderada de Rohaní. El expresidente de la República Islámica llegó al poder con el discurso de romper la retórica más belicista y conservadora de su predecesor. Esto se aplica en Yemen con el hecho de dar un apoyo moderado. Aun así, este apoyo tiene que existir, porque el posicionamiento privilegiado de Rohaní durante su mandato solo lo podía mantener proyectando al exterior el ideal que tienen sus élites sobre Irán. Como ya se indicó, tenía que ser más dialogante para evitar el aislamiento internacional, pero también quería reafirmar a Irán como una potencia con capacidad de influencia, mejorando así su estatus internacional. No seguir esta estrategia implicaría la pérdida de legitimidad por parte de Rohaní hacia sus competidores. Hay que remarcar que los principios de la política iraní se deben seguir para poder tener la oportunidad de competir por el poder, pero pueden tener cierta flexibilidad en el enfoque, como vemos con la mayor intransigencia de Ahmadineyad o el tono más dialogante de Rohaní.

Una idea que también exponen otros autores es que, si bien había ciertas conexiones entre los hutíes e Irán, la posibilidad de que el gobierno iraní extendiera su respaldo hacia el grupo yemení o que este tuviera un interés en que esto pasara es muy baja (Kendall, 2017, pp. 2-3; Juneau, 2016, p. 663). La implicación de Irán en Yemen es menor que en otros conflictos de Oriente Medio, como Siria o Líbano. Según Juneau (2016, p. 662), esto se explicaría en parte porque el riesgo de intervenir en Yemen es mayor por la importancia geopolítica que le confieren las élites saudíes. Para Irán, los hutíes no son lo mismo que, por ejemplo, Hezbolá; ni el Cuerpo de los Guardianes de la Revolución Islámica de Irán tiene un papel destacado en el conflicto como lo puede tener en el Creciente Fértil. Aun así, imágenes de Jamenei son cargadas por manifestantes hutíes durante ciertas protestas (Kendall, 2017, p. 2), mostrando un acercamiento existente entre Irán y estos.

¿Por qué desde Irán se ha creado una retórica que llevaba a pensar que su implicación en la región era fuerte y que estaban dispuestos a adentrarse en el conflicto? Tanto parlamentarios iraníes como líderes de instituciones tan importantes como la Guardia Revolucionaria se encargaron, antes de 2015, de hacer declaraciones públicas asegurando que esto era así (Kendall, 2017, p. 4). El objetivo era conseguir que Arabia Saudí percibiera el conflicto de Yemen como una amenaza y se implicara en una guerra que supondría un coste económico importante; que se desviara la atención de los militares saudíes del conflicto de Siria, donde Irán sí tiene una implicación más importante; y se dañara la reputación de la monarquía de los Saúd una vez se implicara en la guerra. De hecho, el mismo Rohaní deja claro que Yemen sería “el compromiso más fácil” para negociar con Arabia Saudí en caso de que fuera necesario, asegurando así que Siria no formara parte de ningún acuerdo entre Irán y Arabia (Kendall, 2017).

Sin embargo, esta retórica iraní parece hacer un giro cuando Arabia Saudí se implicó en la guerra de Yemen. Zarif. El ministro de exteriores de la República asegura entonces que “Irán no quiere dominar Yemen” (Román, 2015) y pide un alto al fuego inmediato. Sabiendo que no se quiere implicar en gran medida en la guerra, el ministro usa estas declaraciones para mostrar internacionalmente que Irán adopta una postura más pacifista, lo que deja en evidencia a la monarquía arábiga. Esto le interesa al ministro para que sea él quien acerque de nuevo el país al sistema internacional occidental; posiblemente, asegurando su continuidad en el cargo.

De este modo, Irán consigue ganar poder diferencial ante Arabia Saudí sin la necesidad de movilizar una gran cantidad de recursos. De hecho, Irán no acontece ni siquiera un actor dentro del sistema yemení. Los intereses de las élites de Irán van en una misma dirección e implican generalmente la esperada respuesta de Arabia Saudí. En este sentido, Irán no tiene intención de convertirse, pues, en un hegemón regional, puesto que no tiene ni la capacidad ni la voluntad de tener una incidencia relevante sobre todos los gobiernos —incluido Yemen—. Esta idea rompe con la denominada guerra fría en la región, concepto empleado sobre todo desde la perspectiva realista. Junto a esto, también se suele esgrimir una supuesta lucha entre chiismo y sunismo en pugna por la hegemonía de la región, pero hace falta recordar que el verdadero hegemón en Oriente Medio sigue siendo Estados Unidos. Las influencias o intentos de influencia del régimen iraní se circunscriben a apoyos menores a sectores chiitas de países como Líbano, Irak, minorías en Bahrein o, como estamos viendo, en Yemen, así como una alianza política con el régimen sirio. Sin embargo, esto no quiere decir que controlen a estos grupos o instituciones, sino que tienen una cierta influencia, embarnizada con un trasfondo, a priori, religioso, dependiendo de cada caso concreto.

La elección de Raisi como nuevo presidente de la República Islámica crea incertidumbre sobre la situación en Yemen. Fue elegido líder con un discurso extremadamente conservador, con la intención de restablecer las relaciones con otras potencias en Oriente Medio y ya ha emitido varias declaraciones condenando los ataques saudíes en Yemen. Ebrahim Raisi es el principal candidato para suceder a Jamenei como líder supremo de la República (Ortiz de Zárate, 2021), por lo que sus decisiones estarán siempre enfocadas a mantener esta posición, en la que actualmente se encuentra por delante de sus competidores.

Los diversos intereses de las élites políticas iraníes parecen ir en la misma dirección, a pesar de las diferentes visiones de los individuos que las componen. La guerra civil en Yemen fue y es utilizada por ellos para proyectar una imagen de su figura concreta hacia Occidente, con quien el acuerdo nuclear está sobre la mesa; y contra Arabia Saudí, con la que existe una gran rivalidad regional; y también con el propio pueblo iraní.

Con todo lo que se ha expuesto, se podría entender la relación entre Irán y el movimiento hutí como una simbiosis: cada actor utiliza el otro en beneficio propio, ya sea a escala doméstica en el caso de los rebeldes yemeníes, o regional en el del régimen iraní. Los hutíes utilizan sus vínculos con Irán para sus propios intereses, lo que los posiciona mejor en la competición doméstica con sus rivales yemeníes. La alianza les aporta armas más avanzadas, apoyo diplomático y una cierta garantía de seguridad externa. Aun así, esto no los hace unos proxies iraníes, porque faltan evidencias que acaten órdenes de Teherán o que hubieran adoptado políticas diferentes sin su apoyo (Juneau, 2021, p. 14). En todo caso, las élites iraníes no han constituido una dependencia lo suficientemente grande como para condicionar sustancialmente las decisiones de los rebeldes hutíes, así que no se les puede calificar como un proxy de Irán.

5. La justificación saudí

Desde que Arabia Saudí lanzó una campaña militar en 2015 contra los rebeldes hutíes en Yemen, el país se ha convertido en un escenario de crisis humanitaria y de conflicto armado. Analizando el conflicto desde el marco teórico de la sociología del poder, la decisión de llevar a cabo la intervención militar en Yemen es el resultado de una estructura compleja de poder, donde las élites saudíes compiten entre ellas por los recursos de poder. En términos de la estructura de poder del Reino de Arabia Saudí, se examinarán los diferentes actores que tienen un papel en la intervención militar en Yemen, teniendo en cuenta sus intereses y los recursos de los que disponen. El estudio se basa en las percepciones de los actores en cuanto a las relaciones de poder que inducen a ciertas decisiones y acciones políticas. Dentro del Reino se examinarán las relaciones de poder entre algunos de los actores principales, especialmente las de los príncipes de la familia Saúd. El objetivo de estas élites es la acumulación diferencial de poder, compitiendo en una relación de poder circular.

Hay que tener en cuenta que Arabia Saudí es una monarquía absoluta desde 1932. La autoridad máxima es el rey, quien sostiene la autoridad judicial, ejecutiva y legislativa del Estado. El rey también supervisa la aplicación de la sharía (o ley islámica), así como la política interna y externa, la seguridad y la defensa del Estado. Aun así, para reforzar su legitimidad, se apoya directamente en la alianza con el clero wahabita y en la riqueza petrolera del país, lo que lo convierte en un Estado rentista dependiente de las exportaciones de petróleo (Dorsch, 2018). Además, el monarca está aconsejado por diferentes órganos de consulta formados por la élite religiosa y miembros de la familia real.

La legitimidad de base religiosa del régimen proviene de la alianza en el siglo XVIII de la tribu Al-Saúd con el predicador Muhámmad ibn Abd-al-Wahhab, fundador del wahabismo. Los descendientes de esa alianza, desde la fundación del Estado, componen la actual élite política de Arabia Saudí. La familia Al-Saúd, de unos 5000 a 7000 miembros relevantes para la competición por el poder, está posicionada dentro de ministerios, embajadas, agencias y empresas en casi todos los órganos del Estado (Dorsch, 2018). En este sentido, la familia real sostiene una cantidad muy grande de los recursos de poder del país. Sin embargo, sería un error analizar la familia Saúd como un solo actor, ya que son muchos los individuos que tienen capacidad de competir —también entre ellos— por los recursos. Una buena ilustración de estas dinámicas es el hecho de que, en repetidas ocasiones, actores individuales pierden luchas internas y entonces pierden el cargo estatal, quedándose sin este recurso de poder; por consiguiente, dejan de ser actores como tal, a la vez que otro individuo ocupa el vacío de poder.

5.1. La figura de mohamed bin Salmán

El Rey Salmán heredó el trono después de la muerte de Abdullah en 2015. Según la línea sucesoria establecida, el príncipe sucesor de Salmán tenía que ser Muhammad bin Naif, pero en 2017 Salmán cambió la línea de sucesión, nombrando Mohamed bin Salmán, su propio hijo, sucesor al trono. El joven príncipe ya tenía experiencia en el juego político, puesto que había ocupado altos cargos del Ministerio de Defensa cuando su padre, Salmán, era titular. A su vez, Salmán destituyó a varios altos cargos ministeriales después de 2011 (Henderson, 2015).

Este cambio fue una estrategia política para centralizar más el poder de Salmán y su hijo, así como hacer reformas internas en los cargos de los funcionarios del Estado, eliminando a varios Saúd de la competición por el poder y eligiendo otros que ocuparan sus lugares (Karim, 2017). La transición de poder fue apoyada por la Comisión de Lealtad formada por 35 príncipes, encargada de asegurar la continuidad de la familia Al-Saúd (Dorsch, 2018).

Ya como élite claramente primaria, Salmán, con la aprobación de varios decretos reales, puso en marcha una serie de reformas de la estructura política de Arabia Saudí para afrontar los cambios sociopo- líticos de la región de Oriente Medio, como las primaveras árabes, la caída de la producción petrolífera, el paro o los diversos conflictos armados. Una de las reformas fue el cambio de las dinámicas de poder, donde se nombraron miembros a diferentes órganos de consulta que no eran de la familia Saúd. Por ejemplo, dentro del Ministerio de Asuntos Exteriores se asignaron altos cargos a tecnócratas como al Jubeir, o se incluyeron empresas americanas de consultoría en el Consejo de Asuntos Económicos y de Desarrollo (Dorsch, 2018). Estos cambios de personal y de la estructura del Estado hechos por Salmán centralizaron más su poder, puesto que él mismo nombraba y controlaba los actores que ocupaban estas posiciones guberna- mentales. Esta centralización en padre e hijo hizo que la competencia fuera casi inexistente en las relaciones de poder entre los miembros de la familia real (Karim, 2017).

El 2015, con la llegada de su padre al trono, Mohamed bin Salmán “heredó” el Ministerio de Defensa, y también recibió el máximo cargo en el Consejo de Asuntos Económicos y de Desarrollo. El príncipe fue acumulando cargos importantes como los ya mencionados y el de jefe de la Fuerza Real Aérea, principal fuerza desplegada durante la intervención (Dorsch, 2018). Mohamed bin Salmán, de 33 años, presentó un plan de reformas denominado ‘Visión 30’, que consistía, por un lado, en hacer cambios en la estructura económica, de tal manera que la economía fuera menos dependiente del petróleo. Por otro lado, el plan tenía una serie de reformas culturales que le dieran una imagen más progresista, como permitir que las mujeres condujeran. Esto daría perspectivas de cambio esperanzadoras para una sociedad donde la mayoría de los jóvenes se encuentran sin empleo. Además, el Reino se adapta a un nuevo contexto global.

Las relaciones de poder dentro de la familia Al-Saúd se caracterizan por la competición por el poder para cumplir intereses princi- palmente personales. Los recursos estatales son utilizados como una herramienta para consolidar las relaciones jerárquicas de poder y la toma de decisiones, con el objetivo, en este caso, de eliminar la competencia y centralizar el poder. En este marco, es muy posible que bin Salmán quisiera movilizar las fuerzas armadas de Arabia Saudí después de asumir el cargo de ministro de defensa. Su toma de posesión data del 23 de enero de 2015, mientras que el lanzamiento del ataque contra los rebeldes hutíes, denominado “Operación Tormenta Decisiva”, data del 26 de marzo del mismo año (Dorsch, 2018).

Es difícil asegurar que existe una relación causal en esta sucesión de eventos; lo que sí es cierto es que después de dos meses en el cargo de ministro de defensa, bin Salmán llegó a ser el hombre fuerte de la familia Saúd. La intervención fue publicitada como altamente exitosa en las primeras etapas por los medios de comunicación saudíes, propiedad de miembros de los Saúd (Henderson, 2015). En otros países, los hechos podrían haber forzado una situación de exigencia de responsabilidades al ministro de defensa por la ineficiencia de las fuerzas armadas en Yemen, haciéndolo caer del poder; en cambio, a bin Salmán lo mediatizó y popularizó dentro del Reino.

Aun así, si existe alguien capaz de hacerle la competencia por la influencia en el gobierno, es el antiguo príncipe heredero, Muhammad bin Naif, el actual dirigente del Ministerio del Interior. Según Karim (2017) y Patrick (2015), Naif no tenía ningún rol en la decisión de lanzar una intervención en Yemen. Al no tener suficiente autoridad para dirigir la política exterior saudí, quedó fuera de juego. También ha sido saboteado sistemáticamente por el rey Salmán, quien ha acabado promocionado a su propio hijo hasta ocupar el cargo de príncipe heredero, relegando a bin Naif al control del Ministerio de Interior. Actualmente, necesitaría una coalición de actores dentro de la familia Saúd demasiado grande para revertir la dinámica de acumulación de poder del príncipe bin Salmán. Los hechos dictan que, en 2017, bin Naif cedió de forma pacífica su título de príncipe heredero y le prometió lealtad a bin Salmán. De esta forma ha mantenido su posición de actor en el sistema, conservando así su cargo ministerial.

5.2 Perfil político

A pesar de que la sociedad civil de Arabia Saudí no suele estar movilizada, su aprobación sigue siendo un recurso de poder para tener en cuenta a la hora de hacer un cambio en la estructura de poder. En este sentido, Mohamed bin Salmán ha sido un actor en la competición para el nombramiento del príncipe heredero. Desde 2015, cuando su padre, Salmán, accedió al poder, ha perfilado su imagen pública de hombre fuerte en la política de Arabia Saudí. Políticas económicas de diversificación para el año 2030 y propuestas para enfrentar el desempleo, así como una fuerte campaña antico- rrupción donde se han detenido a más de 200 príncipes y empresarios influyentes (Dorsch, 2018), han llevado el nombre del príncipe bin Salmán a tener un fuerte apoyo popular en Arabia Saudí. Estas han sido posiciones políticas enfocadas a la población joven, que son susceptibles de causar fidelización de la población civil al entonces ministro de defensa bin Salmán (Ramani, 2018).

En el caso de Arabia Saudí de 2015, una de las intenciones de la operación en Yemen fue personalizar el esperado éxito militar en la figura de Mohamed bin Salmán. Los medios de comunicación de Arabia Saudí publicitaron el supuesto éxito en la guerra de Yemen, mientras que la realidad era diferente: el ejército de Arabia Saudí no era capaz de avanzar en las ciudades controladas por los hutíes (Henderson, 2015).

En este sentido, se puede interpretar que la intervención en la guerra de Yemen era parte de una campaña publicitaria del hijo del rey, que pronto llegaría a ser el príncipe heredero. La metodología consistió en atribuir artificialmente méritos a la figura de bin Salmán, en clave militar y económica; mientras que él marcaba su perfil político con un discurso moderado en cuanto a la religión, siendo relativamente permisivo con los derechos individuales y mostrándose como la solución a muchas de las ansiedades sociales de la población. Esta popularidad ha permitido que Mohamed bin Salmán pase por encima de Muhammad bin Naif en la sucesión al trono. También consiguió que esta acción fuera vista como natural, algo que tenía que pasar tarde o temprano, por parte de la población y el resto de los actores, precisamente por la imagen de líder proyectada desde 2015.

5.3. El pretexto saudí por la intervencIón y las dinámicas de poder Internas

En este apartado se analizan las condiciones que le permitieron a Arabia Saudí atacar a los rebeldes hutíes en marzo de 2015. Desde la perspectiva de la sociología del poder aplicada al contexto de Arabia Saudí, se pretende comprobar la veracidad de las razones oficiales del régimen y de las teorías más extendidas en los medios de comunicación.

Las razones y objetivos que dieron los saudíes para justificar su intervención fueron: conseguir el retorno de Hadi al poder, la eliminación del movimiento hutí y reducir la influencia de Irán en la región (Lauria, 2015). La segunda y la tercera van muy ligadas entre sí. La voluntad de la eliminación del movimiento hutí es, para algunos autores, la expresión defensiva de Arabia Saudí ante una amenaza de intromisión de Irán en la ‘zona de influencia’ saudí. La mayoría de estos autores analizan el conflicto desde un punto de vista realista, entendiendo la relación entre Arabia Saudí e Irán como una guerra fría en la que participan en conflictos de terceros países para debilitar la influencia del otro y fortalecer la propia.

Por otro lado, hay otros razonamientos que relacionan el comportamiento de la política exterior saudí de los últimos años con una política de boicot a los cambios derivados de las primaveras árabes. El de Lauria (2015), por ejemplo, expone que Arabia Saudí ha estado interviniendo en varios países de Oriente Medio para destruir las revueltas de carácter democrático y reformador. Ha sido así en los casos de Siria, Irak y Egipto. En Irak y Siria la justificación oficial fue minimizar la influencia de Irán en la región.

Desde la sociología del poder, es posible entender por qué los líderes saudíes tienen interés en aplastar las revueltas democratizadoras. Una de las principales dinámicas en este sentido es la expansión de las movilizaciones sociales en el mundo árabe, que se iniciaron en Túnez y han tenido impacto en la mayoría de los países de Oriente Medio y Norte de África. Estas revueltas —movilizaciones sociales con voluntad de reformas o cambios en los regímenes— suponen una amenaza para las élites de Arabia Saudí, en especial el rey, el príncipe heredero y la familia Saúd. En el caso de una movilización social a gran escala, el rey puede verse obligado a hacer concesiones sobre el control que ejerce sobre los recursos.

Además, hay que ver la preocupación del rey Salmán por la seguridad y la defensa. Desde Riad, el interés por el control fronterizo es alto, porque la frontera entre Yemen y Arabia Saudí ha sido tradicionalmente porosa y mal delimitada por las tribus y comunidades de estas zonas escasamente pobladas, con lazos étnicos y religiosos rotos por la frontera burocrática. No obstante, ha sido cada vez más militarizado por las fuerzas saudíes, debido al conflicto armado y la guerra (Ardemagni, 2020).

Así pues, ¿cuál es el interés de las élites capaces de tomar decisiones en política exterior y en defensa de Arabia Saudí al intervenir en Yemen en 2015? Los intereses de las élites pueden ser impuestos al público como intereses nacionales, de Estado, al tener estas una hegemonía suficiente como para entrelazar ambas nociones (Karim, 2017).

La propuesta es que el interés en la influencia sobre Yemen siempre ha estado presente en las élites saudíes, independientemente de la existencia de una guerra civil. La eliminación del movimiento hutí supone evidentemente un paso necesario para la influencia perdida en los gobernantes de Yemen. Pero, además, dos factores se han sumado a este interés para permitir la intervención de 2015: la voluntad de acumular poder del nuevo ministro de defensa Mohamed bin Salmán, y la percepción de éxito de la revolución de los hutíes y los otros grupos.

El primer factor ha sido explicado en detalle: Mohamed bin Salmán contó con la ayuda de su padre y de los medios de comunicación cuando empezó a tomar notoriedad en la vida política de Arabia Saudí. En ese sentido, la personificación de los supuestos éxitos militares en Yemen formó parte de una campaña publicitaria del príncipe, que acabaría por tener apoyo suficiente para ser nombrado príncipe heredero, pasando por encima de Muhammad bin Naif.

El segundo de los factores es la percepción de amenaza que repre sentaban los hutíes a pocos kilómetros de la frontera saudí. El contagio de una revolución es una amenaza para el rey Salmán, y para el príncipe bin Salmán. El miedo al contagio revolucionario se hace evidente durante las primaveras árabes, en las que los regímenes de diversas índoles evitan la influencia del sentir revolucionario en sus países, combinándolo con intentos de apoyar los esfuerzos contra los regímenes considerados rivales. En Yemen, el gobierno apoyado por Emiratos y Arabia Saudí sería el valedor del visto como espíritu conservador, frente a los revolucionarios hutíes. Por ello, en parte, los Saúd contribuyen a la lucha contra el supuesto eje revolucionario de hutíes, Irán y sus aliados.

En síntesis, 2015 ofrece a bin Salmán una ventana de oportunidad. Por un lado, aprovecha los intereses de otras élites en el control sobre Yemen, especialmente la de su padre, quien se siente amenazado por una revuelta hutí defendida como democratizadora y revolucionaria. Por otro lado, utiliza la intervención sobre Yemen para marcar un perfil político de líder para su siguiente paso en la acumulación de poder: acceder al título de príncipe heredero.

6. Conclusión

Este estudio sobre la intervención de Arabia Saudí e Irán en la guerra de Yemen se ha desarrollado desde el marco teórico de la sociología del poder. Por lo tanto, se han identificado los actores individuales relevantes: las élites de los dos regímenes. Esta puntualización teórica es importante porque sirve para entender las dinámicas que llevan a la intervención militar saudí desde el 2015 y también la posición iraní.

De forma resumida, la competición por la acumulación diferencial de poder entre las élites es la fuerza motriz de las decisiones políticas. De este modo, el lanzamiento de la campaña militar de las operaciones “Tormenta Decisiva” y “Restaurando la Esperanza” se entiende desde una lógica de competición por el poder dentro del reino de los Saúd: Mohamed bin Salmán, hijo del rey Salmán y ministro de defensa, utilizó la intervención para perfilar su figura política y de culto en torno a su personalidad para conseguir consolidarse como posible heredero al trono, una posición que finalmente conseguiría en 2017. Así pues, se tienen que descartar motivos de cariz geopolítico o de influencia estatal, como los que darían los autores realistas, como motivos únicos para entender la justificación para intervenir en Yemen. El motivo clave es la competición doméstica por el poder entre élites, las cuales utilizan la guerra como pretexto y catalizador de la movilización política en el régimen.

Desde el otro lado del Golfo Pérsico se ha observado que la intervención de Irán en Yemen es marginal y se limita a dar cierto apoyo a los hutíes. Hay evidencias de envíos de armas, acuerdos y asesorías, pero en ningún caso suficientes como para poder catalogar a los hutíes como proxies iraníes. Es más, los líderes hutíes han tenido la capacidad de utilizar la influencia iraní a su favor en la competición por el poder dentro de Yemen, de forma que la supuesta vinculación con Irán no responde solo a los intereses de las élites de Teherán. De este modo, el hecho de que los hutíes no sean proxies nos aleja de la percepción de una guerra fría que, además, necesitaría de dos potencias hegemónicas. Es muy difícil que se pueda catalogar a Irán como tal, teniendo en cuenta la influencia de los Estados Unidos y los aliados saudíes en la región.

En relación con las élites iraníes, debe tenerse en cuenta que se mueven en un marco político relativamente rígido, puesto que tienen que respetar los principios de la República Islámica y de su tradición de política exterior si no quieren ser vetados por el líder supremo. Aun así, hay variedad y una fuerte competición entre ellas para llegar a las principales posiciones de poder. Durante la guerra de Yemen, la principal figura, además del ayatolá Jomeiní, fue el expresidente Hasán Rohaní —con su ministro de Exteriores Yavad Zarif—. Rohaní llegó al poder rompiendo con la lógica más tradicional e intransigente de su predecesor mediante su estrategia de la prudencia moderada. Así, se mostraría más dialogante pero también tendría que reafirmar el rol que las élites iraníes creen que debe tener la República Islámica. Por lo tanto, la actitud menos belicista también se vería acompañada por cierto apoyo a los hutíes. Otra estrategia le podría haber costado perder las elecciones.

Para concluir, hay que recordar nuestra pregunta de investigación:

¿Cuál es el grado de implicación de Irán en la Guerra de Yemen?

¿Es suficiente como para justificar la intervención saudí? A la vista de las explicaciones que se han dado, tenemos que reafirmar la hipótesis de partida: Irán ha apoyado a los rebeldes hutíes pero con moderación. En cambio, desde Arabia Saudí se ha magnificado este apoyo para justificar la intervención militar desde el 2015, motivada por el deseo de consolidar la figura del príncipe heredero Mohamed bin Salmán. Finalmente, hay que remarcar que preguntarse si la presencia iraní era suficiente para justificar la intervención saudí tiene un fuerte componente subjetivo, puesto que es imposible definir qué es suficiente y qué no. Aun así, queda claro que la influencia de las élites iraníes es limitada, y que la intervención saudí no responde a esta influencia íntegramente, sino que también se debe a causas como la competición por el poder dentro del Reino de los Saúd y su entorno.

Como último inciso, haría falta que la investigación futura cambiara el prisma realista que ha sido el más habitual en el análisis de la guerra de Yemen y de la llamada guerra fría entre iraníes y saudíes. Este marco teórico presenta limitaciones importantes y su rigidez impide ir a las raíces de la toma de decisiones. En definitiva, hay que romper esta caja negra del concepto del Estado y entenderlo como un recurso de poder en lugar de un actor.

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Notas de autor

* Graduado en Relaciones Internacionales por la Universidad Autónoma de Barcelona, Cerdanyola del Vallès, España. Erasmus en Sciences Po Paris. Miembre de Security in Context y Security Distillery. Colaborador y escritor en el think tank francés Werra y en el portal The Political Room. Estudiante del Máster Internacional en Seguridad, Inteligencia y Estudios Estratégicos coordinado por la Universidad de Glasgow. Correo electrónico: jordi.bernal@autonoma.cat; ORCID: https://orcid.org/0000-0001- 7354-6926.
** Graduado en Relaciones Internacionales por la Universidad Autónoma de Barcelona, Cerdanyola del Vallès, España. Erasmus en Université Paris Panthéon-Sorbonne. Integrante del Grupo de Estudios del Consulado de Burkina Faso en Barcelona. Correo electrónico: marc.bros@autonoma. cat; ORCID: https://orcid.org/0009-0003-3114-2239
*** Graduado en Relaciones Internacionales por la Universidad Autónoma de Barcelona, Cerdanyola del Vallès, España. Exbecario en el Consulado español de Stuttgart y actual becario en la Asociación Catalunya-Líban. Correo electrónico: ramon.catala@autonoma.cat; ORCID https://orcid.org/0009- 0003-0746-2136
**** Graduado en Relaciones Internacionales por la Universidad Autónoma de Barcelona, Cerdanyola del Vallès, España. Estudiante del Máster en Seguridad Internacional del Instituto Barcelona de Estudios Internacionales (IBEI) y exbecario en CIDOB (Barcelona Center for International Affairs). Correo electrónico: lluc.torrella@autonoma.cat; ORCID: https://orcid.org/0009-0009-9423-9402


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